VALÈNCIA. Margarida Borrás fue una de las mujeres más injustamente tratadas en nuestra ciudad. Una a la que los siglos han intentado poner en su sitio, es decir, en un lugar predominante. Su lucha sigue siendo la de muchas mujeres y hombres en la actualidad y es por ello que rescatar su nombre y contar su historia es algo absolutamente necesario. Margarida nació como Miquel. Pertenecía a una familia burguesa y adinerada y se codeaba con ilustres personajes de la sociedad valenciana. Margarida tiene el dudoso honor de ser la primera mujer transexual ejecutada en València por su identidad. Fue el día 28 de julio de 1460, es decir, hace más de cinco siglos y medio. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, en países no demasiados lejanos de los nuestros, se sigan cometiendo las mismas atrocidades?
Una placa en la Plaça del Mercat de Valencia –colocada en el año 2017 por el Ayuntamiento- recuerda el asesinato de esta mujer que fue discriminada por su género. En aquella época eran usuales las ejecuciones con público. De hecho, en las plazas se congregaban gentes que venían de todos los lugares para vivir este hecho con un gran evento de distracción y agitación de masas. Así pues, la ejecución pública durante la Edad Media fue una constante. El ejecutado se convertía en símbolo de lo que otros no debían repetir. Lo sabemos bien por un extraordinario artículo de Vicente Adelantado Soriano titulado La pena de muerte como espectáculo de masas en la Valencia del Quinientos en el que se constatan costumbres como la siguiente:
Sabemos que asistía mucha gente a estas ejecuciones itinerantes gracias a la pena impuesta, en 1503, a un labrador que atentó contra Fernando el Católico. Condenado a que le cortaran una mano, le vaciaran un ojo, le amputaran la nariz, etc., y le extrajeran el corazón en vivo, la ejecución se llevó a cabo por diversas plazas y dos calles de Barcelona. Se advierte, mediante un bando, que todo aquel que le arroje piedras o atente contra la vida del reo será condenado a muerte, pues la pena la tiene que llevar a cabo el verdugo.
Con tal brutalidad impuesta, el objetivo no era otro que disuadir a posibles malhechos. Era la llamada ‘pedagogía del terror’. La dinámica del espectáculo de la muerte se instalaba en unas gentes deseosas de muerte. Hubo ciertas excepciones, como esta que cuenta Adelantado en su artículo:
La justicia, sin embargo, no sólo daba estos espectáculos sangrientos y brutales. También podía llegar a reconocer sus errores y a perdonar al reo en el mismo cadalso, como sucediera en Valencia en 1521. Con la soga el cuello, el reo proclamó su inocencia una vez más. No debían estar muy seguros de su culpabilidad, pues el gobernador lo perdonó. Y el reo se fue a la Iglesia a dar las gracias. Quedémonos con este espectáculo de benevolencia y honestidad en la Valencia del quinientos.
A no todo el mundo lo ejecutaban en el mismo lugar de la ciudad. Cada tipo de ejecutado tenía un escenario: a los caballeros se les ejecutaba cerca de la Catedral de Valencia; a los herejes en una zona muy próxima al Paseo de la Pechina y el Mercado era el lugar donde iban a parar gente de toda índole y calaña: asesinos, parricidas y sodomitas. Una de ellas, por supuesto, Margarida Borrás.