HBO estrena una serie protagoniza por Miguel Ángel Tirado, el actor escondido tras Marianico el Corto
VALÈNCIA. Cuando el realizador zaragozano Álex Rodrigo era un crío, caminando por las calles de su ciudad natal con unos amigos, se cruzó con Miguel Ángel Tirado, conocido bajo el sobrenombre artístico de Marianico el Corto. El monologuista, catapultado a la fama en los años noventa gracias al programa No te rías que es peor, no le obsequió con un chiste, sino que lo dejó pensativo con una reflexión existencialista sobre la inmensidad del cosmos. Aquel encuentro plantó la semilla para una serie de televisión sobre el hombre detrás del humorista con boina y fajín, El último show. Después de estrenarse en Aragón TV, sus ocho capítulos han llegado a HBO. Rodrigo, director y guionista de ficciones seriadas españolas de la relevancia de La casa de papel, El embarcadero, Vis a vis y Veneno, propone una autoparodia tierna, nostálgica y costumbrista, distante del humor de productos similares como la caústica ¿Qué fue de Jorge Sanz” o la irreverente y escatológica Mira lo que has hecho.
- Si te paran por la calle y te piden un chiste, ¿siempre cedes?
- Miguel Ángel es igual que Marianico: me gustan los chistes, alegrar, que la gente esté contenta conmigo. Así que nunca digo que no.
- ¿Tus chistes le hacen gracia a tu familia?
- Mi mujer ha sido durante mucho tiempo mi barómetro: cuando me aprendía una historia o un chiste nuevo, si al contárselo no se reía o hacía un gesto de desinterés, sabía que iba a ser un éxito.
- En la serie hay un cameo de uno de tus compañeros de tu momento de gloria en televisión, José María Rubio, más conocido como el Señor Barragán. ¿Te hubiera gustado que también apareciera Raffaella Carrà?
- Ya lo creo. Pero no hubiéramos tenido presupuesto. Ella está a otro nivel. Me trató con mucho cariño. El año anterior a trabajar en Hola Raffaella, me invitó a su programa. Sus guionistas me entrevistaron primero, pero lo tergiversaron todo y la entrevista fue un desastre. Por ejemplo, les conté que de niño veíamos películas de indios y al salir del cine, los dos kilómetros de distancia hasta casa, los amigos íbamos pegando tiros y haciendo el indio y el pistolero. Bueno, pues Raffaella me preguntó si era verdad que a mi me hubiera gustado nacer indio. Así fueron todas las preguntas. Pero lo sorteamos muy bien, quedó encantada y se empeñó en quererme en su programa.
- ¿Cómo ha cambiado la fama con el auge de las redes sociales y la inclusión de cámara en los móviles?
- Antes, después de una actuación, pasaba dos horas firmando autógrafos. No sé la cantidad de fotografías mías que he dado. No sé qué harán con ellas, las tendrán en la mesilla de noche para ahuyentar a los fantasmas… Pero ahora ha cambiado, en vez de pedirte fotografías, la gente se hace selfies, no veas cuántos… Termino la actuación y me tiro una hora haciéndome fotos con la gente. Pero no me importa, porque el público es el que te mantiene, y el artista ha de ser agradecido.
- ¿Cuál es tu inspiración para los nuevos chascarrillos?
- Los chistes que me cuenta la gente, las historias que surgen diariamente y, ahora, tenemos un campo maravilloso que es internet. Pero más que copiar el chiste, porque calcarlo es muy feo, cojo la idea y la traslado a mi personaje y a mi estilo. En mis actuaciones, cuando es un público adulto, suelo tratar mucho los problemas matrimoniales. Toco el tema sexual en plan cariñoso, en plan dulce, sin ofender, y la gente se parte. Muchas mujeres me dicen que sí con la cabeza cuando cuento los problemas de los hombres y al revés.
- ¿Eres admirador de Luis Buñuel como el Miguel Ángel de ficción?
- Lo admiro como aragonés y como gran director de cine, pero cuando voy al cine o veo películas me gusta desengancharme de los problemas de la vida, dejar de pensar, disfrutar un poquito. Veo alguna película seria que me hace meditar, pero no son las que más me entusiasman.
