VALENCIA. La influencia de Lou Reed llegó a mi vida a los 14 años y estoy convencido de que ni yo ni mi vida seríamos lo mismo si esto no hubiese sido así. Hay una canción suya grabada con The Velvet Underground titulada Rock & Roll que trata de cómo la música puede cambiarte si se cruza contigo en el momento adecuado, ese que transcurre entre la pubertad y la adolescencia y más allá. La vida de la protagonista fue, según dice la letra, salvada por el rock & roll; a mí, si alguien me salvó la vida, fue Lou Reed, al mostrarme el camino que debía seguir y ponerle palabras y sonidos a a lo que aún no estaba capacitado para comprender.
Después llegó el día en que empecé a escribir sobre música y a base de hacerlo aprendí a ser periodista. Lo que soy está tan estrechamente vinculado a lo que he escrito que creo que si todo eso se borrara o se perdiera para siempre, yo me desvanecería también. Pensé mucho acerca de esto hace dos años, cuando Lou Reed murió en un domingo como este. Pensé en que se había ido de este mundo la persona que me inspiró para que intentara ser quien tenía que ser, en el vacío que dejaba.
Uno de mis sueños adolescentes era conocer a Lou Reed y gracias a mi trabajo tuve ocasión de entrevistarle en varias ocasiones. La más importante–por esas carambolas que salen bien sin que sepas muy bien cómo-, la que me permitió expresarle en un par de frases esto que he contado antes, tuvo lugar en mayo de 1998. Arrancaba entonces Los conciertos de Radio 3, programa consistente en un concierto de 25 minutos retransmitido ese mismo día por la susodicha emisora y, poco después, por la segunda cadena de TVE.
Paco Pérez Bryan, director de Radio 3, apostaba así por la música en directo, dando cabida tanto a músicos de folk como a flamencos, a grupos de rock, de electrónica y de indie. Y a Lou Reed, claro, cuya visita promocional a Madrid, presentando el directo Perfect night coincidió con los primeros pasos del programa.
Era una propuesta humilde en cuanto a presupuesto y horario de emisión –aunque al principio y en ese aspecto TVE lo trató mucho mejor de lo que lo haría posteriormente- que permitió que actuaran en directo en un estudio de televisión Rosendo o Fangoria, pero también –al menos en los primeros meses, en una época previa al declive comercial de la industria del disco- a Placebo, Spiritualized o Smashing Pumpkins.
La única condición del management de Lou Reed para asistir a Los conciertos de Radio 3 fue que solo tocaría unos 15 minutos. Para cubrir los 10 restantes de emisión, Paco me propuso que le entrevistara. Yo era el redactor del programa, pero no tenía ninguna experiencia como entrevistador delante de una cámara. Así y todo acepté porque tengo mucho menos sentido común del que creo tener. Entrevistar a Lou Reed nunca fue tarea fácil para casi nadie; incluso cuando se mostraba amable, podía terminar hablando de lo que le daba la gana.
Como no contábamos con dinero para extras –para casi nada, en realidad-, le pedí a mi amigo Danny Faux que ejerciera como traductor simultáneo. La aventura no iba a ser fácil. Pero por algún tipo de alineación planetaria o de milagro ateo, Lou Reed se presentó en Radio Nacional de un excelente humor. Estuvo simpático con todo el mundo y muy colaborador en todo.
Cuando llegó el momento de la entrevista nos sentaron en dos sillas, uno frente a otro, una composición que me recordaba más a la de un cantaor flamenco y su palmero que a cualquier otra cosa. Intenté hace la mejor presentación posible hablando en inglés pero me salió algo parecido a la parodia de Martes y 13 cuando Garci cuando recogió el Oscar en 1982. Cuando me dirigí a él, le pregunté cómo estaba. Respondió: “bien, ¿y tú?”. “Un poco nervioso”, dije yo. A lo que Lou Reed contestó: “yo también”.
A partir de ese momento, los 10 minutos de entrevista fluyeron sin más daños que lamentar que los infligidos al idioma inglés por mi parte. Lou Reed fue consciente de la situación, debió apiadarse de mí y se comportó con generosidad. Me gustaría poder decir algo más en mi favor pero no soy capaz de ver aquello sin escurrirme en el sofá intentando huir de la vergüenza. he debido verla tres veces en 17 años, así que no puedo decir mucho más.
Lou Reed tocó con su guitarra algunos de sus temas clásicos, rodeado por un público que espero sea consciente del momento privilegiado que vivió. Estaba tan a gusto que al final se pasó por el arco de Washington Square el tiempo estipulado e interpretó más canciones de lo previsto. La noche perfecta trajo a los estudios de Prado del Rey una tarde única. Cuando terminó el concierto se retiró al camerino acompañado por Timothy Greenfield-Saunders, el fotógrafo que filmó el documental Rock & Roll heart contando su trayectoria, y también uno de sus amigos más cercanos.
Pasé por allí a despedirme y a darle las gracias por todo. Le llevé el primer disco de Velvet Underground para que me lo dedicara y aproveché para decirle lo que siempre había querido decirle. Greenfield-Saunders dijo algo tipo “¡guau!” y a continuación, visiblemente emocionado, Lou Reed me dio un abrazo. Mucho más de lo que jamás hubiera sido capaz de soñar a mis 15 años, lo suficiente como para recordarlo para siempre de otra manera.
Para él, seguramente, no fue más que un detalle minúsculo dentro de una vida enorme, eternamente unida a una obra más grande si cabe. Para mí fue uno de esos raros momentos en los que, de alguna manera, con una poesía muy parecida a la de las letras de Lou Reed, la vida te hace ver que cuando quiere también tiene sentido.