Hoy es 11 de octubre
Rafael Soriano está a los mandos de el Club de los Libros Libres, una librería con más de treinta mil libros que buscan un hogar. De momento, su casa de acogida está en pleno corazón de la Malvarrosa, donde aguardan un destino a manos de quienes les quieran cuidar
VALÈNCIA. Los libros viven a la par que sus humanos. En la época estival se pasean por las playas esperando a que sus dueños los lean al salir del agua, en invierno se entrelazan en la mesilla de noche con la función de dar calor con sus historias y adormecer. Cuando es primavera se amontonan en las estanterías y reciben hermanos nuevos cuando se acerca la feria. Mejor dicho, la vida de un libro depende de su humano. Muchos leen un libro una vez y lo dejan en el olvido, otros lo prestan y en consecuencia a veces los pierden.
Lo importante es que los libros nunca mueran, una idea que atormenta a Rafael Soriano desde hace unos tres años. Con la voluntad de crear una gran biblioteca para “salvarlos” inventó el Club de los Libros Libres, bajo un simple mantra que conecta libros y humanos: “Un libro es papel, pero en manos de la persona que lo elige se transmuta, se convierte en un tesoro”, esta es la filosofía con la que abrió su club, que ahora se instala en un bajo en el corazón de la Malvarrosa.
Con una pandemia de por medio y cientos de donaciones ha logrado crear una biblioteca que más bien parece un refugio, en la que ahora viven unos 30.000 libros que buscan un hogar permanente. Dos curiosos que pasean a persiana medio bajada se acercan y le preguntan a Rafa que hacen tantos libros amontonados… ¿Es un trastero o más bien una biblioteca? Acostumbrado a esta incógnita Rafael contesta con un discurso muy preparado, en el que explica las claves de este lugar mágico: “Los libros aquí son libres, son siempre vuestros. Os los podéis llevar, leerlos y devolverlos, pero si el libro es especial para vosotros os lo tenéis que quedar”, así son las normas. Con una membresía de once euros al año cualquiera que forme parte del club puede llevarse los libros que quiera, devolverlos si no conecta con ellos y hacer donaciones cuando lo desee.
Curiosos que asoman bajo la persiana (Foto: MARGA FERRER)
El objetivo de esta biblioteca social improvisada, y del proyecto, es encontrar un espacio fijo para los libros. Que les adopten, encontrar un lugar donde vayan a ser felices y donde estén a salvo de la destrucción. Entre la cara atónita de los curiosos se amontonan miles de historias de todo tipo: novela negra, romances, grandes clásicos, libros de arte, enciclopedias, álbumes ilustrados, cómics… Todos tienen cabida en esta casa, que Rafael espera que sea temporal.
Este espacio de acogida comenzó con unos pocos ahorros y una colección personal de unos quinientos libros, un bajo alquilado -hasta 2030- y su voluntad de convertirse en un “guardián de las historias”. A las letras llega a través de las teclas, Rafael comenzó siendo programador informático y tras varios años pudo traspasar una empresa que tenía (bastante exitosa) y con el dinero hizo dos cosas: viajar por varios países y crear el club.
Libros y Rafael, Rafael y los libros (Foto: MARGA FERRER)
Ahora va a cumplir 65 años y sabe que quiere vivir entre libros y cerca del mar: “Me gusta mucho el mar, me gustan mucho los libros. Pensé que era la mejor opción y puedo estar tranquilo, estar aquí es como estar en paz, en un refugio”. El asentamiento le llegó en un momento de calma, tras viajar por África, América y gran parte de Europa supo que quería quedarse en València, porque como dice el Quijote “el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho”, y la segunda ya la había hecho, ahora quedaba complementar la parte de leer. Dice que desde su refugio también se viaja, y consigue que los libros lo hagan. Los libros aquí son cuidados, nunca “estorban”, no tienen miedo a que sean “tirados” y esa es parte de su magia.
El hechizo se mide también en cifras. En tan solo tres años Rafa ha salvado ya 21.500 libros, contabilizados en su enorme documento de Excel. En total, entre la librería y el almacén, ahora cuenta con unos 60.000 libros, a los que orgullosamente se refiere como los “salvados”. A lo largo de tres años ha emitido unas 2.000 membresías, y sigue sumando. Confiesa que le alegra contar su historia también en números porque le recuerda a su trabajo como programador informático, del que conserva un ordenador antiguo -no necesita más- en el que contabiliza los éxitos de la magia de su proyecto, aún “muy precario”. Ahora mismo su sueño es que el Club de los Libros Libres “vuele” a nuevas partes, abrir otro espacio en València y a lo largo de todo el mundo, que viaje tanto como Ulises en la Odisea.
De momento su historia ya ha llegado hasta Teruel, al pueblo de Libros, que aún no cuenta con una biblioteca que haga honor a su nombre. A lo largo de esta semana tiene pendiente una conversación con el alcalde para presentarle su propuesta con la que contribuir a la creación de este espacio: “Si aceptan les puedo enviar perfectamente 10.000 libros, sin problema. Es la manera de que sigan vivos, aquí a mi se me acumulan y necesito que tengan piernas”.
Su voluntad ahora es que el proyecto se replique en cualquier parte del mundo, para ello necesita que se corra la voz de los libros libres más allá de la arena de la Malvarrosa. Quizá en otras partes del mundo aquellos que se dedican a las teclas -como sucede en muchos trabajos modernos- quieran pasarse al suave tacto del papel, crear un refugio de letras y liberar miles de historias, que no cabrían en un solo texto aunque quisieran.
Antes de abrir del todo la persiana del club Rafael confiesa que querría escribir un libro sobre su historia, uno en el que encapsular parte de las anécdotas mágicas que le han ido sucediendo desde hace tres años. Historias que si no fuera porque las cuenta no sería capaz ni de creérselas. A modo de prólogo para este trabajo que está por llegar relata a Culturplaza una historieta que le dejó muy impactado: la de un mapa sin destino fijo.
“Hubo una época en la que aquí tenía mapas. Un hombre francés trajo una caja con una colección de diez mapas pequeños que si se juntaban completaban el de España. Un día un chico portugués vino y se los llevó todos, y dos meses más tarde vinieron dos ingleses que me preguntaron también por mapas. Era un matrimonio que los coleccionaba, y yo con toda la pena de mi corazón, y lo poquito que me defiendo en inglés, les expliqué que solo nos quedaban Atlas. A los coleccionistas no les interesaba y se fueron... En ese mismo momento entró por la puerta el portugués, que había vuelto de su viaje ¡y venía a devolverlos! Salí corriendo hacia la playa y se los di a los ingleses, que los acogieron con mucho amor con motivo de ampliar su colección para siempre".
Ellos no saben que se llevaron un cachito de la magia que se esconde en el club, una historia de casualidades que entretiene a un nuevo lector. Una anécdota que no tiene cabida en los cuentos de las Mil y una noches pero que sucede en el mundo real: una tarde de las de los Mil noventa y cinco días que lleva abierta la librería.
Fotos: MARGA FERRER)
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