VALÈNCIA. Hace solo unas semanas se ha sabido que en octubre la editorial Alfaguara publicará uno de los volúmenes inéditos de los diarios de José Saramago. Se trata de El cuaderno del año del Nobel, la obra que escribió durante 1998, cuando recibió el prestigioso premio. Esta publicación coincidirá con el vigésimo aniversario de la concesión de un premio que supuso un punto de inflexión en su carrera profesional, pero también en la personal. Es buen momento para recordar Cuadernos de Lanzarote, el conjunto de 5 diarios que Saramago escribió a partir del año 1995 y 2001. Cuenta Pilar del Río, su viuda –periodista y traductora-, que nadie recordaba este cuaderno y que encontrarlo ha supuesto una agradabilísima sorpresa.
José Saramago, nacido en Azhinaga (Portugal) en 1922, mantuvo una relación estrecha y absolutamente emocional con Lanzarote, ciudad a la que se trasladó en a principios de los años 90. Contaba el propio Saramago que, a partir de una visita que le hizo su amigo Anno Hammacher a Lanzarote en 1994, nació en él la idea de escribir un libro sobre Lanzarote. En el prólogo que escribe César Antonio Molina, habla de estos diarios como una mezcla de géneros (autobiografía, memoria, ensayo, libro de viaje, cartas, etc.). Saramago afirmaba que un “diario es una novela con un solo personaje” que se enfrenta al registro de lo cotidiano
Pronto supo Saramago que Lanzarote era su refugio, allí donde iba a desarrollar un amor profundo hacia la isla, allí también donde su imaginación iba a ser más libre, una suerte de paisaje literario redentor que el autor caminó durante mucho tiempo. Así, por ejemplo, contaba en su cuaderno cómo una tarde, alrededor de las seis y después de trabajar en una conferencia que debía llevar a Canadá, subió la Montaña Tersa:
"(…) No iba con la intención de subirla, tanto más cuanto el viento soplaba fuerte y a ráfagas, que es la peor manera de ser soplado cuando se camina. Pero cuando llegué allí, no resistí: desde el principio del mundo se sabe que los montes existen para ser subidos y éste, allí, esperando hace tanto tiempo, hasta había dejado que la erosión lo cavase y recabase, en escalones y hendiduras, en salientes, todo para ayudarme en la ascensión. Me parecía mal volverle las espaldas, por eso subí. Lo peor, como dije, fue el viento”.
En aquella ascensión y en contacto directo con el paisaje canario, a Saramago le venían a la mente todo tipo de imaginaciones e ideas literarias, ensanchando su universo narrativo y, quién sabe, propiciando su aplicación en textos de ficción:
“Que puedan nacer imaginaciones de éstas en las simples montañas de Lanzarote, me lleva a pensar en los fantasmas que sin duda encantan la mente de los alpinistas en serio cuando se aproximan a la frontera entre el mundo de la tierra y el mundo del aire".
También Saramago estaba preocupado con el número creciente de turistas que llegaban a las islas y, sin excepción, “fulminaban las montañas con las cámaras de vídeo y las máquinas fotográficas”. Esta experiencia tan íntima que se despliega en los cuadernos y que se mantiene cercana, por ejemplo, al género fantástico o de terror, llega a su cumbre poética cuando recuerda al poeta local César Manrique y sus concomitancias con su obra.
“El efecto del reflejo de las paredes del cráter en el pequeño lago que cubre el fondo del volcán llega a ser inquietante: el agua estaba inmóvil, ninguna brisa la hacía temblar (caso raro en Lanzarote), y hasta tal punto la ilusión óptica actuó en mí que durante algunos instantes no vi el lago, era como si el cráter, reflejado desde arriba, continuase hasta el interior de la Tierra...”
