VALÈNCIA. En pocos espacios de la ciudad está tan latente la huella del rey fundador Jaime I. Lo paradójico es que no es ciudad en sentido estricto; es València pero no ciudad. Borbotó fue una donación del rey conquistador que llegó a manos de los templarios, los caballeros que le formaron cuando era sólo un niño en la dura e inhóspita Huesca medieval, en el castillo de Monzón. Borbotó fue, pues, tierra de templarios, junto a las antiguas alquerías de Moncada, Alfara, Carpesa, Massarojos y Benifaraig. En el caso de Borbotó, el rey le concedió el lugar primero a Guillem de Caportella, y no sólo le dio las tierras sino también los hornos y el molino; el pack completo.
Fue Guillem de Caportella quien a su vez se la dio a los templarios, en principio como donación (así lo constató el historiador del XVIII Joseph Villarroya citando al “maestro Francisco Diego”). Los templarios se establecieron con escritura del 30 de agosto de 1258, de la que dio fe el notario Pedro Pablo. Un estudio de los historiadores Enric Guinot y Ferran Esquilache mostraba cómo fueron estos caballeros religiosos los que trajeron a los repobladores, cuyos descendientes son el origen de estos pueblos. Las hondas raíces, como comenta el arquitecto Vicente González Móstoles, presidente de la comisión de Patrimonio del CVC, se corroboran cuando uno pasea por los cementerios de estas pedanías, donde descubre cómo se repiten apellidos.
La presencia de Borbotó ha sido constante en los diccionarios históricos desde que apareció su nombre en los documentos del siglo XIII. De ella daba fe el botánico Cavanilles en sus Observaciones sobre el Reyno de Valencia de 1795. La citaba junto a Benifaraig, Carpesa y Tavernes Blanques y destacaba que tenía cultivo de secano. Hoy Borbotó forma parte de los Pueblos del Norte, el distrito de València que tiene nombre de reino de Juego de Tronos, junto a Carpesa, Massarrojos, Benifaraig, Mahuella, Casas de Bárcena y Poble Nou.