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Mario de los Santos: “Siempre necesito la ficción, necesito protegerme para poder contarme”

Editor de Tropo Editores durante diez años y doctor en Química, la suya es una forma de escribir basada en el método, en uno propio, en el que no falta ni un plan ni la inspiración salvaje de la música

25/06/2018 - 

VALÈNCIA. En esto de escribir, no todo es escribir; es decir: escribir es parte del proceso de crear una historia, solo una parte. Otra es imaginar, dirá la mayoría. Desde luego: otra es imaginar. La imaginación previa y la imaginación del durante, el chispazo inicial, el estallido y la condensación de las ideas en el cosmos que será el relato. Primero el fogonazo, luego la incandescencia, después el enfriamiento laborioso, la madurez. El asentarse de las palabras calientes. Y en medio, en algún lugar entre la fuerza bruta de la fantasía inicial y la conclusión reposada última con ánimo de despedida, el diseño. Al crear una historia se diseña. Hay quien lo hace sin querer, con mayor o menor pericia, y hay quien pone en práctica un método. Puede que sea su doctorado en Química, o puede que su doctorado en Química sea una manifestación de una forma de ordenarse que ya arrastrase consigo, el caso es que Mario de los Santos (Zaragoza, 1977) ha diseñado mucho hasta crear Noche que te vas, dame la mano (Candaya, 2018), una historia que según afirma su autor suena a música negra -noir- sin serlo, una historia que podría parecerse a una historia negra si despojásemos a esta segunda del atrezzo literario, de los lugares comunes del canon.

-De ti han dicho que exploras paisajes interiores. ¿Es el interior el gran misterio auténtico?

-Sí, eso es algo que nace de buscarte. El paisaje interior yo lo pongo en cuatro personajes, pero es una búsqueda muy personal. Sí, tiene que ver con ese removerte para ver qué leches eres y qué estás haciendo. A partir de ahí hay gente que construye esa literatura del yo, que en algunos casos tan apasionante es y en otros no, depende como siempre del autor. Yo no sé hacerlo, siempre necesito la ficción, necesito protegerme para poder contarme.

-Pero esa ficción de tu libro está muy afinada. ¿Las historias de tus personajes tienen alguna correspondencia con vivencias reales?

-El libro es terriblemente autobiográfico [risas], de hecho todos los libros me cuestan broncas con amigos, aunque ya me van conociendo; como han descubierto que nadie los reconoce, no hay problema.

-La ficción al fin y al cabo siempre es una forma de enmascarar tu realidad.

-Como decía, necesito protegerme. Ahora hay un gran debate con el tema de la autoficción. Yo no, yo personalmente necesito una ficción que diluya, que enmascare, que me permita no dolerme tanto.

-Ahora que lo mencionas. ¿Qué opinas de la autoficción?

-Cuando está bien hecha resulta encantadora, y cuando no, pues no. En general me resulta un debate artificial: la autoficción ha existido siempre igual que ha existido la ficción, y desde esa perspectiva ponerlo en un libro me parece más un debate de marketing.

-Los Suaves son una presencia fundamental en el libro. ¿Por qué?

-Porque es el grupo de mi adolescencia pero más concretamente porque cuando estaba diseñando estos personajes que iban a guardar mis vivencias, sonó una canción de Los Suaves, la que le da título a la novela, y fue como un flash...

-No es leyenda entonces, ocurrió.

No, no, es verdad. Fueron como diez o doce horas escuchando esa canción. En eso soy, imagino que como muchos escritores, terriblemente obsesivo cuando aparecen esos resortes, y a partir de ahí introduje la canción y se introdujo el grupo y no hubo manera de sacarlo. Es un grupo que he vivido mucho, he sido muy fan, he ido a muchos conciertos, he tenido mi época de negro, mi época de darme mazazos porque nadie me quería... Los Suaves han estado muy ahí.

-¿Qué pasa cuando intentas ignorar un anhelo?

-Yo para ignorarlo no escribo [risas]. No sé hacer eso.

-¿Y cuando intentas enterrarlo?

-Mala idea. Yo creo que hay que dejarse llevar si uno sabe y puede.

-Tus personajes siempre tienen algo que tapar. Esas pulsiones de los personajes, ¿de dónde surgen?

-Las pulsiones de los personajes surgen siempre de los autores.

-Este es el primer libro que publicas desde que vendiste Tropo Editores, tu propia editorial. ¿Cómo se ve esto de publicar ahora al otro lado de la barrera?

-Igual que desde el otro [risas]. Este es un libro que se deja leer, que es lo mínimo que habría que pedirle a un libro. Yo como autor, por cariño hacia mi libro, y el editor, porque se juega el dinero, mínimo tenemos que exigir que se deje leer. Y a partir de ahí ya discutimos otras muchas cosas. Técnicas, calidad, lo que tú quieras.

-¿Y cómo es tu relación con una editorial cuando tú mismo has sido o eres editor?

-Yo tengo un axioma que es que si tu envías tu trabajo a diez editoriales y a diez concursos, algo pasa. Y si algo pasa pues ya sabemos que se deja leer. Entonces hice eso, cogí y lo envié a diez concursos que per se son anónimos, y luego a diez editoriales, lo que pasa es que como muchas se correspondían con gente que me conocía de Tropo, me busqué un alter ego, Míkel Santabárbara, puse una gran carta de presentación, que era la que yo esperaba recibir en Tropo, a una amiga le pedí su dirección y lo envié a diez editoriales, y al final, al año y medio respondió Candaya. Cuando Paco me llamó en mi vida había un Míkel con el que colaboraba en otras cosas, aunque no me apetecía mucho hablar con él, y en esas que me llama Paco y me dice, “perdón, ¿Míkel?”, y yo pensé, mierda, se han confundido, me llaman por este tipo. Era sábado, estaba con mis críos en el parque, no me acordaba ya de aquello del pseudónimo y le dije no, no, te has equivocado -no me apetecía ni dar explicaciones-. De repente me dicen, “¿Míkel Santabárbara?”, y cuando llega al apellido digo hostia, sí sí sí, soy yo. Entonces me contestan, mira, soy Paco de Candaya, hemos recibido un manuscrito, nos ha gustado, estamos valorando una posible publicación y querríamos conocerte para ver si es posible. Cuando me dice eso, como por la editorial sí nos conocíamos, yo le digo, “Paco, ¿tú sabes quién soy?”. A lo que él me contestó: “creo que no lo sabes ni tú”.

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