VALÈNCIA. Huele a la grasa hidrogenada de los gofres, al olor inconfundible del algodón de azúcar. También a los efluvios, tapizados por el aroma a perrito caliente y patatas fritas, de la grasa industrial que lubrica las atracciones de feria. Es verano y el cauce del río Turia está iluminado por las luces de los coches de choque, el saltamontes y las tómbolas. Por encima del todo, está la noria irrumpiendo en el skyline indefinido de València.
Entre el puente de la Exposición y el puente de las Flores hay bandadas de adolescentes, familias jóvenes y parejas sudando amor. Un locutor de radio, arrastrando mucho las erres y las eses, diría de la feria algo así como: «Un año más, pese a la covid, vuelve la feria de atracciones. Un pasatiempo que gusta a todo el mundo. Pequeños, mayores, adolescentes, a los abuelos, a los padres. A todo el mundo». El mismo locutor seguiría con una retahíla de sinónimos de “tradición” y un buen número de adjetivos veraniegos. Entre frase y frase, desde control técnico, tirarían de banco de sonidos para meter las desquiciantes bocinas de los autos de choque.
Llama la atención —llama la atención si eres millenial y tu única responsabilidad es entretenerte a ti mismo en vez de a un par de chiquillos de menos de once años— que las ferias de atracciones hayan recuperado su actividad, con todo el trasiego e ir y venir de personas compartiendo espacios, mientras que el ocio nocturno y los festivales de música siguen inertes. La Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) y la Unión de Industriales Feriantes de España (U.I.F.E.) han elaborado un protocolo, revisado por el Ministerio de Sanidad, que alberga las pautas a seguir por los Gobiernos Locales para el establecimiento seguro de los parques de atracciones. “Con ello, además de la apertura en condiciones de seguridad, se favorece la reactivación profesional del sector de los feriantes, duramente golpeado por la crisis pandémica y sin actividad desde hace prácticamente un año”, indican desde la FEMP. “El documento incide en que se trata de una actividad que se realiza al aire libre y si, además, se cumple con las medidas de prevención e higiene (uso de mascarilla, distancia social, higiene de manos y limpieza de las atracciones), el riesgo de contagio es bajo”.
El mencionado documento es una colección de diagramas sobre cómo entrar y salir del tren de la bruja respetando las medidas de distancia, o cómo subir en la noria sin tocar nada ni a nadie. La larga cola para acceder a la atracción, respetando metro y medio de distancia entre usuarios, es un excelente momento para recordar que el origen de la noria está datado en el año 200 a.c, aproximadamente. Su nacimiento no se sitúa en Europa —zona geográfica en la que se crearon las ferias y parques de atracciones— sino en Oriente Próximo, porque la susodicha noria era de agua, recurso natural muy bien dominado por aquellos pueblos.
Según el diccionario etimológico de Joan Coromines, ‘noria’ proviene del árabe nācûra, que significa ‘gruñir’. Se intuye que es una sonora metáfora del ruido que provoca la noria cuando da vueltas. Pasaron los meses, años, décadas y siglos y el invento creado para extraer agua y generar fuerza, se convirtió en la noria de feria.
En 1893, durante la Exposición Universal de Chicago, el ingeniero George Washington Gale Ferris presentó su noria, aka rueda de la fortuna, rueda de Chicago, vuelta al mundo, viaje a la luna, rueda moscovita, estrella, rueda gigante o rueda Ferris, un ingenio de setenta y cinco metros de altura que respondía a la llamada de los organizadores de la Exposición, que buscaban algo "original, atrevido y único" que compitiera con la Torre Eiffel. Ferris sustituyó las cubas de agua por treinta y seis coches, cada uno de ellos contaba con cuarenta sillas giratorias con capacidad para sesenta personas. Llegó a dar vueltas a 38.000 pasajeros diarios. Fue demolida en 1906, cumpliendo con la destrucción creadora de las Exposiciones Universales. Tras la clausura de la feria, Ferris afirmó que la dirección de la exposición había robado a sus inversores y a él buena parte de las ganancias que producía su noria. La vida es una tómbola.
La tómbola fue inventada en el siglo XVII en Nápoles como un pasatiempo doméstico alternativo a la lotería. Cada jugador aportaba un ítem como premio, quien ganaba se llevaba el botín. Los feriantes extrajeron la esencia del juego y la adaptaron a la conocida estampa de puestos abarrotados de peluchitos, pequeños electrodomésticos y otras chusmerías que el cautivo jugador trata de conseguir a base de comprar cupones. El azar interviene en la (no) consecución del premio. Cuando a la atracción se le introduce un elemento de habilidad humana —la puntería, por lo general— se desata en el cerebro del participante un proceso de esfuerzo-recompensa que suele acabar en fracaso y cierta ludopatía que incita a comprar más oportunidades de pescar patos, golpear con un mazo topos, asestar un tiro en una diana de papel o, con un garfio mecánico, capturar un Pocoyó / Minion / Harry Potter amorfo / mascota de Conguitos / algo similar a un pulpo pero con menos patas.
Los coches de choque —que en Latinoamérica tienen el delicioso nombre de carros chocones— son una atracción intergeneracional hasta que cae la luz del Sol, y los adolescentes que viven al límite con la mayoría de edad —o la han rebasado recientemente— toman el control de los autos locos. En este escenario se despliegan pasiones, rivalidades y cortejos inspirados en Grease, pero con la estética de Anuel AA y Bad Gyal.
La invención de los coches de choque se atribuye a Victor Levand, trabajador de la General Electric. Otra teoría localiza su origen en Massachusetts, donde Max y Harold Stoehrer desarrollaron la patente. Los Stoehrer constituyeron una compañía para la fabricación y comercialización de estos coches. Su primer modelo salió a la venta en 1920, con el correspondiente recinto electrificado con un techo de malla metal y el suelo por donde se transmite la energía. Los primeros modelos eran un peligro en movimiento.
La invención de las camas elásticas la firmó el gimnasta George Nissen. Este deportista olímpico fabricó un artefacto para sus entrenamientos empleando unas barras de acero del marco de una cama antigua. Con esa estructura tensó una tela y añadió un buen número de resortes. Era 1934 y acababa de nacer la cama elástica. Con ayuda de sus amigos ingenieros de la universidad de Iowa —estado en el que nació— perfeccionó el invento. En 1942, junto a su entrenador, fundó la compañía Griswold-Nissen Trampoline & Tumpling con el fin de comercializar la cama elástica, que llamó “trampolín” tras escuchar la palabra en México. Su familia y sus socios dudaron de la iniciativa empresarial, y Nissen, que en cierto momento de su salteada vida había conseguido una titulación en Negocios, continuó la aventura en solitario. En los Juegos Olímpicos del 2000, celebrados en Sydney, el salto en cama elástica entró por primera vez como disciplina.
Juegos Olímpicos y feria de atracciones. Este año sí que hay verano.