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cuadernos de campaña

Pablo y la gente en un polígono

18/04/2019 - 

VALÈNCIA. Unidas Podemos ha escogido un sitio peculiar para realizar su acto central de campaña, con la presencia de Pablo Iglesias: el pabellón norte de Feria Valencia, en Benimàmet. Una nave enorme con un escenario circular en el centro. Como Compromís, pero en un frío polígono, sin aire libre. Sin demasiado ambiente festivo, que aquí hemos venido a escuchar a Pablo. Un lugar, hay que decirlo, cuya ubicación dista mucho de resultar céntrica, o de fácil acceso. Con la emoción añadida de que, hasta ayer, el sitio del mitin era otro, ubicado en València. De manera que para ver a Pablo Iglesias los asistentes han tenido que esquivar unos cuantos obstáculos que harían las delicias de los teóricos de la Trama. ¿Se trata de una primera prueba de fe en el líder, ahora en horas bajas?

Me pregunta mi compañera Marta Gozalbo: ¿Podemos tiene himno? La respuesta llega en ese mismo momento, cuando la gente empieza a gritar: "¡Pablo!¡Pablo!¡Pablo!". El frenesí. Entra Pablo Iglesias. Todo el mundo aplaude y grita el "Sí, se puede" con emoción. La vida de Iglesias, desde hace cinco años, es esto: un sinfín de actos, mítines, aplausos y abrazos. Seguro que genera mucha adrenalina y entusiasmo, pero también debe ser cansado. Si yo me canso escuchando un mitin, imagínense protagonizarlos día tras día, durante meses y meses y meses. 

Comienza el mitin. Beatriz Gascó recuerda que hoy es el Día Internacional de la Lucha Campesina. ¿Cuántos campesinos habrá aquí?, me pregunto. Gente, lo que se dice gente, sí que hay bastante, dadas las circunstancias: bastante más de mil personas. Podemos ha vivido tiempos mejores, pero Pablo Iglesias continúa teniendo tirón. Hay que tenerlo, para llevar aprisa y corriendo a más de mil personas a una nave industrial. Bastantes jóvenes, pero también un número significativo de personas mayores, el colectivo en el que Podemos tiene menos tirón, según las encuestas.

Beatriz Gascó. Foto: MARGA FERRER

Unidas Podemos tiene razón en muchas de las cosas que denuncia. Y, de hecho, son casi los únicos que lo hacen: los únicos que denuncian los abusos con los alquileres, con el rescate de la banca, con la evasión y las exenciones de impuestos, y un largo etcétera. En estos meses de apoyo al Gobierno socialista han conseguido algunos éxitos relevantes; sobre todo, la subida del salario mínimo a 900€. Representan los intereses de mucha gente. Y, cuando surgió Podemos, muchas personas vivieron su ascenso con ilusión. 

Pero, cuatro años después, la cosa ha decaído bastante: la ausencia de cuadros, además del núcleo dirigente, las peleas intestinas de los que mandan, y, sobre todo, los errores simbólicos (el chalet de Galapagar en primer término) han dejado muy debilitado tanto al partido como a sus líderes. Todo ello, naturalmente, trufado de zancadillas y palos en las ruedas de distintos poderes fácticos, que por razones obvias prefieren tener a Sánchez, o a Rivera, o a Casado (o a Abascal, si hace falta) en el sillón antes que a Pablo Iglesias. Por eso, Pedro Sánchez puede ser presidente a pesar de su sospechosa tesis doctoral; Pablo Casado puede aprobar milagrosamente la carrera y el máster; Albert Rivera puede incumplir, ritualmente, todas y cada una de sus promesas electorales sobre con quién pactará y con quién no; en cambio, si Iglesias se compra un chalet gigante, absolutamente impropio del electorado y los valores a los que dice representar, los medios (y no sólo los medios) se le echarán encima (han intentado crear un escándalo a partir de una botella de Fairy, así que figúrense). Es lo que hay, y de hecho la campaña de Unidas Podemos se basa justamente en eso: en que, como son diferentes, van a por ellos. Pero el caso es que la gente les vota, precisamente, para que sean diferentes, y eso conlleva fastidiarse y dejar el chalet de Galapagar para la jubilación. Entre otras cosas. 

