En España la vida cambia pero todo es al final lo mismo. En los 70 más o menos a las gentes de bien les gustaba tener en casa ornamentación marítima, ya fuese el faro de un barco o un timón. La mar estaba cargada de romanticismo y aquello alegraba el hogar con un toque aventurero que aliviaba de la rutina de vivir del techo del curro al techo de casa. En los 80 lo que se puso de moda fue África. Unas flechas cruzadas en la pared, por ejemplo, daban esa imagen exótica y fuera de lo común que todo hombre de bien, cumplidor con Hacienda, quería mostrar para no parecer del todo un funcionario gris, sino que había algo más tras ese hombre discreto... extrañas tribus, la selva ¡misterio! Los más valientes incluso recurrían a Oceanía y colocaban un auténtico y verdadero, o sea, importado por un dineral, boomerang encima del televisor. En sus casas entraban ganas de fumarse un Camel frunciendo el ceño, poniéndose en cuclillas para mirar debajo del sillón a ver si había una anaconda antes de sentarse a ver un Celta - Logroñés en TVE-2.
Ahora con la llegada de los hogares quirófano del gusto de Elvira Lindo se tiende a minimizar los adornos, pero la siguiente generación también vino pegando fuerte. Y en su caso, la tradición que todo hombre de bien debe cumplir sin rechistar ha sido y sigue siendo tener en casa una máscara de lucha libre mexicana. Se haya ido a México o no, se sepa dónde está México o no. Especialmente es frecuente en la gente que se declara aficionada a la música antigua del siglo pasado, que tiene ahí un fetiche rockero. Tal y como el señor con bigote y el ABC debajo del brazo que está en una cofradía tiene el gorro de nazareno. Quién sabe si con el tiempo, el cristianismo y el rock and roll, dos religiones tan antiguas terminan por difuminarse y entremezclarse y en Semana Santa tenemos nazarenos con máscaras de luchadores mexicanos.
Entretanto, no está de más echarle un ojo a la lucha libre mexicana, como fenómeno y como deporte, algo que en España nos es totalmente desconocido, a excepción hecha de algunos tipos singulares que siguen las evoluciones del wrestling desde que Telecinco nos trajera la buena nueva a principios de los 90.
Y la mejor forma de adentrarse en este espectáculo que hemos encontrado es Los exóticos, un excelente documental de Michael Ramos-Araizaga que, muy al contrario que las últimas sensaciones de Sundance que reseñamos en esta columna en sus dos últimas entregas, sí cumple las premisas mínimas de un documental: informa de algo, lo explica, recoge testimonios de los protagonistas y opiniones críticas con el fenómeno que se describe. Tampoco es que sea tan difícil, pero lo tenemos que valorar, así está el mundo.
Por lo visto, en la lucha libre mexicana se introdujo un tipo de personaje a mediados del siglo pasado que consistía en un hombre muy pulcro, casi afeminado, que subía al ring acicalándose y echándose perfumes. Eso, en una sociedad machista como la mexicana, como solo puede ser machista una antigua colonia española con nuestros genes, cultura y moral, causaba sensación. Como al fútbol, el público iba a insultar a este tipo de personaje con toda su alma. Según cuentan, les tiraban "orines", "cigarros" y de todo.