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Maguregui contra la derechona

23/04/2019 - 

Había mucha expectación con el debate de ayer, preludio del de hoy. Se acerca la fecha de las elecciones y estos dos debates constituyen la principal oportunidad que queda para movilizar al electorado abstencionista o cambiar votos que aún no estén decididos. En realidad, un único debate con dos partes: la de ayer, un poco más envarada, y la de hoy.

La posición de partida era aparentemente muy mala para Pedro Sánchez, merced al fracaso de sus múltiples maniobras para escabullirse de los debates, que le han llevado finalmente a doble ración de debate, en dos días sucesivos. Pero su carencia de interés por estos debates se debe, precisamente, a que a él le basta con empatar. Como a José María Maguregui, mítico jugador del Bilbao que después pasó a entrenar diversos equipos en Primera División, Sánchez puede poner el autobús delante de la portería y limitarse a esperar a que pase el tiempo. Firma el empate desde el minuto uno. No perder, para Sánchez, es ganar. Así lo indican las encuestas, que alejan el sueño de la mayoría del tripartito de derechas, y alejan todavía más las expectativas de Albert Rivera de superar a Pablo Casado y así convertirse en líder de la derecha española, aunque sea desde la oposición.

Pedro Sánchez, anoche en el debate. Foto: EP/RICARDO RUBIO

Por otra parte, los bloques ideológicos están muy claros desde hace tiempo, y apenas va a haber trasvase de votos de derecha a izquierda, o viceversa, en lo que queda de campaña, aunque los candidatos debatan todos los días de la semana. Los trasvases, de haberlos, se darán dentro del mismo bloque, o derivados de la participación. Es decir: Sánchez e Iglesias tienen que movilizar a los suyos y luego arrebatarle votantes al otro partido de su bloque; Rivera y Casado tienen que hacer lo propio, pero además comparten espacio con un tercer socio, Vox.

¿Y cómo hacer méritos para ello? Rivera y Casado, demostrando que saben atacar al enemigo común con más credibilidad y maestría, que son más presidenciables que el otro, y que su corazoncito está cerca del votante de Vox. Desde mi punto de vista, ayer hubo triple victoria para Casado en esa materia, porque Rivera apareció demasiado agresivo, presto a hacer tonterías, a escenificar cosas, como un histrión. Si hubieran dado un premio "Cayetana Álvarez de Toledo" al más marrullero en el debate, sin duda sería para Rivera. El líder de Ciudadanos también renunció a liderar la derecha, asumiendo implícitamente su función de acompañante del PP en una eventual mayoría. Algo que también le recordó Sánchez, con singular desprecio, en varias ocasiones, diciéndole que, a juzgar por las encuestas, "usted está luchando por evitar el descenso"; o que, si hay Gobierno de las derechas, sería así: "Casado de presidente, Rivera de acompañante en algún ministerio, y la ultraderecha a los mandos".

En resumen: Rivera pareció ayer el escudero del héroe, dispuesto a dejarse la piel y mancharse de barro en favor del verdadero candidato: Casado. Tuvo varios momentos de gloria particularmente ridículos, como cuando puso un cuadro (de Sánchez y Torra) en su atril, como si se tratara de la mesita del recibidor de su casa, o cuando se calló repentinamente en su alegato final para luego decir "¿oyen el silencio? Es el silencio cómplice de Pedro Sánchez". Daba la sensación de que Rivera había tomado nota de la victoria, ese mismo día, del cómico ucraniano Vladímir Zelenski en las elecciones de su país con un 73% de los votos y había decidido emularle.

Atacó y atacó Rivera, con la energía que da la desesperación, y con ello mejoró significativamente las expectativas... de Pablo Casado. No creo que Rivera haya convencido a muchos votantes conservadores que no estuvieran ya con él de que es mejor opción que el líder del PP. Casado estuvo igual de agresivo, o más, en el fondo, pero mucho más sereno y con un discurso bien hilado, defendiendo sus propuestas con claridad y firmeza, con un mantra claro: la economía, el empleo, la supuesta buena gestión del PP cuando ha gobernado, que recorrió casi todas sus intervenciones.

En esta última semana, alguien habrá aconsejado a Casado que, si quiere al menos salvar los muebles, y quién sabe si sumar para gobernar, conviene que recuerde a sus votantes que el PP es un partido serio, y que sabe gestionar bien la economía (eso piensan del PP la mayoría de sus votantes, al menos). Fue el Casado de la televisión de siempre, y ahí está su mayor valor: el de recordar a sus votantes y exvotantes ese genuino sabor de PP de toda la vida, de ataque a los socialistas para dejar claro que fuera de PP y PSOE no hay esperanza. Efluvios de bipartidismo.

