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los días de los otros

Los últimos años de Sándor Márai o el desprecio por la vejez

7/06/2017 - 

VALÈNCIA. Sándor Márai, el escritor húngaro que fue capaz de explicar aquello que le sucedía a la burguesía centroeuropea cuando se desmoronaba, se suicidó de un tiro en la cabeza el 22 de febrero de 1989, en San Diego. Lo hizo por cansancio y por tristeza. El primero, provocado por una larga vida detectando los errores y las alegrías de todo un continente; la segunda, surgida tras la muerte de su mujer Lola con la que había compartido seis décadas de su vida. 

Los Diarios que publicó la editorial Salamandra en el año 2008 son los últimos que el escritor, dramaturgo y periodista escribió, pues abarcan los cinco últimos años de su vida: desde 1984 hasta 1989. Sin embargo, son los primeros traducidos al español por Eva Zsofia Cserhati. Es por ello que el tono general de los mismos es apesadumbrado y, en ocasiones, ciertamente agónico. El diario de aquel 1984 comienza con una entrada con referencia literaria incluida:

7 de enero
Empieza el año que da título al éxito de ventas de Orwell. Si bien su vaticinio no se ha cumplido, a cambio se ha impuesto la realidad diaria: el terror nuclear. 

 
Resulta conmovedor leer ahora esta entrada, cuando nuestro 2017 se ha revelado también como el año en el que la obra de George Orwell -aquella distopía escrita en 1948 que narraba los totalitarismos del siglo XX- vuelve a ser un éxito rotundo de ventas, propiciado por el ascenso al poder de un tipo casi tan terrorífico como la carrera nuclear: Donald Trump. ¿Qué hubiera pensado Márai de Trump? En el diario abundan las entradas repletas de lucidez. Por ejemplo, aquellas que dedica al mundo editorial y al oficio de escritor. 

Hoy en día, el escritor que intenta crear algo diferente de lo que la industria de consumo produce para alimentar a los lectores es como el cojo que anda con prótesis, pero de todas las formas intenta presentarse a una carrera de cien metros.

En la literatura no existe la democracia; sólo hay solistas. El escritor que decida cantar en un orfeón descubrirá que su voz no se distingue del coro. 

Hoy en día, en el mundo literario quedan pocos caballeros: casi todos quieren aparentar más de lo que son y apropiarse de lo que no es suyo.

Los diarios reflexivos de Márai están repletos de amargura. En el año 1948 -el mismo por cierto en el que Orwell escribe 1984- Sandor Márai y su esposa se exiliaron de la Hungría comunista. Tras un largo periplo por Europa llegaron a San Diego, California. Allí vivirían hasta el final de sus días. Cuando los nazis tomaron el poder, Sándor fue uno de los primeros que denunciaron a Hitler a través de sus artículos. En una de las entradas de sus diarios de aquellos años, Márai afirmaba con ironía:

Los alemanes son magos. Han acertado a realizar el milagro de que cualquier ser humano decente espere honestamente y lleno de anhelo a los rusos, a los bolcheviques que llegan como libertadores.

Así pues, Márai señaló las atrocidades de ambos bandos. Sin ambages. Ello le acarreó, con la ocupación soviética de Hungría, una suerte de censura. Pronto fue tildado de burgués, de decadente, cosmopolita. Márai y su mujer no encajaban en esa sociedad colectivizada que estaba bajo el yugo comunista. En el exilio siguió escribiendo e incluso colaborando en la emisora Radio Europa Libre. Sin embargo, poco a poco, con la muerte de sus más allegados y una vejez que acechaba, Márai se fue apagando. El 4 de enero de 1986, Lola Matzner, su esposa, muere tras una larga enfermedad. Un mes después, Márai escribe una de las entradas más inconsolables y desoladoras que puedan leerse:

Soy viudo, algo extremadamente grotesco. Vivo la realidad como antes, en primera persona del singular. Hemos estado juntos durante sesenta y dos años y ocho meses, el tiempo que ha transcurrido desde que “firmamos”. Fuimos hippies antes de tiempo, pues no celebramos una boda propiamente dicha, sólo “firmamos” un documento. (…) Durante seis décadas hemos estado siempre juntos, despiertos y dormidos, físicamente y de otras maneras, en todo tipo de circunstancias, y en cada ocasión nos hemos apoyado mutuamente mientras pasábamos por situaciones miserables o prodigiosas: siempre juntos. Ahora me encuentro solo, en un vacío similar al que rodea al astronauta en el espacio, donde ya no actúa la gravedad que lo mantenía sujeto a la Tierra. Todo flota, él mismo, los objetos, el mundo. 

Uno de los temas que más obsesiona a Márai en estos diarios es la maldad que, según él, acompaña al inhumano negocio de la medicina en Estados Unidos. Será este temor de acabar en esas manos frías del negocio médico el que le impulsará a comprar una pistola con la que se quitará la vida. 

La obra de Sándor Márai fue recuperada a comienzos del siglo XXI en España por la editorial Salamandra. Gracias a su labor, el húngaro volvió a la mesa de novedades de todas las librerías y los medios se hacían eco de sus extraordinarios libros: El último encuentro, La mujer justa, Confesiones de un burgués, La herencia de Eszter, El amante de Bolzano, Divorcio en Buda... Márai no fue un escritor maldito, tampoco una víctima política ni un marginado. Fue, más bien, un escritor burgués, culto y sereno que amó durante más de seis décadas a una misma mujer. Un hombre que al llegar a la vejez y perder al amor de su vida, decide que no tiene sentido existir. Esos últimos años de Sándor y Lola me recuerdan irremediablemente a la película dura y seca que rodó Michael Haneke en 2012, Amor.

La última entrada del escritor está  anotada a mano en estos diarios. Después escribió una carta a su editor en la que decía que no podía más, que la debilidad no desaparecía y que deseaba evitarlo. Esta última entrada, concisa y seca, es de una dignidad absoluta. Ojalá todos pudiéramos escribir algo así como despedida del mundo:

15 de enero de 1989
Estoy esperando el llamamiento a filas; no me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora.
 


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