Susi Nistal y José Quindós están donde quieren estar. Aquí, en La Trova, catan vinos y cuentan historias con nombre propio. O al revés.
“Yo siempre quise volver a Altea, sabía que este era mi sitio desde que vine por primera vez”. Susi trabajó en este pueblo alicantino cuando tenía 22 años y varias décadas después ha vuelto con su marido. Y esta vez, para quedarse. Lo de crear La Trova no estaba previsto, pero sucedió. La idea inicial de estos dos sumilleres con 30 años de experiencia era ofrecer catas a hoteles. “No teníamos pensado abrir algo estático como un negocio, pero vimos este local y fue un flechazo”, nos cuenta José. Su cuñado Pepe Escobar, decorador de interiores, les echó una mano.
Se definen como vintage, porque no les gusta que les llamen tienda gourmet, sino ultramarinos. Para arrancar, hace cuatro años, comenzaron trayendo sobre todo especialidades de León pero ahora La Trova está lleno de productos de sus dos tierras: “de la que venimos y la de acogida”. Embutidos y quesos leoneses se entremezclan con aceites de oliva alicantinos (como Tossut, Castell de la Costurera u Oli Travadell), mistela a granel, cervezas Althaia, salazones de Alma Marina o vinos de ambos territorios, porque también están enamorados de lo que elaboran en el Vall de Xaló vitivinicultores como Pepe Mendoza o Aida i Luis. “Salvo algunas excepciones, buscamos vinos de bodegas pequeñas y con buena relación calidad-precio”. Siempre tienen dos vinos de la casa: uno de El Bierzo y otro de Alicante.
Esta pareja ha conseguido que León y el Mediterráneo estén hermanados gastronómicamente hablando. Cuando abrieron, la gente los relacionaba con vinos de León pero ahora se pone en sus manos y viene a probar cosas nuevas. “Hemos dado con una tecla que es dar vino con tapa, que siempre es embutido leonés: chorizo y cecina de Astorga o salchichón y lomo de Coladilla, así como quesos hechos a mano”. Ese gesto plasma a la perfección lo que es la hospitalidad leonesa.
Pero en La Trova, que está a 300 metros del mar, Susi y José, más que vinos o embutidos, catan y cuentan historias. “El 90% de los productos que vendemos son artesanos y conocemos a las personas que los elaboran. La marca a veces se me olvida pero sé que este es el chorizo de Manolo”, nos confiesa José. Con esa misma naturalidad nos habla Susi de Mosto, el quesero de Facendera, en Robles de la Valcueva, en plena montaña leonesa. O de Pili, de la quesería Praizal, en Jabares de los Oteros, que elabora quesos de oveja. En la vitrina de La Trova atesoran sus creaciones y con ellas confeccionan las tablas de quesos que Susi prepara con mimo, donde también se cuelan quesos alicantinos como el de Toñi, de la Quesería San Antonio (Callosa d´en Sarrià).
Otro de esos nombres propios que suena mucho en La Trova es el de su paisano Raúl Pérez. El leonés ha sido elegido un par de veces mejor enólogo del mundo y ellos le dedican en su tienda un monográfico con sus vinos, donde no falta Ultreia. “El Camino de Santiago históricamente ha sido una vía muy importante de comunicaciones, un cruce de culturas. Hoy en día los peregrinos se saludan diciendo: ¡buen camino!, pero antes se usaba la lengua franca, el latín, y se decía Ultreia, que significa siempre adelante”. Cuando te descuidas, José siempre viene con algún cuento. Su familia tenía un hotel restaurante en León, donde Susi y él comenzaron su trayectoria. Al tiempo, Susi se desmarcó y abrió una tienda de quesos, panes y vinos en su ciudad natal. Ese fue el germen de La Trova, su actual hogar alteano.
Otro producto que les gusta mucho contar es un licor muy peculiar. “Cuando fuimos a Tárbena nos dimos cuenta de que hablan con acento mallorquín: resulta que fue el último sitio de España donde estuvieron los moriscos antes de ser expulsados e hicieron una repoblación forzada con población de las Islas Baleares, que trajeron la sobrasada y el herbero”. Se consideran defensores del producto local “pero sin ser pueblerinos”. Por eso también tienen anchoas de Santoña, laterío gallego o un aceite de Jaén (Castillo de Canena, claro). Y al año se enamoran de un par de vinos: los últimos han sido un marroquí, Tándem, y un vino kosher de Montsant. Pago de la Jaraba también tiene su aquel: “un día, de vuelta a Altea, paramos a comer un bocadillo en La Mancha y nos sirvieron como vino de la casa. Cuando preguntamos por él, nos confesaron que no era tal, sino el resto de otra mesa que había pedido a la carta”. Susi y José siempre dicen que la gastronomía es memoria. Por eso también hacen catas biográficas, incluso para regalar, que personalizan en función de los clientes.
La Trova no es solo un bar o una tienda: es un sitio de encuentro y refleja su personalidad. Y sus paredes hablan: una esquina la decoran dos ilustraciones realizadas por el artista encargado de las vidrieras de la catedral de León. Otro rincón, una escultura de basalto, a través de la cual también han encontrado conexión entre las dos tierras: “La Olla, la zona en la que vivimos, fue un punto de fractura y por eso esa zona de la costa se llama Cap Negret, porque la piedra es basalto negro”, como esa pieza que tenían en León y que se han traido para seguir contando historias.
En sus mesas, además de sus tablas de quesos o embutidos, también te puedes deleitar con algún maridaje peculiar. “Nos gusta jugar con el contraste y combinar dulces y salados para que haya choque y quede equilibrado”. Con su nuevo postre plasman su visión de la sumillería y el encuentro entre las dos tierras: sirven mistela negra del valle de Xaló en un porrón y la acompañan con un queso azul leonés madurado en cueva de leche cruda de vaca. Su discurso mestizo emociona. Antes de irnos, José quiere contarnos otra trova: la de Pincerna, uno de los vinos más vendidos en su ultramarinos, cuyo nombre homenajea al primer sumiller de la historia. Cuando hablo con ellos, noto que estos leoneses están donde quieren estar. “No se puede pedir más”, confiesan.