Hace siete meses que debutó en CulturPlaza esta sección centrada en convertir recuerdos profesionales en historias, trazando líneas que unen a Valencia con Londres, Nueva York o Madrid a través de personajes que forman parte de mi trayectoria profesional y vital.
Atrapando recuerdos mientras anochece en El Saler
Es cierto que los recuerdos no pueden esperar, aunque nada es tan sencillo como parece. A veces, acuden a ti, pero en ocasiones, en muchas, hay que salir a buscarlos. Sólo entonces, cuando están localizados, tienen prisa por salir de mi cabeza convertidos en palabras que cualquiera pueda leer. Cazo mis propios recuerdos en muchos lugares, usando siempre el mismo plan. Camino escuchando música, provocando la irrupción de esas historias mientras activo mis emociones y me pierdo en mí mismo a un nivel mucho más profundo de lo que lo hago habitualmente.
Mi método predilecto para salir a atrapar mis propios recuerdos es caminar por El Saler. Las mañanas de verano antes de que llegue el calor son perfectas, pero no se pueden comparar a las tardes de invierno, cuando anochece tan pronto y el paisaje se transforma en una colección de misterios. Los bosques de El Saler a oscuras me recuerdan a portadas de discos con imágenes nocturnas. Country Life, de Roxy Music, y las chicas en ropa interior sorprendidas por una linterna en un claro del bosque. Los cuatro personajes desperdigados entre árboles iluminados artificialmente que aparecen en Crocodiles de Echo & The Bunnymen.
Desde esta sección, se me permite contar cada domingo historias que hablan de mí, de mi trayectoria profesional, de la gente, los lugares y los momentos que han sido y son importantes en mi vida; de encuentros con artistas a los que admiro y de episodios que fueron trascendentales. Estos artículos me permiten trazar varias líneas –me gusta mucho abusar de frases como “la línea invisible que…”- que van del pasado al presente, de Valencia a Madrid y de Madrid a Londres y Nueva York y vuelven a Madrid para terminar encontrándose todas en El Saler. Líneas que conectan lo real y lo irreal, lo personal y lo público, lo local y lo universal, siempre con forma de recuerdos más o menos lejanos que, como ya expliqué aquí mismo, tomaron prestado el título de una canción de Talking Heads para poder ir agrupándose en este apartado de CulturPlaza.
El primer artículo de esta sección apareció el pasado mes de mayo; parece que haya transcurrido un siglo desde entonces. Siete meses de recuerdos que no podían esperar y también de algunos que eran un reto a mi memoria. Digo que parece que haya pasado un siglo porque en todo este tiempo he ido desenterrando vivencias y lanzándolas al ciberespacio como mensajes en una botella flotando en ese mundo virtual que nunca sabemos ni dónde empieza ni dónde termina. Estos textos surgen como un encargo que yo mismo he provocado y lo hacen en el momento exacto, con el suficiente número de años vividos como para saber mirar hacia atrás sin dejar de mirar hacia adelante.
Llegué a Valencia Plaza con una lista de nombres propios unidos a recuerdos y una idea de cómo contarlos. A través de un buen amigo, José Luis Folgado, pude contarle a Cruz Sierra la idea. A Cruz le gustó la propuesta y convinimos que quizá lo más acertado era desarrollarla en la versión digital de la publicación y que formase parte de CulturPlaza. Eugenio Viñas y Carlos Aimeur me ayudaron a ir encajando aquel listado en el siempre complejo contexto del periodismo digital. Ambos creían en las posibilidades de la sección y han sido, junto con el entusiasmo de Cruz, imprescindibles para terminar de darle forma.
Aquí he contado cuando asistí a la reunión por sorpresa –y durante una única canción- de Velvet Underground en París en 1990; he hablado de cuando conocí a los miembros de Nirvana durante su visita a Valencia en 1992. He rememorado una persecución camuflada a John Cale que nos llevó a él y a mí y a algunas personas más a cenar en la Malvarrosa una noche de primavera hace 23 años.; y una entrevista sin colchoneta de seguridad con Lou Reed en los estudios de TVE en Prado del Rey, que pudo haberme costado un disgusto y desembocó en un emocionante abrazo. He vuelto a estar con Keith Richards y otros stones en un lujoso hotel de Milán, y con los Pixies en Benimaclet, en el antiguo Arena Auditorium. He rememorado mis batallitas con Grace Jones, Madonna y Debbie Harry. He hablado de canciones que cambiaron mi vida en pleno inicio de la transición democrática de este país y también he reflexionado sobre cómo se extingue el mundo del cual vengo y al cual pertenecen muchos de mis santos artísticos.
Gracias a esta sección pude contar cuál es el nexo entre Carlos Berlanga y el ya desaparecido Hotel Londres, mi admiración juvenil por Ana Curra y cómo tres décadas después de haberla entrevistado una y otra vez para mi fanzine acabé invitándola a hablar sobre la importancia del punk para la visibilidad femenina. Recordé la primera visita a casa de Camilo Sesto en Torrelodones, así como los hitos artísticos de un artista llamado Moli que es también uno de los grandes amigos que hice durante mis años en Madrid. Y alabé una vez más a Chico y Chica, ese gran grupo de pop de los cuales, tan apasionado como me puse al escribir sobre ellos, olvidé decir que los tuvimos cenando en un vegetariano cercano a la Torres de Quart, hace ya algunos años, después de participar en un seminario sobre música y empresa de la Facultad de Económicas de la Universitat de València.
Valencia también ha sido protagonista en algunos de esos textos. La iglesia de Santa Catalina como testigo de mi primer acercamiento profesional a la música en aquella tienda llamada Harmony, cuando ésta ocupaba un edificio que ya es historia, como tantas otras cosas insertadas en estos enlaces. Las vivencias junto a Glamour, el primer grupo de rock con el que tuve una relación cercana y que me proporcionó amistades que los años han convertido en algo duradero y más necesario de lo que puede expresarse en una sola frase. Las noches en Brillante hace años; las noches en Electropura hoy. Jorge Albi y aquellos días cuando yo intentaba desenvolverme frente a un micro.
Los recuerdos no pueden esperar, ya lo sé, y sólo espero poder seguir dejándolos marchar durante el año que viene. Ahora mismo, durante estas tardes de invierno que en realidad son noches, salgo a atrapar mis propios recuerdos, acompañado por aquella respuesta de Andy Warhol cuando le preguntaron sobre el paso del tiempo y contestó: “El tiempo es, el tiempo era”.