VALÈNCIA. Con Firmamento, programada este próximo 20 de octubre en el Teatro Principal, Marcos Morau (Ontinyent, 1982) no solo regresa a casa, sino también a su yo adolescente. Su primera producción para público juvenil remite a un momento individual de dimensión colectiva: el duelo por la infancia que se deja atrás y la ilusión y la incertidumbre que presagia la vida adulta.
En poco más de un mes, el 15 de noviembre, el Premio Nacional de Danza 2013 también debuta como coreógrafo para el cine con la participación de su compañía, La Veronal, en el musical de Carlos Marqués-Marcet, Polvo serán, donde el duelo es inminente por definitivo, ya que aborda el suicidio asistido de su protagonista, Ángela Molina.
- En Firmamento abordáis la pérdida y el dolor, ¿son emociones con los que piensas que se puede identificar un grupo de edad que se siente inmortal?
- Yo también me creía inmortal. Fui ese adolescente que no sabía que había límites. Cuando decido hacer hacer una pieza para adolescentes, le estoy haciendo una pieza al Marcos Morau que tiene 14 o 15 años, está en Ontinyent y va a un colegio de curas solo para chicos, donde quiere pintar, dibujar y crear, y no comprende qué sí y qué no.
- ¿Tiene límites hoy tu firmamento?
- El firmamento, como el cerebro, es infinito. Los límites no existen, el techo no existe. Pero te hablo como eurocentrista de primera clase, en el sentido de que no estoy sufriendo una guerra y pertenezco a una clase sin muchos problemas. Creo que hay que conocer cuál es tu contexto para saber dónde estás. No es lo mismo ser un niño de 15 años que quiere ser creador en Gaza, Cisjordania, Ucrania o Haití que en Estocolmo o París. Para un niño de Gaza el firmamento está lleno de bombas.
- El público de esa edad ha redescubierto la película In the Mood for Love (Wong Kar-wai, 2000) a través de TikTok, ¿anhelas que tu lenguaje coreográfico, el KOVA, pueda ser apreciado a través de esta red social por las nuevas generaciones?
- Tengo TikTok porque siempre he sido curioso hacia lo que desconozco, pero no uso la plataforma para catapultar la trayectoria de la compañía, no uso así las redes sociales. Mi relación con TikTok es más bien pasajera o peregrina. Dicho esto, me parece genial que estén descubriendo a Wong Kar-wai , un autor que fue mi director de cabecera durante una época. Hemos tenido en casa los póster de In the Mood, Happy Together (1997) y Chungking Expres (1994).
- Este próximo mes debutas como coreógrafo en la película Polvo serán, ¿qué profundidad ha tenido vuestra implicación en el proyecto?
- Ha sido muy divertido. Esquematizamos la película en números musicales. No solo hicimos la coreografía, sino que personalmente acompañé al director para saber cuándo meter la danza y cuándo no. Él lleva la batuta. Ha sido bonito estar a su lado con el guion en la mano y con los personajes, darle a la película quiénes somos la compañía. No son números musicales al uso, pero quisimos darle ese toque. Carlos es seguidor de La Veronal, había visto Opening Night, Sonoma y Firmamento y quería que dejáramos una huella.
- En tu trayectoria has prestado apoyo a bailarines que daban el salto a la coreografía, como Jon López y Martxel Rodriguez, fundadores de Led Silhouette. ¿Qué te aporta esa relación intergeneracional?
- También lo estoy haciendo ahora en el último proyecto de Irene Tena y Albert Hernández, de La venidera. Yo tengo ahora 41 años. Me parece fundamental no estar mirando solo hacia delante, sino también lo que está pasando a tu alrededor, sobre todo más abajo en término de edades. Es gente que llega y aterriza, que busca gente, está perdida y no sabe cómo arrancar. Ojalá yo hubiese tenido los apoyos que ofrezco a muchas de esas personas porque el mundo de la creación es muy complicado.
- ¿Es algo singular de España?
- Vivimos en un país donde hay una realidad cuando estás consagrado y tienes trabajo y reconocimiento, pero cuando no los tienes, estás en un páramo. España es un país lleno de arte, pero donde cuesta muchísimo construir. Cuando era un chaval de 18, de 20 años, acabé en el Institut del Teatre y me quería comer el mundo. Me obsesiona mucho este momento en la historia de nuestra vida en el que decidimos emprender ese viaje, en las preguntas que a partir de entonces nos van a atravesar siempre. Qué nos pasa cuando soñamos, cuando no conocemos bien lo que significa tener una compañía o incluso ser creador. Los creadores que estamos en un estado de salud fuerte y podemos responder a las adversidades de la precariedad a la que este país nos empuja, también hemos de encontrar un lugar para acompañar y favorecer a los que empiezan. Es lo mejor que podemos hacer.