La UE debe luchar por no quedarse descolgada de la dinámica global, que tiende hacia un sistema bipolar Estados Unidos-China
Ha pasado ya un mes desde que se eligiera al nuevo Parlamento Europeo (PE) y todavía no se ha llegado a ningún acuerdo respecto a quién encabezará la nueva Comisión Europea que deberá ponerse en marcha después del verano. Hace cinco años, Jean-Claude Juncker fue elegido de forma casi automática, al haber conseguido su partido (el Partido Popular Europeo, PPE) una clara victoria. Por primera vez se aplicó un acuerdo informal que daba la presidencia de la Comisión al cabeza de lista (en alemán el “spitzenkandidat”) del partido ganador de las elecciones que consiguiera formar una coalición en el PE y que fuera aprobado también por el Consejo Europeo. Como todos sabemos, el resultado de esta convocatoria de elecciones al PE no ha sido tan claro (gráfico 1). Así como en 2014 entre el PPE y el S&D (o Alianza de Socialistas y Demócratas) obtuvieron la mayoría absoluta, en esta ocasión precisarían de un pacto con el Partido Liberal Europeo, antes conocido como ALDE y recién bautizado (por Emmanuel Macron) “Renew Europe”, para obtener dicha mayoría. Tal y como pudo verse hace unos días, aunque el cabeza de lista del PPE, el alemán Manfred Weber, reclama ser el nuevo sucesor, ni él ni los cabeza de lista del segundo y tercer partido, el nerlandés Frans Timmermans y la danesa Margrethe Vestager, han logrado aún el respaldo necesario.
Este domingo día 30 se va a realizar un segundo intento por lograr un acuerdo. Pero, independientemente de que se consiga, lo cierto es que el nuevo PE y, por ende, el nuevo presidente de la Comisión, han sido votados por una mayor proporción de europeos. Como puede verse en el gráfico 2, en esta ocasión se ha invertido la tendencia y el porcentaje de votos aumentó en toda la Unión Europea 8 puntos, del 42.6% al 50.6%. En España dicha participación creció casi 17 puntos, llegado al 60.7%. El resultado ha supuesto un cambio en la tendencia, celebrado con cierto alivio en las instituciones comunitarias, puesto que supone un aumento en la legitimidad.
¿Qué le espera a la nueva Comisión Europea? Son diversos los documentos que han aparecido en las últimas semanas enumerando los retos que se presentan para el ejecutivo comunitario. Por un lado, el “think tank” Bruegel ha elaborado una “agenda” firmada por Maria Demertzis, André Sapir y Guntram Wolff, junto con otro escrito, más específico, sobre la soberanía europea y cómo gestionarla. Por otro lado, el Fondo Monetario Internacional acaba de publicar un informe sobre cómo reforzar a la Unión Europea para que pueda afrontar mejor nuevas crisis. Aunque cada uno incide en puntos diferentes, todos tienen en común que la Unión Europea debe aumentar su fortaleza política y económica si no quiere quedarse descolgada de la dinámica global, que camina hacia un sistema bipolar protagonizado por Estados Unidos y China.
Un primer reto sería interno: si bien tras la crisis ha mejorado la coordinación de las políticas macroeconómicas en la UE y, en especial, en la eurozona, es necesario consolidar la unión monetaria antes de que llegue una nueva crisis, de manera que contemos con instrumentos de estabilización con dimensión europea. Sin embargo, los países miembros (o la mayoría de ellos) siguen sin haber realizado las reformas estructurales necesarias para minimizar el impacto de las crisis y acelerar la salida de las mismas. El FMI insiste en que los mercados de productos siguen en exceso regulados y compartimentados; por otro lado, continúa siendo difícil crear una empresa en muchos países europeos, mientras que las reformas en el mercado de trabajo han sido incompletas.
Desde la óptica externa y ante la inestabilidad internacional derivada de la guerra comercial, más o menos declarada, entre Estados Unidos y China, la UE debe mantener su defensa del sistema multilateral, a través de la Organización Mundial de Comercio (OMC). La UE continúa siendo el mayor bloque comercial del mundo y el más abierto, y es ahí donde reside su fortaleza. A falta de una política de defensa comercial mundial, la OMC es el garante de la salvaguardia de los derechos de propiedad intelectual y el mayor freno a las subvenciones más o menos encubiertas de China, o frente potenciales subidas de aranceles de Estados Unidos bajo diversos pretextos. No obstante, la UE se encuentra, ahora mismo, fuera de los dos principales complejos de la llamada economía de la plataforma: el americano GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) y el chino BATX (el motor de búsqueda Baidu, Alibaba, el proveedor de servicios de internet Tencent y el fabricante de móviles Xiaomi). Es necesario cambiar algo en Europa para que nuestros “unicornios”, si es que los tenemos, no se desarrollen en Estados Unidos.
Hay otros retos que sería largo enumerar, pero están todos ellos relacionados con los anteriores: conseguir crecer y converger a la vez; que dicho crecimiento sea sostenible tanto en términos de las finanzas públicas como del medio ambiente; mejorar la base de investigación en la UE y la formación de nuestros trabajadores y graduados… El desafío es apasionante y, paradójicamente, Juncker va a resultar difícil de sustituir, al menos en la forma. ¿Cambiará también el fondo de la nueva Comisión Europea? Sólo el tiempo lo dirá.