Ganar es de horteras, dice la sabiduría popular contemporánea. Un enfoque similar proponer Losers, una serie documental de Netflix que aborda pequeñas historias deportivas relacionadas con la derrota. Una patinadora sobre hielo negra que se enfrentó a jurados que no le encontraban "elegancia", un boxeador con alma de poeta obligado a subir al ring, equipos de fútbol de tercera regional y sus gestas eternas que acaban con ellos encerrados tres días en el casino... El deporte de los mortales y no el tan cacareado de los astros
VALÈNCIA. Por mucho que se explique, hay gente que no lo entiende. La victoria de Grecia en la Eurocopa de Portugal, ganada en la final a un anfitrión plagado de estrellas internacionales, es uno de los acontecimientos deportivos más bellos de la historia. No solo por obtener el título, no todo es ganar, también por cómo se logró: metiendo diez tíos a defender. Los sibaritas del balompié se llevarán las manos a la cabeza al oír esto porque tal vez entiendan de fútbol, pero no de la vida.
La serie de Netflix de documentales de veinte minutos Losers (Perdedores) de Mickey Duzyj aborda este concepto, la relación del deporte con la vida, con lo interesante de la existencia, y no con el ordinario hecho de ser la polla. Son reportajes y entrevistas sobre figuras del deporte que por lo que sea no pudieron contarse entre los guays, los triunfadores, los mejores, los que están en la cresta de la ola, pero que alcanzaron metas en los corazones, por cursi que parezca.
Concretamente, el segundo capítulo está dedicado al equipo de fútbol Torquay United, de la Liga Nacional inglesa, que es el equivalente más o menos a Regional Preferente en España. La historia que se cuenta es de una belleza incalculable. Ojalá tuviéramos documentales sobre proezas como esta de clubes de ese nivel españoles.
Club del suroeste de Inglaterra, jamás en su vida el Torquay había peleado en los primeros puestos de la tabla, ni siquiera había hecho temporadas tranquilas quedando por la mitad. Dice un aficionado: "quien quiera verlo ganar es que es idiota". No se es del Torquay para proyectar la megalomanía que todos llevamos dentro, para vencer y vencer y acabar conquistando el continente; se es del Torquay por inmarcesibles claves filosóficas fuera del alcance del futbolero medio.
Sin embargo, cuando años atrás se instituyó el descenso también en su categoría, la última, peligró la existencia del equipo, que ya alternaba profesionales con semiprofesionales. En aquella época, viajaban para disputar los partidos todos metidos en una furgoneta. Iban por la carretera con las piernas fuera del vehículo, sacadas por la ventana, porque no cabían.
En el partido clave de esa temporada, con tres equipos candidatos al descenso, se lo jugaban todo en casa. A los veinte minutos, iban perdiendo 0-2. Era el Torquay, era así. No obstante, el público se empezó a enfadar. Arrancaron las vallas del campo y las lanzaron al terreno de juego. Tuvo que intervenir la policía.
Los agentes se situaron en la banda con sus pastores alemanes mirando a los hooligans. En esto, el partido se puso 1-2 con un gol de falta que pegó en un rival, despistó al portero, y entró. Lo que se conoce como "de rebote". Su máximo rival iba perdiendo, lo estaban escuchando por la radio. Un gol les haría mantener la categoría Regional Preferente.
Jugando desesperados, atacando como pollos sin cabeza, un balón salió de banda. Jim McNichol fue corriendo hacia él para sacar rápido. Justo ahí había un policía con un perro, el animal estaba muy bien adiestrado, pero no lo suficiente para distinguir si un tío corriendo a toda velocidad hacia ellos era aficionado o futbolista. Total, en cuanto fue a por la bola, que cayó a las patas del perro, el animal mordió con toda su alma al delantero.
Le desgarró el músculo, con medio pantalón incluido. Jugadores y médicos arrugaban la cara cuando lo veían. Por eso el delantero se dio cuenta de que era grave lo que tenía, que eran agujeros de varios centímetros. La situación deportiva era tan crítica, no obstante, que tuvo que seguir jugando con un torniquete y la sangre chorreando. El árbitro, por este percance, prolongó el partido cuatro minutos más. Ahí estuvo la clave inmortal de la velada.
Contando cada segundo, un balón cayó al área en el último minuto del tiempo añadido, rebotó en varios defensas y un delantero local la enchufó. Gol. El equipo seguiría en Regional Preferente. La gente saltó al campo, manteó a los protagonistas. Fue fiesta en toda la ciudad. La gente hacía la conga por las calles. El autor del gol, que se divorció un año después, estuvo tres días sin volver a casa y quemó su salario en el casino.
Con las entrevistas a todos los protagonistas, a los que se han ido a buscar a las tabernas del municipio, el documental es dicho mal y pronto un verdadero pasote. Los ancianos que llevaron a cabo esta gesta ochentera con sus bigotes y sus mullets están orgullosos porque la hazaña es más recordada que los triunfos con copita de otros equipos. Pasados los años, pasadas las décadas, ese partido ha terminado siendo más importante, legendario. Es un triunfo de perdedores. Aparte, yo jamás he visto una historia futbolística en la que el héroe sea un perro. De hecho, como tal le trataron después del partido.
En el resto de capítulos se narran historias en estos términos. Michael Bentt, boxeador, cuenta cómo su padre le obligó a meterse en ese deporte porque era un fanático de Mohamed Alí. El niño era sensible y asustadizo, pero tuvo que echarle arrestos y subir al ring. Una vez que le dijo de dejarlo, su padre arrancó la antena de la televisión y le dio una paliza con ella. Paradójicamente, tuvo que hacerse profesional del boxeo para ganar dinero y poder escapar de esa casa. En una ocasión que le noquearon y acabó en coma, su padre dijo que ojalá se muriera "el niño-coágulo". Cuando los médicos le dijeron que se iba a quedar vegetal si recibía el más mínimo golpe, lo que sintió fue alivio, descanso. Es la historia de un tío que tuvo que concentrarse para ganar combates de boxeo, deporte que no le gustaba, para huir de su padre que era quien le obligaba a boxear. Una paradoja de narices. Esas victorias, ganar combates de boxeo porque odias el boxeo, son más que gestas deportivas. Son otra cosa.
Igual que el caso de Surya Bonaly. Una niña adoptada en Francia que era negra. Destacó en todos los deportes, pero el que le fascinó fue el patinaje artístico. Hacía saltos de todo tipo, todos perfectos. Sin embargo, eso no era suficiente para los jueces. Le exigían "musicalidad", más "elegancia", en definitiva, que no fuese tan negra y que fuese más femenina. Por mucho que se esforzó, Bonaly nunca logró el oro, pero en su último torneo, obsequió a los jueces con una serie de saltos hacia atrás fuera del reglamento en un troleo épico y sin precedentes. Nota aparte es que ninguna otra patinadora era capaz de hacerlos.
Curling, golf... gran variedad de modalidades deportivas e historias similares jalonan el resto de capítulos emitidos, ocho en total. Un enfoque realmente original sobre el más que saturado mundo de las historias humanas del deporte. Divertido y en episodios con una realización ágil y rica en fuentes. En fin, para descubrirse ante ellos.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado