Lo que empezó como un osado experimento ha terminado por crear tendencia. La apuesta del enólogo Toni Arráez por el público joven ha logrado quebrar el monopolio de la cerveza en festivales de música como el FIB y el Mad Cool
VALÈNCIA. Son un verso suelto dentro del panorama vinícola español. Pasan de imágenes sobrias y discursos estirados, bautizan sus caldos con nombres irreverentes y han logrado meter cabeza en el sector de la música, donde la cerveza hasta ahora era reina y señora de los paladares juveniles. Su última “gamberrada” ha sido asociarse al mítico dj de los noventa Chimo Bayo para producir el “techno-vino” Hu-Ha, un 100% bobal con el que han arrasado en supermercados.
Bala Perdida, Vividor, Vivir sin Dormir, Canallas, Cava Sutra, Mala Vida… todos responden a una misma idea: acercar el vino a un segmento de público joven e inexperto al que tradicionalmente las bodegas no han prestado ninguna atención. A ello les ayuda por supuesto el precio, el diseño de las etiquetas –encargadas a jóvenes creadores como Eduardo Bermejo y Francesca Della Croce, o inspiradas en el arte del tatuaje, o con guiños a las películas David Carradine-, pero también el contenido. Son vinos sencillos, fáciles de beber y amables en boca. En principio parece difícil meterte en el bolsillo a la juventud con un vino clasicote que ha pasado 24 meses en barrica.
Detrás de este concepto disruptivo está el enólogo Toni Arráez, tercera generación de una saga de vinicultores de la Font de la Figuera que comenzó con su abuelo en 1950. Formado en grandes bodegas de La Rioja y Ribera del Duero, Toni tomó las riendas del negocio familiar en 2007 y se rodeó de un equipo de trabajo muy joven (la plantilla de Bodegas Arráez tiene una edad media de 35 años). Tenía las ideas muy claras: ¿para qué competir junto a centenares de bodegas en la carrera por obtener el vino más complejo y sofisticado del mercado, cuando hay un segmento de público desatendido?
El mayor éxito de Bodegas Arraéz hasta el momento es el tinto Mala Vida, un DO Valencia -30% monastrell, 30% tempranillo, 20% syrah y 20% cabernet- concebido para el sector de la restauración. Actualmente se venden entre 350.000 y 400.000 botellas anuales, de las que el 60% se exporta al extranjero. Esta es la marca con la que han logrado el más difícil todavía: alterar el paisaje de festivales de música como el San San, el Montgorock, el FIB o el Mad Cool. Allí hemos visto cómo miles de chavales sustituyen el cubalitro de cerveza por botellas de vino en formato de plástico. Eso sí, solo en determinadas horas. “Nuestro punto fuerte en los festivales son las mañanas y las tardes hasta la hora de la cena, después se frena la venta en seco porque con la noche vienen las copas y otro tipo de bebidas, lo que para nosotros es completamente comprensible porque también somos público de festivales y conciertos”, explica el director comercial de Bodegas Arráez, José Ramón Pont Máñez. Nos contesta al teléfono desde el Bilbao, donde asiste estos días a la mayor feria de la industria de la música en España, el BIME. Sus próximos objetivos son el Low, el Primavera Sound, y lo que venga.
“Muchos jóvenes dicen que no les gusta el vino porque lo consideran una bebida demasiado fuerte, o demasiado elitista, solo dirigida a entendidos… Nosotros tratamos de quitarles esa idea de la cabeza presentándoles vinos amables, pero explicándoselos con palabras sencillas. Es como sembrar una semilla. Si les pica la curiosidad por el mundillo, ya tendrán tiempo de ir descubriendo cosas más complejas”, añade Pont Máñez.
La batalla por los jóvenes tiene sentido, más allá de la lógica de empresa. Sobre todo si tenemos en cuenta una de las grandes paradojas del mercado español. A pesar de der uno de los mayores productores del mundo, el consumo de vino en España está en declive. Según datos del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, la cerveza es oficialmente más popular que el vino desde el año 2002. Concretamente, el consumo de vino cayó un 2% en el último año, mientras que el de cerveza se incrementó un 4,6%. En otras palabras, o hacemos que esta noble bebida sea más sexy para los jóvenes (por supuesto, mayores de edad), o la cosa pinta fea.