- ¿Crees que esa necesidad personal de evasión está en la base del humor de Marianico?
- Sí, de hecho, cuando salí del programa No te rías que es peor, lo que más me gustaba era ir a residencia de ancianos, porque la gente me daba besos, me abrazaba… Da mucha ilusión ver que la gente se alegra contigo. Tengo una anécdota: un día, al terminar un espectáculo en una sala de Zaragoza, un señor me propuso tomar una cervecica. Me contó que estaba destrozado, a punto de tirarse al río, porque había roto con su novia, pero que durante mis 45 minutos de actuación se había olvidado de todo y lo había pasado tan bien que había revivido. La vida continúa. Con cosas así, pienso: “¡Ay, va! Has ayudado a una persona”.
- El capitulo ambientado en Benidorm haces una defensa de la tercera edad. En concreto, gritas: “No solo servimos para guardar a los nietos y guardar recuerdos, nosotros movemos el mundo”. ¿Qué te ha supuesto protagonizar una serie en un contexto audiovisual donde se prima el protagonismo de los jóvenes?
- Ha sido una razón de peso para involucrarme, tanto como persona como por mis coetáneos. Es importante que la gente vea que los de 70 tenemos mucha vida todavía. Antes, con 60 años eras un muerto viviente, pero ahora, las cosas han cambiado mucho. Yo trabajo en Benidorm con la tercera edad y les veo con una marcha y una alegría... He dormido en hoteles donde no paraban los portazos, los abuelos yendo de habitación en habitación. Es bonito. Quitado el problema físico, que nos impide tener la agilidad de antes y echarnos a correr, una persona mayor puede seguir siendo mentalmente un crío. En la serie me he sentido como si tuviera 40 años, con esa fuerza y con esas ganas.
- Hay un momento en la serie en la que tu nieta en la ficción dice: “Ya conocen a Marianico, el cómico, preséntales a Miguel, el director”. ¿Querías darte a conocer como actor?
- Para mí ha sido maravilloso, porque no pensaba que pudiera hacerlo, pero me animé cuando Álex Rodrigo me explicó la idea. Al empezar los ensayos y ver que tenía que sacar de mí un personaje tan dramático, pensé: “Anda, qué bonito”. La serie es variopinta, tiene rabia, frustración, tristeza, humor, alegría… He mostrado facetas de mí que desconocía.
- ¿Han empezado a llamarte Miguel Ángel en la calle?
- Durante la emisión en Aragón antes del confinamiento, la verdad es que la gente me paraba y me felicitaba llamándome más Miguel Ángel que Marianico. Pero cuando estaba en plena vuelta a la popularidad como persona, no como personaje, vino el encierro y se acabó. El bichito ha parado una época muy bonita, pero todo volverá adelante. Ya verás.
- ¿La serie te había supuesto más bolos?
- Sí, pero ahora, por desgracia, doy las galas por perdidas. Hasta el Pilar no creo que se trabaje en ningún sitio: primero por una cuestión de dinero, y luego porque ¿cómo vas a decir en un pueblo de 1.000 habitantes, que sólo 200 pueden venir a ver un espectáculo?
- ¿Qué repertorio estás preparando para cuando vuelvas a subirte a un escenario?
- Siempre hago el mismo tipo de humor, pero las situaciones van variando. Antes de la pandemia, como se hablaba de la España vaciada, quería animar a la gente a la repoblación en los pueblos. Dios dijo crecer y multiplicaos, pero no puso cifra, así que les quería decir que se multiplicaran por mil, que es lo bonito. Ahora, cuando salgamos del confinamiento, dentro de la tristeza, habrá que contar historias sobre el bichito y sobre cómo nos ha cambiado la vida. Me imagino el uso de la mascarilla en mis funciones y me provoca preguntas: ¿Cómo voy a saber si se ríen, si no voy a verles la cara? Y si yo estoy con la mascarilla arriba, ya me contarás.
Naufragios, obsesiones infantiles y criaturas marinas se dan cita en Ballenas invisibles (Barlin), el ensayo en el que Paula Díaz Altozano aborda la fascinación por los grandes cetáceos a lo largo de los siglos