VALÈNCIA. Fue una de las mentes que alumbró la (ya) clásica Compañeros y, a diferencia de aquellas personas que huyen del pasado, Manuel Ríos San Martín (1965, Madrid) habla de ello con total naturalidad e, incluso, con orgullo. Encabezó cerca de unos ciento veinte capítulos de la producción, todo un hito en la pequeña pantalla española, y también en la grande: No te fallaré (2001), película inspirada en la serie, se convirtió en una de las más taquilleras en su año de estreno. La juventud de hoy no ha cambiado (las mismas problemáticas, los mismos conflictos), pero sí su representación audiovisual.
“Creo que ahora muchas series juveniles se centran en llamar la atención; eso está bien, por supuesto, pero no es lo que hicimos nosotros. Élite, por ejemplo, es muy entretenida, pero yo prefiero un tipo de serie como Merlí, que se asemeja más a Compañeros”, puntualiza el director de cine y televisión, que también echa de menos en el panorama audiovisual actual una serie de “relaciones sentimentales adultas”. “La mayoría de series españolas están muy bien, pero generan un mundo irreal, como sucede con Vis a vis o La casa de papel. Falta un poco de realismo. Cuéntame, en ese sentido, lo ha hecho bien”, agrega. Otro ejemplo, fuera de nuestras fronteras es Big little lies, “un thriller, quizá en clave más costumbrista, que construye unas relaciones muy creíbles”, sostiene el también guionista en cuyo currículum figuran series como Médico de familia, Raphael: una historia de superación personal, o Sin Identidad.
Algo que tampoco ha cambiado es el ser humano, independientemente de su edad o madurez, tema que surge a raíz del último libro de Ríos San Martín en su faceta de escritor. Tras Círculos (2017), un interesante proyecto en clave distópica que coqueteó con el transmedia, se ha atrevido a hurgar en lo más lejano de nuestra especie y ha escogido para ello Atapuerca como escenario. La huella del mal es el título de esta obra que ha presentado recientemente en València y cuyo punto diferencial es, precisamente, ese regreso al pasado.
“Es un thriller con mucha tensión y ritmo, pero, además, tiene el añadido de los restos de Atapuerca. Me gusta que cuando la gente lea una novela, además de una buena historia y unos buenos personajes, encuentre algo más”, indica Ríos San Martín, que ubica en el reconocido yacimiento un asesinato bastante desconcertante. Más allá de la información y datos sobre los homínidos, el madrileño confiesa haber vertido en la narración una reflexión sobre los orígenes del ser humano y cuánto de “primitivo” todavía habita en nuestro interior: la educación y la civilización calma a las fieras, pero todavía existe un repunte “oscuro” que amenaza con despertar. Mientras lo amansamos, hablamos con el guionista de series, cine y, en definitiva, vida.
-Tu nombre está vinculado a series míticas como Médico de familia y Compañeros, y, más recientemente, a Sin identidad. ¿Cómo han cambiado estas en los últimos años?
-La llegada de las plataformas ha producido un cambio: entre otros, el de reducir la duración. Nos hemos adaptado a esos cincuenta minutos (en algunos casos, una hora) de producciones extranjeras. Al público, por tanto, le está costando ver series de hora y cuarto de serie porque está cambiando la costumbre. Por otro lado, el hecho de que, aunque se emita en un canal, luego tenga una segunda vida o pase en otras plataformas (Netflix, Movistar, u otra plataforma), también genera que se prefieran series más cortas.
José Miguel Contreras decía hace poco en un artículo que “se está produciendo más que nunca”. Es cierto. Hay más series nuevas que nunca, pero como también añadía Contreras, no más cantidad. Antes hacíamos 27 capítulos de una serie al año y ahora una que va bien, como Vis a vis, produce 8 capítulos al año. Se hacen más series, sí; pero muchos menos capítulos (exceptuando las diarias). Es un poco engañoso. No digo que una cosa sea mejor que otra, pero sí está sucediendo.
-¿Qué retos tienen por delante las series en un momento de descomunal sobreoferta de contenido audiovisual, especialmente por parte de las plataformas digitales?
-Imagino que las plataformas tendrán sus objetivos, pero, a mí, como creador, me parece que hay que buscar una manera de llamar la atención. Hay que conseguir un distintivo. En ese sentido, series como La casa de papel lo hizo, incluso de una forma muy visual como también lo hace El cuento de la criada (con esas caperuzas blancas y el contraste con los vestidos rojos). A veces puede ser visual o de concepto, pero algo diferente debe tener.
No existe la fórmula del éxito: si se supiese, seguramente las series las harían bancos. No nos necesitarían. También es cierto que ahora las series tienen una segunda vida. Casos como el de El ministerio del tiempo. No tuvo inicialmente un gran éxito en televisión, como tampoco lo obtuvo La casa de papel. Ha sido a posteriori, en las plataformas, lo que las han hecho revivir. Nos da la esperanza de que no todo es tan efímero: quién dice que no pueden tener más vidas mediante estas vías. Ahora hay segundas oportunidades.
-La casa de papel anunciaba recientemente el estreno de su tercera temporada. Teniendo en cuenta lo autoconclusivo de su trama y que, a pesar de ello, se ha apostado por seguir la historia, ¿hasta qué punto crees que se juega un poco con la audiencia con tal de amasar más dinero? ¿Tiene sentido a veces continuar ciertas series?
-Evidentemente, el motivo inicial es ese: sería una ruina parar una serie que da dinero. Y eso a veces puede generar que se haga una temporada mala. Al mismo tiempo, sin embargo, también puede hacer que el creador se motive más. Que haya una serie de condicionantes desde el punto de creativo puede ser positivo: un reto.