El mitin transmite la sensación de que Podemos ha envejecido prematuramente: menos gente alrededor de Iglesias, menos vigor, menos frescura. Los discursos, incluido el de Iglesias, son muy previsibles, y aunque el público aplaude cuando tiene que aplaudir, todo parece un tanto ritualizado. 

Sin embargo, a pesar de estas horas bajas, hay que recordar que Podemos tiende a crecerse en las campañas electorales. Ya ocurrió en 2015, en las elecciones generales de diciembre, cuando Podemos apeló a la épica de la remontada. Y no descarten que ocurra ahora. Irene Montero salió airosa del debate electoral de TVE del pasado martes, beneficiada por el frikismo reaccionario de Cayetana Álvarez de Toledo. A Pablo Iglesias le puede ocurrir lo mismo en el debate a cuatro de TVE; ausente Abascal, los previsibles ataques de Rivera y Casado a Sánchez pueden darle la oportunidad de lucirse y, sobre todo, de diferenciarse. 

Perdonen que divague tanto, pero es que el mitin no tiene mucho que contar: se suceden los candidatos de Unidas Podemos en el escenario, en un desfile que aparentemente no tiene fin. Hasta trece teloneros, trece, preceden a Iglesias. Como son muchos, los discursos deberían ser breves, a la espera del plato fuerte: Pablo. Pero el plato fuerte se hace esperar. Para calentar el ambiente, como buenos teloneros, los discursos son también apasionados y a veces demagógicos. Es decir: mitineros. La cosa se prolonga. Veo un terrorífico futuro ante mí: ¿tendré que hacer noche hoy en el Pabellón Norte de Feria Valencia?

Con tanto orador y tantas cosas que decir, Unidas Podemos no deja títere con cabeza, ni tema por abordar. A veces, con sorprendentes aliados, como los taxistas. Nunca un partido apoyó tanto a un colectivo que, previsiblemente, les vote tan poco. 

Por fin, suben al estrado Rosa Pérez Garijo, líder de EUPV; Héctor Illueca, cabeza de lista por Valencia, aquí con más de entusiasmo que en el debate del lunes (lo cual tampoco es decir mucho); y el candidato a las Elecciones Autonómicas, Rubén Martínez Dalmau. Es una buena noticia, porque significa que, por fin, tras ellos, llegará Pablo.

Falsa alarma. Sube Pilar Lima. Pero es para hablar de Pablo. De la pesada carga que lleva sobre sus hombros. De sus virtudes, su humildad, su clarividencia. ¡Pablo!

Lima da paso a Rubén Martínez Dalmau. Y, tras unos minutos, llega el gran momento: demos la bienvenida al próximo presidente del Gobierno de España, Pablo Iglesias. La gente grita: "¡Presidente, presidente!". Sonaba más creíble hace cuatro años, la verdad. El público aplaude enfervorizado. Iglesias sube al estrado. 

Su discurso, hay que decirlo, tampoco enamora. No es que lo haga mal, porque Iglesias  sigue siendo un muy buen orador. Sabe hilar el discurso, arengar y emocionar. Pero, como el mitin en su conjunto, como el escenario, suena un tanto antiguo: cosas ya vistas. Consignas contra la banca, contras las eléctricas, los medios de comunicación, etc. Todos están contra Podemos. Como decía, seguro que no les tienen mucha simpatía. Y a algo hay que agarrarse, en campaña electoral, sobre todo si se quiere crear de nuevo la épica de la remontada, contra viento y marea. Pero en 2015 Podemos y sus confluencias parecían una alternativa real al sistema de partidos, que podían superar a un PSOE en plena decadencia, que llenaban a rebosar la Fonteta de San Luis, y donde estaba Iglesias como indiscutible líder carismático, pero no sólo él. El mitin de ayer, si me permiten un símil muy ochentero, me ha sabido un poco como "Loca academia de policía 2"; no está mal, pero no es "Loca academia de policía".

En veinte minutos escasos, termina el discurso de Iglesias. Eficaz, pero también un tanto previsible, y también escaso, por comparación con la previa. Me ha parecido cumplir el expediente. No ha estado mal, hay público, hay ilusión, y desde luego sería un error darlo por muerto. Pero tampoco ha sido la panacea.

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