Los líderes de los principales partidos políticos, en España y en la Comunidad Valenciana, llegan a las elecciones (generales y autonómicas, respectivamente) en situaciones variopintas. Todos se juegan mucho, pero para cada uno de ellos los umbrales del éxito y del fracaso son distintos. Está claro, inmersos como estamos en la política de bloques, que desde dicho punto de vista el éxito se resume en gobernar y el fracaso en que gobiernen los del bloque contrario. Pero... ¿qué puede considerarse un éxito, y qué un fracaso sin paliativos, para cada partido político? ¿Qué resultado puede poner en problemas a un líder, y cuál encumbrarle? En este artículo abordaremos la situación de partida de cara a las Elecciones Generales, y la semana que viene haremos lo propio con las Autonómicas.
En lo que concierne a las Elecciones Generales, sin duda quien parte de mejor posición es el actual presidente, Pedro Sánchez. Y no sólo por las expectativas de las encuestas, sino por el escenario previo, que es tan bueno en lo interno y tan malo en los resultados anteriores que verdaderamente dificulta empeorar más. Por una parte, como es sabido el PSOE cuenta actualmente con 84 diputados, obtenidos en 2016 merced al 22% de los votos que sacó entonces. Todas las encuestas pronostican una mejora significativa en votos y escaños, así como la victoria electoral (en 2016 quedó segundo). De manera que, incluso aunque el bloque de las derechas sume, Sánchez puede presentar una hoja de servicios que le asegure el respaldo de su partido y, en definitiva, permanecer al frente del PSOE a la espera de tiempos mejores. "Pedro el Rojo" habría recuperado votos y escaños (de hecho, dada la fragmentación electoral que vivimos, si el PSOE repitiera ese 22% de los votos a buen seguro incrementaría sus escaños, y quizás incluso podría ganar las elecciones), revirtiendo la tendencia negativa de los socialistas, que desde 2011 bajan cada vez más, elección tras elección.
Además, Pedro Sánchez ha dejado completamente laminados a sus rivales internos, o se han excluido ellos solos. Susana Díaz, tras el fracaso palmario de Andalucía, está amortizada. Ximo Puig, el otro gran barón socialista, ha unido su destino al de Sánchez: será difícil que Puig revalide su mandato en la Generalitat, si Sánchez fracasa electoralmente. El éxito de Puig pasa, necesariamente, por el de Sánchez.
De manera que Pedro Sánchez puede estar tranquilo y confiado (y, de hecho, su campaña se basa en mostrarse tranquilo y confiado mientras los demás se despellejan entre sí): cualquier resultado que supere el de 2016 le permitirá seguir. Cualquier resultado que implique la victoria electoral en votos y escaños podrá presentarse como un éxito. Y cualquier resultado que suponga mantener la Moncloa le encumbrará. El umbral del fracaso se ubica en el 22% de los votos y los 84 escaños.
En cambio, no puede decirse lo mismo de los demás partidos implicados en la lucha electoral. Pablo Casado, cuya campaña alocado-hiperactiva nos está deparando grandes momentos (entiéndase por tales "momentos espeluznantemente ridículos que dan vergüenza ajena") día sí, día también. El PP se juega mucho en estas elecciones, y Casado también. Cualquier resultado que implique un descenso en escaños respecto de 2016 (esto es: cualquier resultado, dado que en 2016 Rajoy obtuvo unos ahora inalcanzables 137 diputados) pondrá en dificultades a Casado. Si, además, Casado no logra una mayoría de Gobierno junto con Ciudadanos y Vox, su sillón estará en peligro, porque además no puede decirse que el líder popular concite la unanimidad de sus correligionarios del PP. Por supuesto, en todo caso Casado ha de mantener la supremacía en dicho bloque. Si Ciudadanos lograra superar al PP, sumen o no las derechas, dicho resultado pondrá a Casado en la picota. El éxito está en gobernar y quedar primeros en el bloque de derechas. El fracaso, en no gobernar y obtener menos de 107 escaños, el histórico techo de Fraga. Es decir: obtener el peor resultado electoral del PP desde 1979.