Yo qué voy a decir: he hecho 121 capítulos de Compañeros. Escuchar que Paco León, tras 6 capítulos de Arde Madrid, no ve la forma de hacer la segunda temporada, me sorprende. Pienso: “Llámame a mí” [ríe]. Además, que se puede hacer muy bien. Compañeros mantuvo siempre el nivel; lo mismo otras como Cuéntame o El comisario. Se puede hacer muchos capítulos y mantener la calidad. No es tan difícil, pero hay que dedicarle horas y esfuerzo.
-Dijiste una vez que “la gran diferencia entre el cine y la tele es una cuestión de dinero”. Ahora, con producciones tan exitosas como Juego de Tronos o, recientemente, Chernobyl (todo un espectáculo visual), imagino que verás la línea un poco más difusa…
-Es cierto que se está igualando, pero esos casos son muy extremos: hay pocas series tan caras como Juego de tronos. Hay otra diferencia entre película y series: la narrativa. La “única” de personajes que empiezan y terminan del cine; y la del largo plazo de las series, que permite desarrollar más a los personajes y la trama. Quizá por eso me gustan más las series: te da más tiempo para contar lo que tú quieres.
-Las series son, como se suele decir, ¿el nuevo cine?
-Que las series son cine es una de esas cosas que dicen ahora los directores de cine porque se han dado cuenta de que las series son buenas. Pero no: las series son las series, y el cine es el cine. Y lo que está bien hecho también, sea lo uno o lo otro. Las series no son cine. Esas declaraciones de: “He hecho una serie que es como si fuese una película de…”. No. Mal. Las ves y son aburridas porque cada cosa tiene su ritmo. Una serie de ocho capítulos no las puedes escribir como si fuera una película, que es algo que está pasando últimamente bastante. A veces te quedas corto o largo; empiezas a repetirte: porque no lo has estructurado como televisión, sino como cine. Y eso no vale.
Es cierto que las series y el cine se hacen parecido: en un plató, con unos procesos similares, con cámaras y demás… pero son dos productos diferentes. La estructura del guion es totalmente distinta. Hay veces que, sobre todo la gente que viene del cine, no quiere aprender a hacer series porque es salir de su zona de confort. Contratan a mucha gente del cine para que haga series, y no está claro (porque las audiencias no son muy claras) que estén yendo bien (yo creo que regular). Hay una nebulosa ahí y hay que reivindicarlo: si se quiere hacer televisión, se debe estructurar correctamente como se hace en este formato.
-Miles de fans han firmado un change.org para exigir que vuelvan a rodar la octava temporada de Juego de tronos porque no les ha gustado. Parece que las historias ya no sean únicamente de sus creadores: la propia audiencia se está apoderando de ellas. ¿Qué te parece todo este fenómeno?
-Me parece un engaño. Hemos pasado de la anécdota a la categoría. Una cosa es que Black Mirror haga un experimento con un capítulo en el que puedas elegir qué camino recorrer; otra, que eso vaya a pasar siempre. Hay personas en Twitter (aunque no la mayoría) que creen que, en el caso más extremo, las series están para complacerles a ellas. Y no es así. Ser creador es muy difícil, dedicar toda tu vida a esto: y por eso el creador cuenta lo que quiere contar. Y, si un espectador quiere ser un creador, que estudie o se dedique a ello para convertirse en quien cuenta la historia.
Es evidente que no van a volver a rodar Juego de tronos por mucho que digan los espectadores. Es más, creo que, si llegase a un momento en que la industria hiciera tanto caso a los fans, las series serían cada vez más pobres. Porque el creador precisamente tiene que sorprender, incomodar, generar conflicto en el espectador. Si no, la tendencia es que el espectador se acomode, se acostumbre a “no sufrir”. La tarea del creador es remover, no confortar. Siempre habrá comedias románticas, que todo el mundo sabe cómo acaban: si eres conformista, irás a ver esas. Pero si eres un espectador un poco “moderno” y actual, creo que lo que tienes que pretender es que las series te incomoden, te sorprendan, te angustien a veces. Eso es lo divertido; lo otro es aburrido.
-Estás escribiendo el guion del biopic de Joaquín Sabina. Teniendo en cuenta las críticas que han cosechado películas que se basan en personajes reales como Bohemian Rhapdosy (Freddie Mercury) y Rocketman (Elton John), ¿cómo te estás enfrentando a ello? ¿Cómo hay que combinar la ficción y la realidad en este género?
-Estoy haciendo los guiones con Fernando León de Aranoa, Victoria Dal Vera e Ignacio del Moral. Yo ya he hecho miniseries y biopics, como el de Maradona (hace años) o el de la vida de Raphael. También en Rescatando a Sara me inspiré en personajes reales. Tengo, en ese sentido, bastante experiencia.
La clave está en captar la esencia del personaje. La vida de Maradona, después de todo, era muy repetitiva: engañaba a su mujer, se iba con una rubia, se metía coca, se lo contaba todo, pedía perdón y, a los tres meses, vuelta a empezar. Al final, tienes que encontrar el espíritu del personaje porque contar todo lo que ha pasado en una vida puede ser aburrido, pero sí hay que ser fiel a esa esencia.
Naufragios, obsesiones infantiles y criaturas marinas se dan cita en Ballenas invisibles (Barlin), el ensayo en el que Paula Díaz Altozano aborda la fascinación por los grandes cetáceos a lo largo de los siglos