Por otra parte, Pablo Iglesias desaprovechó esta primera oportunidad para recuperar posiciones frente al PSOE. No estuvo mal, pero se enredó demasiado con la Constitución, en su afán por demostrar que los partidos "constitucionalistas" sólo lo son de algunos artículos de la Constitución, y por motivos meramente electorales. Leía y leía párrafos de la Constitución Iglesias, y a mí me recordaba cada vez más a Julio Anguita, que en sus tiempos hacía lo propio. Y ya saben a dónde conduce eso: al 10% de los votos. Sobre todo porque Iglesias, consciente de que Podemos no vive sus mejores días, asumió su papel subalterno respecto del PSOE desde el primer momento y hasta el final, cuando pidió una oportunidad para participar en el Gobierno cuatro años. Una oportunidad que, en teoría, se la estaba pidiendo a los votantes, pero que sonó un poco a "por favor, Pedro, dame un Ministerio". Los tiempos del abortado pacto con el PSOE de 2016, con la vicepresidencia y el CNI, quedan muy lejos.

Iglesias y Sánchez mantuvieron un pacto implícito de no agresión, sobre todo en el caso de Sánchez, que se centraba siempre en la malvada derecha española y se permitía agradecerle a Iglesias los servicios prestados durante estos meses. Iglesias se salió de este planteamiento, precisamente, para poner en duda el compromiso de Sánchez con los principios progresistas, y para ello se sacó, hasta tres veces, un as en la manga que sin duda reaparecerá en el debate de hoy: ¿Descarta Sánchez pactar con Ciudadanos?

A juzgar por cómo eludió por todos los medios dar una respuesta a esta pregunta, sin duda Pedro Sánchez no lo descarta. Claro, como la pregunta también atañía a Ciudadanos, Rivera terció diciendo que ellos no pactarían en ningún caso con Sánchez, y ahí pudimos vivir uno de los momentos más entretenidos del debate, con Sánchez haciéndose el loco, Rivera diciendo que jamás pactaría con Sánchez, e Iglesias respondiéndole que lo que Rivera dijera carecía de valor alguno, porque siempre acababa pactando con los que decía que jamás pactaría. Por desgracia, el moderador cortó el show.

Imagen de los cuatro candidatos durante del debate. Foto: EFE/SERGIO TEJEDOR

Finalmente, Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno. El hombre que firma un empate, e incluso una derrota por la mínima en los debates, unos días de campaña, elecciones y... ¡a triunfar! Ayer no perdió, de manera que salió ganador, junto con Casado y el bipartidismo en su conjunto. No perdió porque -salvo al principio- no se dejó avasallar por la mayor soltura televisiva de sus rivales y estuvo ágil en algunos momentos clave, como, por ejemplo, cuando le recomendó a Rivera que enmarcase en su atril su foto en la plaza de Colón con Casado y Santiago Abascal, en lugar de la que tenía puesta del propio Sánchez y Quim Torra. Y, por supuesto, no podía faltar la mención a Cayetana Álvarez de Toledo y su comentario en el anterior debate de TVE sobre si las mujeres están siempre diciendo "Sí, sí, sí" en las relaciones sexuales. Casado emuló a Sánchez y eludió responder a ese incómodo comentario, en el que claramente no tenía mucho que ganar. Un problema de estos debates a muchas bandas, en los que algunos de los intercambios potencialmente más interesantes acaban desvaneciéndose entre los diversos turnos de palabra.

Los mayores momentos de debilidad de Sánchez se dieron al principio, cuando se le vio algo dubitativo y nervioso, y casi al final, cuando los candidatos se pusieron a hablar de pactos y Rivera y él se enredaron en un auténtico festival de reproches mutuos, como una expareja que vuelve a verse cuando aún no se han cerrado del todo las heridas. Sánchez invocaba ese pacto de 2015 y el actual cordón sanitario impuesto por Ciudadanos para hacerse con el centro político y monopolizar la alternativa a las derechas; Rivera respondía renunciando, de nuevo, a cualquier futuro pacto con Sánchez y decantándose, en cambio, por su nueva pareja de baile: Pablo Casado, venerado amigo y enemigo mortal en pos del liderazgo de la derecha. Cada uno, a lo suyo.

El debate tuvo ritmo e interés, y con su punto justo de marrullerías y combate en el barro. Nadie salió despeinado, salvo tal vez Rivera, por exceso de celo. Es decir: victoria de Casado en el bloque de las derechas y empate a cero, con sabor a victoria, de "Maguregui" Sánchez y su táctica ultradefensiva, que se volvió a La Moncloa con la mejor de las noticias posibles: este debate no pasará a la historia.

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