¿Hasta qué punto estos cuadernos de Lanzarote son reales o imaginarios? ¿Qué Lanzarote es el de Saramago? Allí imaginó y escribió el autor portugués tres de sus obras más reconocidas: Ensayo sobre la ceguera (1995), Todos los nombres (1998) y La caverna (2001). ¿Podría haberlos escrito en otro lugar? ¿De qué modo Lanzarote, sus paisajes y rincones, afectaron a la escritura de Saramago? Creo que de un modo definitivo y tremendamente creativo. La lectura completa de los diarios de su estancia en Lanzarote lo corrobora.
Cuadernos de Lanzarote está repleto de anécdotas que dan buena cuenta de la talla moral de este escritor. A comienzos del año 1996, Saramago recibe una carta desde El Hierro de un profesor de primaria que firma, simplemente, Antonio.
“Usted no me conoce pero yo le tengo como amigo, así que... Querido amigo Saramago: este que le escribe es un maestro de escuela, un maestro rural de El Hierro, al otro lado del archipiélago. La otra mañana, un domingo, estaba en la escuela haciendo algunos trabajos y se me ocurrió poner la tele y mira por dónde me encontré con usted. Yo no tengo televisión, no la echo en falta, aunque si supiera con certeza que de vez en cuando sale usted o tanta gente que está en mi devocionario particular, seguro que la vería. Yo ya había leído por ahí que usted vivía en Lanzarote y no sé cómo explicar que sentí una especie de orgullillo al saber que está tan cerca, en esta variopinta tierra y alma canaria. Y nunca pensé, claro, que una tarde como ésta, de niebla, como es frecuente en este norte herreño, me iba a poner a escribirle.
Cuenta entonces el profesor que un domingo hizo una excursión con su hermana y una amiga de ésta a Venta Micena y Orce: “Estábamos en comunión tras haber leído su libro”, escribe Antonio. Ese libro no era otro que La balsa de piedra (1986), esa novela fundacional en la que Saramago narra la disgregación geográfica de la península ibérica del resto de Europa.
Hay en estos diarios un constante sentido del humor y un amor profundo hacia Pilar del Río, la que fue mujer de Saramago. La relación entre ambos era muy particular, tal y como demuestra el documental José y Pilar, realizado por Miguel Gonçalves Mendes.
“La noche de Navidad me dejó en el zapato la promesa de una antena parabólica. Pilar había decidido que yo no podía seguir viviendo sin noticias regulares de la patria, especialmente en estos días que vamos a tener elecciones a la Presidencia de la República. La antena hasta hoy no se ha instalado porque en Lanzarote la palabra ya todavía no ha salido del diccionario para entrar en la vida práctica”.
Y dentro del humor, siempre había un pequeño recoveco para esa melancolía tan propicia de Saramago, nada desesperada y un poquito desesperanzadora:
“Comprendí entonces que estar lejos es no poder participar, no ser mojado por las mismas lluvias, no sentir las mismas aflicciones. Y cuando me aparecieron, inundados, los campos de mi viejo Ribatejo, todavía fue peor, experimenté la sensación incómoda de ser una especie de tránsfuga... A ver quién entiende el alma humana”.
No sólo de Lanzarote habló Saramago en sus diarios. En ellos se registró además el especial amor que el escritor sintió por sus tres perros: Greta, Pepe y Camões.
“(…) Prefiero pensar que el suspiro de los perros les viene del hábito, durante siglos y siglos, de oír suspirar a los humanos. Ahora mismo, uno tras otro, los perros que viven en esta casa —Pepe, Greta y Camões— dieron sus tres vueltas, se tumbaron a nuestros pies, y suspiraron. Ellos no saben que yo también suspiraré cuando me acueste. Probablemente, todos los seres vivos suspiran así cuando se tienden, probablemente, está hecho de suspiros el silencio que precede al sueño del mundo. Me pregunto ahora: ¿dónde acabo yo y comienza mi perro?, ¿dónde acaba mi perro y comienzo yo?
No veo el momento de que llegue octubre para pasar un tiempo nuevo con Saramago y su delicioso genio.