La cineasta madrileña ganó el festival South by SouthWest y está nominada a los Independent Spirit Awards
VALÈNCIA. Se llama Ana Asensio, nació en Madrid, es actriz y dio sus primeros pasos profesionales interpretando papeles menores en teleseries poco memorables, como Más que amigos (1998), Señor Alcalde (1998) o Nada es para siempre (1999-2000). Hasta que, en 2001, decidió marcharse a probar suerte a Nueva York. No perdió el contacto con España, donde continuó haciendo trabajos esporádicos (secundarios, cortometrajes, la serie Planta 25), pero al mismo tiempo empezó a buscarse la vida en la ciudad estadounidense, donde por lógica existen más oportunidades, pero también es más complicado destacar. Allí, entre castings de cine que iban dando muy pequeños frutos, optó por desarrollar otras facetas, especialmente en el ámbito teatral, en el que empezó a escribir, producir y dirigir sus propios espectáculos. “Eso cambió mi sensación de lo que significa ser artista”, admite. “Como actriz, si no tienes un público, no puedes ejercer. Tomar el control en ese sentido y llevar mi trabajo por el mundo resultó muy gratificante”.
Pero el gran salto lo ha dado en el cine. En marzo de 2017 presentaba en el festival South by SouthWest (Austin, Texas) la película Most Beautiful Island, un debut en el largometraje que, según explica, nació “de mi frustración como actriz, de no conseguir los papeles que me gustaría, de estar en un país donde es muy difícil abrirse camino”. Fue la experiencia en teatro la que le empujó a dar un paso más. “Como actriz todavía no había logrado un buen papel, así que decidí crearlo yo misma. Había llegado a un punto en que tenía claro que, o lo hacía yo, o nadie iba a hacerlo por mí. De ahí surge la película, es la pura verdad. Cuando me puse a pensar en qué haría, tuve muy claro que quería contar una historia protagonizada por una mujer que sucede a lo largo de un día en Nueva York. Luego tardé mucho en escribir el guion”. El esfuerzo mereció la pena. El film ganó el Gran Premio del Jurado en la categoría de ficción e inició un recorrido que ha cambiado para siempre la trayectoria de Ana Asensio. En España tuvo su estreno en la sección Noves Visions del festival de Sitges, luego pasó por Abycine y el 12 de enero aterriza en las pantallas comerciales, mientras espera que llegue el 25 de febrero para acudir a la gala de los Independent Spirit Awards, donde compite por el Premio John Cassavetes (otorgado a películas con un presupuesto por debajo del medio millón de dólares), al lado de títulos tan destacados como A Ghost Story (David Lowery) o La vida y nada más (Life & Nothing More, Antonio Méndez Esparza).
El camino no ha sido fácil. Carecía por completo de formación cinematográfica, pero se lanzó al vacío convencida del material que tenía entre manos. “Cuando escribí el guion ya sabía cómo quería filmar cada escena”, asegura. “Fue un reto muy grande, porque es cierto que no sabía explicarlo exactamente, aunque algunas cosas las tenía claras porque las había leído en otros guiones. Pero ni siquiera sabía qué lentes utilizar. Soy cinéfila, pero autodidacta, nunca había pensado en mí como directora de cine. Hablé con Noah Greenberg, el director de fotografía, que es amigo mío desde hace diez años, y me sentí muy cómoda, porque no tenía que aparentar lo que no era. Yo le enseñaba ejemplos de escenas de otras películas que me parecían interesantes y él los desentrañaba a nivel técnico. Desde el principio fue una colaboración en la que estuve muy protegida, porque en el rodaje estaba muy expuesta a todos los niveles”. Así fue levantando la historia de Luciana, una inmigrante indocumentada que lucha por sobrevivir en los Estados Unidos a base de trabajos precarios, y que acaba involucrada en un peligroso juego a través del que encuentra la redención de su tormentoso pasado.
Una película muy peculiar, que se inicia como drama social y da un vuelco hacia el suspense que incluso le permitió encajar en Sitges. “Era arriesgadísimo, pero lo tenía claro desde el primer momento. Me fascina el cine de corte social hiperrealista, pero también sabía que iba a dar ese giro hacia el cine de género, que no conozco tanto. Tuve que pensar mucho cómo montarlo y filmarlo, porque me he encontrado con negativas desde el primer momento: Que si no tiene sentido, que si no se puede hacer, que si son dos películas distintas… Incluso me llegaron a plantear que hiciera dos cortometrajes. Por un lado me sentía ofendida, pero por otro me reafirmó en la apuesta. Era todo tan quijotesco, que pensé que no había otra opción. Tan inusual, que tenía que funcionar. Si hacía caso a toda esa gente experimentada que me daba consejos, al final no tendría voz propia, y yo había apostado mucho a nivel personal, incluyendo todos mis ahorros. Tenía que seguir mi instinto”.
Y ese instinto le decía que, pese a las estrecheces presupuestarias, debía rodar en Súper 16 mm. “Tenía muy claro el look de Nueva York que quería mostrar. No el de nuestros días, sino el que yo había visto en las películas de pequeña. El de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), el de Cowboy de Medianoche (Midnight Cowboy, John Schlesinger, 1969)… Es un poco nostálgico, pero todavía existe en ciertas zonas. Eran films rodados en Súper 16, tenían ese grano y ese color que buscaba. Por un lado, sabía que le añadiría un toque especial a la imagen de la ciudad. Por otro, quería filmar de manera tan realista que necesitaba huir de ese tipo de fotografía digital que tiene una textura que parece un video doméstico. Quería estar muy cerca de la piel del personaje, estaba obsesionada con esa idea”, subraya. “Obviamente, los productores no estaban de acuerdo, les parecía una locura, pero, al mismo tiempo, para el equipo era muy atractivo, porque hay mucha gente que ha salido de la escuela de cine y directamente se ha puesto a trabajar en digital. Suponía un incentivo, porque a lo mejor era la última vez que podíamos hacerlo. Todo el equipo accedió a trabajar por el mismo salario, desde jefes de departamento a actores o asistentes de producción. Todo el mundo cobraba cien dólares al día. Así, recortando de los salarios, tuvimos más dinero para invertir en película”.
