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LOS DÍAS DE LOS OTROS

Los diarios eróticos de Anaïs Nin 

28/06/2017 - 

VALÈNCIA. Hubo un diario que escandalizó a todos aquellos que osaron leerlo. Estaba escrito por una mujer que empleaba su cuerpo y su inteligencia como una arma de construcción masiva. Fue una de las primeras mujeres en firmar con su propio nombre los relatos eróticos que protagonizaba. Con ellos hacía vibrar a las mentes más excelsas de un país, incluso era capaz de conseguir que un matrimonio le deseara a ella, al mismo tiempo, con las mismas ganas. Esa mujer se llamaba Anaïs Nin y la diéresis que se aloja en su nombre no es lo único exótico que poseía. Sus Diarios amorosos –compuestos por Incesto (1932-1934) y Fuego (1934-1937)- están publicados en la editorial Siruela. Tal y como escribe Rupert Pole –albacea del legado de Nin- en la introducción al libro, “el diario fue su confidente último y lo escribió ininterrumpidamente entre 1914 y 1977”. Esto se traduce en decenas de miles de páginas que esta mujer apasionada y explosiva escribió a lo largo de más de seis décadas. 

23 de octubre, 1932

June, sin seguridad interior, solo puede mostrar su grandeza mediante su poder destructivo. Henry, hasta que me conoció, solo podía afirmar su grandeza en sus ataques a June. Se devoraban mutuamente: él la caricaturizaba; ella lo debilitaba al protegerlo. Y cuando han logrado destruirse, matarse, Henry llora la muerte de June y June llora porque Henry ya no es un dios y necesita un dios para quien vivir.

Anaïs Nin fue la protagonista de uno de los triángulos amorosos más famosos de la historia de la literatura. Henry Miller, famoso escritor norteamericano, dejó a su primera esposa e hijos tras conocer a la bailarina June Mansfield (o Miller). Al poco tiempo de conocerse, en 1924, se casan. La relación era tormentosa y en un arrebato provocado por la pasión pero también por la imposibilidad de escribir, Miller decide irse sólo a Europa. En la década de los 30 llega a París para hacerse sitio entre los famosos escritores e intelectuales del momento. Durante aquel tiempo, Henry apenas se comunica con June. En diciembre de 1931, Mansfield visita a su marido. Éste aprovecha la ocasión para presentarle a su nueva amiga, una joven escritora llamada Anaïs que con sólo 19 años había contraído matrimonio con el banquero Hugh Guiler. El primer encuentro entre Miller y Nin se produce en ese año 1931 cuando el primero tiene 40 años y la segunda apenas 28. Los diarios recogen las sensaciones de Nin tras esa primera conversación en la que salen a relucir temas relacionados con la literatura, por supuesto, pero también con la filosofía o la literatura. Pronto se convertirán en amantes. Un año después, en 1932, June vuelve a París y es entonces cuando comienza la relación entre June y Anaïs. ¿Cómo comenzó tal atracción fatal?

Tambaleante mi poder como artista, ¿qué otro poder me queda? Mi estímulo natural, mi vitalidad, mi verdadera imaginación, mi salud, mi vida creativa. ¿Y qué hará June con ellas? Drogarlas. June me ofrece muerte y destrucción. June me hechiza –habla con su rostro, sus caricias, me seduce, usa el amor que siento por ella para la destrucción–

Para Anaïs, June se convirtió en una obsesión, casi una extensión de su otra pasión, Henry. Para el matrimonio, por su parte, Nin era algo exótico que oxigenaba su relación. Los celos entre los tres, naturalmente, se despliegan en todas la páginas del diario, de manera que las combinaciones entre los tres se vuelven delirantes. 

Ha venido Henry y, al principio, hemos estado tensos. Luego ha querido besarme y no se lo he permitido. No, no podía soportarlo. No, no debía tocarme, me habría herido. Le sorprendió. Me resistí. Me dijo que me deseaba más que nunca, que June se había convertido en una extraña, que las dos primeras noches con ella no había sentido ninguna pasión. Que, desde entonces, era como estar con una puta.

Quizás la más notable de estas relaciones es la que se refiere a la condición de artistas de sus tres miembros: Henry, June y Anaïs. 

Yo he magnificado a Henry. Puedo hacer de él un Dostoyevski. Le infundo fortaleza. Soy consciente de mi poder, pero mi poder es femenino; exige combatir pero no vencer. Mi poder es también el del artista, de modo que no necesito la obra de Henry para magnificarme. No necesito que me alabe y, como soy artista antes que nada, puedo conservar mi yo –mi yo de mujer– en segundo término. No bloquea su trabajo. Doy sostén al artista que hay en él. June no quiere solo un artista, quiere también un amante y un esclavo.

La primera parte de estos diarios, bajo el título de Incesto, relatan la relación de Nin con su padre. Un vínculo que, de nuevo, se vuelve estrictamente erótico. Anaïs Nin es el nombre que tomó Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell, hija del pianista cubano-español Joaquín Nin y de una cantante de ópera cubano-danesa. Cuando la pequeña Anaïs tenía 11 años, su padre las abandonó. Veinte años después se encontraron y la relación se convirtió perturbadora e incestuosa. Así lo relata Nin en sus diarios:

En el momento de amar, la cara se exalta, se transforma completamente, femeninda, jubilosa (aunque nunca se distorsiona) por el erotismo, una alegría luminosa, un éxtasis, la boda abierta.

Cuando vuelvo a mi cuarto para coger una foto, Padre me sigue y permanecemos pegados el uno al otro, sin atrevernos a besarnos, sólo cuerpo con cuerpo. 

Nin jamás dejó a su esposo banquero que le permitía todo tipo de escarceos, no sólo con el matrimonio de June y Henry, también con otros hombres que aparecen en el diario como Allendy. No en vano, Nin estaba convencida de que el mayor gozo era la intimidad, la totalidad, la pasión absoluta. Ella misma se cuestionaba a menudo para saber en qué consistía su propio misterio:

¿Cuántas intimidades hay en el mundo para una mujer como yo? ¿Soy una unidad? ¿Un monstruo? ¿Soy una mujer? ¿Qué me lleva a Allendy? La pasión por la abstracción, la sabiduría, el equilibrio, la fuerza. ¿A Henry? La pasión, la vida ardiente y desmedida, el desequilibrio del artista, la fusión y la fluidez de los creadores. Siempre dos hombres: el que es y el que ha de ser, siempre el momento alcanzado y el momento siguiente, adivinado demasiado pronto. Demasiada lucidez.

Poco a poco, la escritora de diarios se convierte en escritora en mayúsculas que no sabe de qué modo vivir su propia vida:

Soy una escritora de páginas fantásticas, pero no sé cómo vivirlas.


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