No parece invierno en Castelló. Temperaturas frescas, sin pasarse, y un sol de justicia cayendo desde el cielo. Ayer disfruté paseando a Pancho, caminando lentamente por el Parque Ribalta, escuchando atentamente la radio. El día de la Lotería de Navidad es el punto de partida real de las celebraciones navideñas. Cuando regresamos a casa, los sonidos de los patios interiores eran los mismos, el sorteo de la lotería, las niñas y los niños cantando los números, el ruido de las bolas en su bombo, la radio feliz, emitiendo noticias felices. Porque el 22 de diciembre siembre es un día bueno, toque o no toque la lotería, hay cierta magia en el gran sorteo del año, hay alegría en medio de tantos grises.
Hay muchas navidades, tantas como miradas y corazones. Navidades cercanas, lejanas, abrumadoras, ruidosas, hilarantes. Navidades luminosas, oscuras, plenas, vacías. Navidades que marcan los últimos días del año, que llenan las calles de luces, y de sombras, de atronadores villancicos y agobiantes símbolos navideños, fetiches de la felicidad que se persigue. Navidades copiosas que deslumbran y que al mismo tiempo pueden apagar todas las luces. Navidades que agotan, que se imponen sin la posibilidad de escapar, que insisten en la vida que no existe, en la felicidad que existe y en la no deseada. Navidades de excesos indecentes que sobrepasan, ofuscan. Navidades ausentes y solitarias que se sientan a la mesa en silencio. Fiestas que duelen en muchas casas, en demasiadas vidas. Navidades que aprietan hasta asfixiar porque son más días de sufrimiento, escasez, pobreza, injusticias, desigualdades. Días para la solidaridad, empatía y reflexión. Navidades infantiles, inocentes, soñadoras, esos días en los que una sonrisa ilumina el aire y se convierte en el mejor regalo.
Hay Navidades solitarias que trinan de tristeza, otras gruñen por el exceso de ruido y afectos. Celebramos lo que somos y no somos, lo que tenemos y no tenemos. Y cambiamos de año pretendiendo ser mejores, impulsados al cambio, a la construcción de ese imaginario del peso ideal, los sentimientos ideales y las buenas intenciones. Los mejores deseos se esfuman con las burbujas del cava tras cumplir con el ritual de la fiesta. Hay quienes mudan de piel cada año para seguir avanzando en las casillas de este juego. Y hay quienes sienten profundamente este paréntesis como una catarsis que purifique el ambiente.
Nada cambia cuando se apagan las luces. Volvemos, un año más, a retirar las guirnaldas, belenes y la música celestial. Volvemos a la angustia cotidiana de los días que corren sin tregua y también al sosiego de la normalidad. Regresamos a esa realidad que nos gusta y a esa otra realidad que nos espanta. Anhelamos calma, salud, amor y firmeza en el nuevo año. Brindamos por la buena convivencia, por la buena estrella. Intentamos espantar la incertidumbre, los malos augurios. Pero hay momentos en los que seguimos siendo lo mismo, esa masa que avanza con los ojos cerrados, ese ensayo de la ceguera que un día nos enseñara José Saramago y que nos recuerda la importancia de vivir con la mirada y las manos siempre abiertas.
Ayer comimos un buen puchero. Carmen dedicó toda la mañana, y parte del sábado, a elaborar este manjar. Acompañamos el calor de este plato con una ensañada de escarola, con su ajo picado y regada con un buen aceite de oliva virgen extra de Les Useres y vinagre de vino añejo. Deliciosa. Tras el caldo, festejamos el festival del menudeo y la grandeza de las verduras, garbanzos, tocino, morro, lengua de ternera… Y acabamos degustando los postres celestiales de nuestro querido amigo Rafael, Rafa, el mejor cocinero y la mejor repostero y confitero. (Quedamos con él ayer antes de comer, era la primera vez que nos veíamos en otro lugar que no fuera el Bar Canyero de Morella. Añoramos esos encuentros con Olga, Mari, Ivana, Fanny, Raque… ). Bueno, pues Rafa se presentó con una enorme bolsa cargada de joyas pasteleras. Rollos de anís, un pequeño panetone, coca, trufas, mermelada de melocotón de Cabanes, y chuches para mis cuatro nietos. Un placer para los sentidos.
Carmen sacó las dos copitas de espirituosos para apurar la última botella de absenta de Segarra, de Xert. Suspiramos después de beber un sorbo y degustar el tesoro de Rafa, pensando que han llegado otras navidades, otros encuentros familiares múltiples. Carmen celebra, como yo, la cena de Nochebuena. El resto de los días suele quedarse sola en su casa de Castelló. Pensamos, sin remedio, en quienes no pueden celebran nada. Sentimos que estos días sean pura fantasía.
Buena semana. Buena suerte.