El resultado es un film singular, en el que Asensio vuelca algunas experiencias autobiográficas, y que apuesta por la ficción sin renunciar a una cierta mirada documental, al mostrar a sus personajes desde una óptica realista, aprovechando las calles de la ciudad y sus gentes para insertarlos en un entorno reconocible, dejando que tomen sus propias decisiones. De hecho, la película no juzga a su protagonista y apuesta por un final abierto. “En todos los coloquios que he hecho surge la pregunta sobre qué le sucede en el futuro, pero para mí es importante no contestarla, porque no quería un final hollywoodiense, me parece interesante que cada uno proyecte lo que le gustaría. Tampoco rodaría una segunda parte. Lo que deseo que se entienda, aunque puede ser muy sutil, es que esa mañana en que nos la encontramos, ella está cargando con una culpabilidad y angustia absolutas, pero al final del día, sin haberlo buscado intencionadamente, ha redimido esa culpa y se ha liberado, pasando por una especie de purgatorio. A partir de ahora, las decisiones que tome no van a estar condicionadas por esa angustia extrema y esa distorsión mental a la que puede llevarte la angustia de sentirte responsable de una tragedia”. El plano final, además, contiene un detalle que cierra a la perfección la idea que la película proyecta sobre la supervivencia en la ciudad: Un cartel donde se puede leer Big Apple. Big Dreams. “Es el único efecto especial de post-producción que hemos hecho”, reconoce. “En la última localización había un rótulo donde ponía Pier 21. La gente podía pensar que tenía algún significado, y al mismo tiempo nos daba la oportunidad de colocar algo en su lugar que sí lo tuviera. Empezamos a darle vueltas y se me ocurrió la idea de poner un eslogan de aire antiguo, como de principios de los noventa, que estuviera casi borrado y diera un poco la vuelta a esa idea de qué es Nueva York, un lugar de oportunidades y sueños, pero también difícil”.
Una vez terminada, Most Beautiful Island comenzó un periplo que, un año después de su estreno en Austin, todavía no ha terminado. La excelente acogida crítica recibida por la película y el premio obtenido en el festival la sacaron del anonimato y cambiaron el destino de su autora. “Fue un giro radical, porque inmediatamente surgieron ofertas de compra en todo el continente americano y una lluvia de invitaciones de festivales de todo el mundo. Me llamaron agentes, managers, todo lo que no tenía antes. Una serie de oportunidades que, por ejemplo, otros compañeros que también estaban en la competición no han tenido. Amazon lanzó este año una campaña para ofrecer distribución a todas las películas a concurso en South by SouthWest, pero aunque sea una plataforma muy importante, que se está convirtiendo en competencia directa de Netflix, mi sueño era que se viera en cines. Hubo que esperar a que llegara la oferta de una distribuidora que nos garantizó el estreno en salas y un acuerdo posterior con Amazon. Se estrenó en diez ciudades de Estados Unidos el 3 de enero. Una semana en cada una de ellas. Y justo después llegará a Amazon.
En cines de nuestro país se proyectará a partir del 12 de enero, acompañada de The Fourth Kingdom, un cortometraje candidato al Goya 2018 y codirigido por el alicantino Adán Aliaga y el barcelonés Álex Lora, que lleva meses cosechando premios por todo el mundo. El estreno de Most Beautiful Island puede considerarse un éxito rotundo, teniendo en cuenta su condición de proyecto independiente, firmado por una directora madrileña, pero carente de ayudas institucionales españolas. En realidad, una película estadounidense, que ha contado con el apoyo de Glass Eye Pix, la productora del francotirador Larry Fessenden, y que parece confirmar que el destino de Ana Asensio sigue estando en aquel país. “Ahora mismo estoy recibiendo proyectos americanos, me están llegando propuestas para dirigir, pero en este momento estoy muy centrada en sacar adelante mi siguiente guion, que me gustaría que fuera mi próxima película, lo cual es más complicado, porque los proyectos que vienen de un estudio ya están preparados. Preferiría seguir la trayectoria de directora-autora, aunque sea un camino más árido. En ese sentido, da igual dónde estés. Es cierto que el segundo guion, que ya tengo escrito, también es un thriller y se desarrolla en Nueva York, pero me encantaría hacer una película en España”. Sobre lo que no alberga duda alguna es que su futuro pasa por continuar dirigiendo. “Ha sido tal la inversión en mi vida, que ahora he encontrado un placer increíble en el proceso, sobre todo al sentir que poseo el control, un gran cambio en comparación con mi trayectoria hasta ahora, porque ser actriz es esperar a que te convoquen, que te llamen dos horas antes de una prueba sin opción a preparar el papel… Hay tanta frustración, que esta película ha supuesto un antes y un después. Si surgen papeles, seguiré actuando, porque es lo natural para mí, lo fácil, pero ahora lo que quiero es continuar aprendiendo”.