Después de décadas, muchos han comprendido el valor de las demandas vecinales en el desarrollo de la ciudad. Es fácil verlo a posteriori, pero el jardín del Turia, vertebrador de barrios diversos, el Saler per al poble o la recuperación del Cabanyal fueron triunfos de la sociedad, luchas urbanas, a las que se respondió de manera más o menos inteligente desde las administraciones públicas.
Es evidente que ahora nos parecería una barbaridad ver el río como una gran autopista pero aquello no fue realidad por muy poco. Aún sufrimos las consecuencias de atrocidades infraestructuristas como al Plan Sur que partió nuestra huerta más fértil o el expansionismo de los muelles que dejó sin playa a Nazaret. No podemos evaluar el pasado con el conocimiento y los valores actuales, pero hoy en día esas actuaciones serían impensables.
El caso del PAI de Benimaclet ha despertado un saludable debate entre modelos de ciudad y orientaciones políticas. Más allá de innecesarias muestras de desprecio hacia posiciones contrarias y el trabajo de algunos, pienso que en general es muy sano que estas cuestiones se discutan de manera pública y que se incorporen las demandas y los deseos de la ciudadanía en los procesos de decisión. El urbanismo como bien público tiene que ser liderado por el Ayuntamiento de una manera abierta, equilibrando cargas y retornos.
Si el PAI de Benimaclet supone una oportunidad para ensayar nuevas fórmulas de pensar y construir ciudad (como proponen las arquitectas Andrea Ariza Hernández, Nerea Febré Diciena, Júlia Gomar Pascual, Lorena Mulet Delgado, Paula San Nicolás Palanca, Paula Server Llorca y Julia Pineda Soler), ¿porqué no trasladar los aprendizajes a los demás grandes proyectos urbanos?
Todavía hoy, tras casi seis años de gobierno de coalición, València carece de un plan de ciudad. No hay todavía un documento consensuado y participativo que establezca prioridades y objetivos metropolitanos marcando una orientación hacia el futuro. Hay misiones y capitalidades varias, pactos de coalición maltrechos, y poca cosa más. Llegamos otra vez tarde, habiendo despreciado la oportunidad de vehicular ese proceso generando una carta de capitalidad, que en su versión opaca y tecnócrata, está ya tres años en el cajón.
La pandemia y la crisis tampoco parece que hayan despertado el interés por planificar a largo plazo y aprovechar esta oportunidad de transformación sin cometer los mismos errores que en la crisis anterior. Es necesario que las ciudades tengan voz y voto en la recuperación posible. València está también ausente en la discusión global.
En medio de este debate urbanístico que es también un debate sobre el derecho a la ciudad, se anuncia que se acaba de autorizar la construcción un gran centro comercial y de ocio en el barrio, acuñado comercialmente, de Turianova. Un gran complejo para el consumo sobre unos terrenos de 77.000 metros cuadrados, junto a la construcción de 1.200 viviendas.
Y el anuncio nos devuelve a la realidad. Porque Benimaclet es un oasis democrático gracias al trabajo y a la presión de multitud de entidades y personas individuales. Donde todavía no hay vecinos o aquellos no están tan organizados, las decisiones se siguen tomando sin participación ni transparencia.
Aprovechemos de verdad para trasladar lo aprendido en Benimaclet, y lo que queda por aprender, a los otros grandes espacios urbanos en transformación y a la definición del futuro de la ciudad. Abramos, por favor, la discusión de una vez. Mientras, avanzo, de nuevo, mi opinión: deseo que València crezca (aquí, cinco razones). Pero no así.