la valència de antes de las franquicias

Los bares por donde transcurre Noruega, la última gran novela valenciana

Noruega es una inflamación literaria. Escrita por Rafa Lahuerta, editada por Drassana, premi Lletraferit. En apenas un par de meses, sus páginas se han convertido en la mejor acometida contra camarillas, burbujas endogámicas y cotos privados.

| 26/02/2021 | 4 min, 26 seg

Un punzante fenómeno que no entiende de apropiaciones ni de ayatolás de las lenguas, que no conoce nichos y que sirve de linterna para atravesar la cartografía de una València remolcada como un viejo Temerario camino del desguace. La crónica de un reemplazo. La ciudad sustituida, sobre su tuétano, por otra inclinada hacia la ciudadanía souvenir. Y en esa grieta, dejando los ochenta y noventa, camina el protagonista de la novela, Albert Sanchis, procurando con las yemas de los dedos sujetarse a un mundo que se derrumba. “Fuimos al cine Oeste, ahora un Consum”.

Pero Noruega es, también, una enorme apología de los bares, las barras, las casas de comidas, los antros sofocantes. Una carta de despedida. Quizá un alegato frente a la pretenciosidad. Si Lahuerta es más de cenar a solas en la Utielana que de festejar en el Federal, Albert Sanchis es el hijo de una saga de vendedores en el entorno más epidérmico del Mercat Central. En la calle Trench regentan Salazones Sanchis. El salmón de Noruega. “Ahí van los noruegos”, les soltaban los vecinos como si el olor a sardina les acompañara al paso. Los chances y memes ochenteros ponen al patriarca el sobrenombre de Severo Anchoa.

Llevan ahumados, sardinas y bacalao al Bar Eladio, a Comidas Esma, a la Taberna Alcayde, a Tasca Borgo, a Casa Eulogio, al Bar Peña, al Bar el Kiosko, a la Tasca Ángel, al Bar Alpi, al Bar Padis, al Bar Pepito, a El Gallo de Oro, al Bar Paninis, al Mesón del Peine, al Bar Redford, al De Pas, a Bar Nebraska, al Bar La Lonja, a Bar Chicote, al Bar Botellas, a Café-Bar Valenciano, a El Ventorro, al bar La Española, a la Francesa del Carmen, a La Carme, al Bar Líbano, al Bodegó La Sarieta, al Bar Carxofa, a la Cafetería Inca, a Casa Mario, al Bar La Barraca, al Bar la Rotonda y al Bar Rufus.

Es la València noruega. Quizá la última franja antes de que los los tanques cargados de franquicias atravesaran el plano. Esa memoria -con muy poco de revisionismo y todavía menos dosis de idealización- se sirve durante las páginas en mesas como la de Comidas Esma, salón habitual de la novela. En la calle Assaonadors, donde Albert comparte mesa con Raúl Nuñéz, el escritor maldito, columnista y aullido del mundo en la Cartelera Turia, apagándose hasta el último trago en 1996. Albert cena una de esas noches un hervido de acelgas y riñones al jerez con vistas insólitas: el Micalet y Santa Catalina unidos ante los ojos tras el derribo de la posada Coronas. El Micalet que oteaba, igual, desde la terraza de la Pérgola, al otro lado del río: “el faro de un mundo antiguo que llevaba implícito en su melodía la arrogancia de la tradición”.

Por Noruega atraviesa Everyday is like sunday, de Morrissey, acompasando el descalabro, lejos de la calma de cuando el abuelo acunaba a Albert tras la escuela llevándolo a merendar a Noel, a Lauria, a Barrachina, al Siglo, a Monterrey, el territorio perdido donde unos cuantos años después ve a camareros con pajarita y chaleco interpretar unas sintonías que suenan al réquiem.

Danzan efímeros personajes agrietados entre bares, como ese viejo escritor norteamericano que en la tasca Borgo (“una cueva” junto a la plaza Redonda) se daba un aire a Richard Ford. “Le llamaban el Sheriff (...) Su momento de gloria en València fue el de formar parte del séquito que comió con Borges en La Pepica cuando el argentino estuvo aquí”, escribe Lahuerta. “En los postres, la cocinera salió a recibir los elogios de la comitiva y Borges se adentró en el laberinto de la individualidad de los granos del arroz para expresar su admiración. Creo que la anécdota no fue bien entendida. Ese día la ciudad perdió una gran oportunidad para reformular sus fronteras poéticas. La Pepica es nuestro museo de cera, pero no hay ninguna foto de Borges en sus paredes”.

Los vientos desde el salitre marítimo cortejan el atardecer de Noruega. Un desayuno intempestivo en Casa Calabuig. Comidas terapéuticas en Casa Flor o El Polit. La ilusión de cartografiar la hostelería portuaria: El Polp, el propio Polit, Bolos, el Subastero, el Gol, el Polit de Vera, La Cueva del Mero, Casa Guillermo, Casa Montaña, Bar La Pasquala, Gastón, El Rincón de Adriana, Bar Juanito, Racó del Mar, Els Carinyets, La Aduana, Bar Aquilino.

En el Rincón de Adriana referencia una de las últimas comidas: “el rabo de toro era excelente”. Sanchis no es precisamente un paladar de asepsias. Tras la comida, “para hacerme el interesante anoté esta frase: València es una senda rural abortada por el progreso”.

La digestión de Noruega no es sencilla.

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