Cuando salgo con mi pareja y nos traen las bebidas, a él suelen ponerle la cerveza y a mí la Coca Cola. No importa que él sea un héroe que venció al dragón del alcoholismo; la abstemia, la pura, la chica que hay que salvar soy yo
Y es que a tenor de cómo me tratan en muchos bares y restaurantes, he llegado a la conclusión de que soy una persona delicada, prudente, a la que le gustan los sabores suaves, el vino afrutado, los platos poco picantes, las verduras más que las grasas, el pescado más que la carne, la ensalada de frutos rojos dentro del gintonic. Aquella a quien de una carta interminable de cervezas, tostadas, negras, de trigo, ale, lager, doble malta, pilsener, le ofrecen la de frambuesa. Aquella que es siempre comedida en las cantidades, salvo en los postres, claro, porque si algo lleva chocolate negro, entonces se vuelve loca, es que no responde de ella misma.
El problema es que esa no soy yo, ni siquiera me parezco un poco. Por razones aleatorias, no me entusiasma el dulce, devoro como una alimaña carroñera del desierto cuando me viene el hambre, me gusta el picante, la carne cruda bien especiada, los vinos tirando a secos, la cerveza más bien amarga, el queso al que hay que acercarse con máscara antigás.
Y es que a menudo, junto con la comida y la bebida, nos sirven una buena ración de prejuicios.
Que el mundo es machista no es el tema de este artículo, me da pereza lo obvio, pero sí lo es averiguar si existen pequeñas diferencias entre hombres y mujeres, biológicas, genéticas, que afecten al paladar, que sustenten de alguna manera aunque sea lejanamente, ese prejuicio.
Y digo lejanamente porque aunque halláramos mínimas diferencias entre sexos, presumo que seguiría existiendo muchísima más distancia entre Belén Esteban -Andreíta, cómete el pollo- y yo que entre un ejemplar macho con quien comparta sensibilidad o cultura.
Buceo en la red en busca de respuestas.
Encuentro que la cocina china es la única que distingue entre alimentos femeninos (yin) y masculinos (yan). Los primeros son tiernos y ricos en agua como las frutas y las verduras, y tienen un efecto refrescante. Los segundos incluyen los fritos, los especiados y las carnes, y tienen el efecto de calentar.
Claro que también en la cultura china creen que trae mala suerte darle la vuelta al pescado en el plato, porque si en esos momentos algún pariente está sobrevolando el mar, el avión cae y el pariente muere.
En fin, que mejor abandonamos cuanto antes el mundo metafórico, si es que es posible salir de él.
Apenas hay estudios sobre el tema. Parece evidente que de entrada no hay ninguna diferencia entre papilas gustativas femeninas y masculinas, si acaso en la forma en que el cerebro procesa la información, o en la capacidad olfativa tan relacionada con el gusto.
Un estudio liderado por un catedrático de Neurociencias del CSIC detectó la actividad neuronal de un grupo de hombres y de mujeres cuando se les sometía a los estímulos de determinados alimentos: el jamón serrano, la tortilla de patatas, los guisos tradicionales, el chocolate y el tartar de salmón.
El chocolate fue el alimento que generó una respuesta emocional más intensa en ambos sexos. Pero contrariamente a la creencia popular, fue mayor en los hombres (69%) que en las mujeres (62%). (así que camareros del mundo, dejen ya de ofrecerme con guiño picarón su coulant de chocolate).
Otra de las conclusiones del estudio es que el cerebro de las mujeres se activaba con solo ver el alimento, mientras que los hombres necesitaban probarlos. (¿a que hubieras jurado que era al revés? No, esto no es sexo aunque se le parezca).
En cuanto al olfato, factor clave en el gusto, un estudio de 1974 realizado por Koelega y Koster encontró que las niñas eran capaces de detectar una mayor variedad de olores, incluyendo el del sudor y el de la banana. Le Magnen, en un estudio unos años más tarde, halló que el 50% de los hombres adultos padecía anosmia para el almizcle, eran incapaces de percibir este aroma.
En 1986, National Geographic publicó una encuesta de detección de olores realizada entre 1,2 millones de lectores de entre 10 y 90 años. Se les pedía que identificaran perfumes encapsulados, como el clavo de olor, el almizcle, el sudor, la rosa sintética y el mercaptanos (el olor que se le agrega al gas natural para que detectemos una fuga).
Las mujeres reconocieron tanto el sudor como el almizcle con más frecuencia que los hombres, y de los 50 años en adelante, todos los olores. La encuesta también halló diferencias en la percepción de lo agradable. Los hombres encontraban el mercaptano, la banana y el sudor más agradables mientras que las mujeres preferían el almizcle, la esencia de rosa y el clavo de olor.
Y eso es todo lo que he encontrado. Es decir poco, es decir nada que sustente esos prejuicios, esas ideas erróneas, que tal vez convendría ir desterrando, como en su día desterramos los elegantes entremeses como plato de banquete de boda, el coctel de gambas o el pijama de postre.
Yo sólo quiero una cerveza cuando pido una cerveza. Y que no sepa a frambuesa si es posible.