Después de que la Nueva York del alcalde De Blasio haya intentado acabar con los carruajes de caballo sobre la ciudad, Valencia replantea la necesidad de seguir teniéndolos en su centro urbano. Los conductores, mientras, aseguran que a los turistas cada vez les va menos el caballo.
VALENCIA. Disculpen ustedes la intromisión en unos días en los que solo hay tiempo para la afrenta en la que Jamie Oliver ha incurrido en contra de las raíces, el origen y no sé cuántas cosas más. Ante esa chorizada normal que asuntos menores como la reivindicación por una financiación justa o qué sé yo acaben sepultados. No digamos si de lo que se trata es de hablar de coches de caballos. ¡Coches de caballos!
Tan insignificante asunto casi le cuesta un disgusto orgánico al alcalde de Nueva York, icono hype, al tratar de fulminar las carrozas urbanas de su ciudad. Bill de Blasio quiso que los carruajes dejaran de rodar por la Gran Manzana aduciendo que se trata de una tradición “inhumana”. El lobby del desplazamiento equino plantó batalla, defendió que los caballos estaban cuidados a la perfección, que descansan lo suficiente e incluso tenían vacaciones. Solo les faltaba el derecho a huelga. Las asociaciones animalistas respaldaron al alcalde advirtiendo del peligro que representaba para los animales el tráfico y el peligro de accidentes además de la contaminación ambiental.
La cuestión se fue agriando, movilizaciones incluidas del sindicato de carruajes, hasta alcanzar la portada del New Yorker. Una ilustración de Bruce McCall, bella como ella misma, encumbró el debate hasta la poesía invirtiendo el orden de los factores: los carruajes para el arrastre.
Se llegó al acuerdo. Hace unos meses la fuerza sindical expresaba su alegría al haber podido mantener su trabajo. “Nos complace haber llegado a un acuerdo sobre el concepto del futuro de la industria de los carruajes tirados por caballos en Nueva York”. Aunque De Blasio no pudo acabar con la totalidad de los coches equinos, desde junio los limita a Central Park, con una reducción ostensible de conductores, la construcción de un establo en el parque y la fijación de nueve como el límite máximo de horas que un caballo puede estar currando. La imagen de los carruajes surcando las avenidas neoyorquinas ha pasado a mejor vida.
Son las doce del mediodía y un coche de caballos espera resignado en la Plaza de la Reina de Valencia, frente a la catedral. Es jornada de cruceristas -”con los cruceristas”- y permanece en posición de vigilancia en anhelo de captarlos a pares. Tres horas después permanecerá en la misma postura. El conductor recoge la sombra. En su área de conducción, desde donde lleva las riendas, hay un cubo azul. “Este trabajo está muy mal, muy mal”. A los turistas cada vez les va menos el caballo. En la plaza atestada de coches y taxis el solitario carruaje es ya solo un islote desprovisto de mayor simbolismo más allá de descongelar el tiempo en blanco y negro y añadirle un toque rancio a la escena urbana. Los coches de caballos rodando por las ciudades son rancios, no pasa nada porque se diga.
A pesar de la visión ceniza del conductor algunos han organizado su propio ‘Uber’, bajo el nombre de ‘En coche de caballos’. Recorren el centro histórico en rutas de tres cuartos de hora a razón de euro por minuto. Salida en la puerta de los hierros de la Catedral, paseo frente al Mercado Central, Blanquerías, La Paz… Ojo, si uno quiere venirse arriba la ruta se despliega hasta la Ciudad de las Artes y las Ciencias. En la plataforma web atraen al cliente potencial con Marisol al grito de ‘corre corre caballito’. Todo en orden.
Valencia no es Nueva York y poco le convendría intentar parecerse (la mayoría de intentos han sido esperpénticos). Los coches de caballos han protagonizado la ciutat hasta hace dos telediarios, surcando el centro, cruzando la esencia rural con la urbana hasta una fusión que en pocos lugares se dan tan plena como en éste. Valencia no es Nueva York… pero el desajuste entre el ejercicio bucólico de los caballos por la ciudad y los tiempos modernos se manifiesta.
La nueva ordenanza de protección animal abordará su presencia. No la prohibirá “porque sería en primera instancia contraproducente” -declara la concejala de cultura y bienestar animal Glòria Tello- pero “sí garantizará las condiciones dignas de los animales”. La ordenada, que debe pasar por los pasillos jurídicos, prevé aumentar el control sobre el estado de los caballos.
Desde PACMA, como De Blasio, piden que los caballos dejen de circular por las calles. Su coordinadora en Valencia, Raquel Aguilar, al habla: “A fecha de hoy, la esclavitud de estos animales es totalmente innecesaria, pues hay vehículos alternativos. El animal es obligado a trabajar, en numerosos casos, durante horarios extensísimos y en condiciones de sometimiento a insolación excesiva, temperaturas extremas, sobre pavimentos que dañan sus pezuñas... se está priorizando una imagen ‘idílica’ de un medio de transporte por encima de los derechos de los animales a no ser explotados”.
Los conductores de los coches mantienen que los caballos están “bien cuidados y no sufren”. En Nueva York uno de sus representantes proclamó su condición de “repartidor de felicidad”.
Ay los caballos.