Si para el PP el límite del fracaso se ubica claramente en perder la primera plaza del bloque conservador a manos de Ciudadanos, para Ciudadanos el fracaso sería perder el segundo puesto ante Vox, como algunas encuestas han llegado a insinuar. Quedar terceros de tres partidos, es decir, últimos, pondría en serias dificultades a Albert Rivera, sobre todo porque ha sido Rivera quien ha decidido apostar fuerte por hacerse con la hegemonía en el bloque conservador, aunque fuera a costa de derechizar el partido y alejarlo del centro político. Esa situación podría poner en marcha dinámicas de voto útil que propiciarían el abandono del partido por parte de los votantes y de la militancia, que estarían tentados de volver a la "casa común" del PP. En resumen, Ciudadanos podría acabar como el CDS o UPyD (que acabó así... a manos de Ciudadanos, precisamente).
Por contra, superar al PP sería un éxito sin paliativos de Ciudadanos, incluso aunque no obtuvieran el poder. Albert Rivera pasaría a encarnar el liderazgo de la derecha española, y sus opciones de alcanzar La Moncloa se multiplicarían, aunque no fuese ahora, sino dentro de cuatro años. El umbral del fracaso, la frontera que Ciudadanos tiene que mantener a toda costa, es la segunda posición en el bloque de las derechas... Siempre que gobiernen. Si no logran gobernar, incluso esa segunda posición puede resultar insuficiente, porque sistematizaría la impresión de que Ciudadanos es un partido inútil para los votantes a los que aspira (votantes conservadores que quieren, como es normal, que su opción ideológica gobierne).
Unidas Podemos y, particularmente, Pablo Iglesias, tienen también una difícil papeleta en estas elecciones. Al igual que Ciudadanos, surgieron como alternativa al sistema bipartidista (y tanto parecía serlo Podemos que desde el Ministerio del Interior liderado por Jorge Fernández Díaz se montó un dispositivo policial para intentar acabar con dicha alternativa). Al igual que Ciudadanos, quedarse como "muleta" del socio bipartidista que les corresponda (PP o PSOE) puede ser el principio del fin. De caer en la irrelevancia.
El problema de Unidas Podemos, y de Pablo Iglesias, es que esta realidad, en su caso, parece mucho más cercana. Las luchas intestinas, la salida de Íñigo Errejón y de otras figuras importantes del partido, los pésimos pronósticos de las encuestas, la no renovación de alianzas electorales con socios regionales (como es el caso de Compromís), y sobre todo las dinámicas de voto útil favorables al PSOE delinean un panorama en que resulta improbable que Podemos repita los resultados de 2016 (67 diputados, si restamos los cuatro de Compromís); siquiera que pueda acercarse.
Paradójicamente, el punto de partida es tan bajo que cualquier cosa que no confirme los pronósticos más funestos tal vez sirva para salvar los muebles a corto plazo. Por ejemplo, si Podemos obtiene 35 diputados y el PSOE 135, junto con Compromís y el PNV esto permitiría gobernar a ambos partidos. Así que Podemos es fundamental para las cuentas del PSOE, que juega a un peculiar juego de absorber votantes de Podemos, intentando, al mismo tiempo, que los votantes abstencionistas de Podemos que jamás votarían al PSOE acaben movilizándose y votando a Podemos... para que Podemos, a su vez, vote la investidura de un presidente del PSOE. A largo plazo, es muy posible que las cosas se pongan peor para Podemos. Pero por lo pronto, ser útil podría constituir el umbral del fracaso de Podemos. Que sean necesarios para configurar una mayoría de Gobierno (e incluso entrar en dicho Gobierno).
Finalmente, queda Vox. Este partido tiene una gran ventaja en comparación con los anteriores, y es que carece de pasado electoral, y el poco que tiene es un referente respecto del que sólo puede mejorar. El principal enemigo de Vox es las expectativas que se han generado con este partido, aunque en los últimos días tiendan a relativizarse un tanto. Con todo, casi cualquier resultado que implique obtener escaños en circunscripciones que no sean la de Madrid (donde parece evidente que sacarán varios diputados) es salvar los muebles. Y a partir de ahí, todo son éxitos para el partido: conseguir un 10% de los votos sería un éxito; superar a Ciudadanos constituiría una gran victoria; contribuir a una mayoría de las tres derechas, también. Y ya verán qué risas, en tal caso, cuando Vox exija entrar en el Gobierno tripartito de las derechas y Ciudadanos defienda que ellos no tienen un pacto con Vox, ese partido del que usted me habla, y que se sienta en el Consejo de Ministros con nosotros.