VALÈNCIA. Poco se ficciona sobre ese periodo intermedio en el que se ejerce de progenitor de los hijos y de los propios padres, ese lapso en que los cuidados de unos se solapan con la fragilidad de los otros. La compañía Marie de Jongh, Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud 2018, ha cambiado de formato y de público para abordarlo en AMA. La terrible belleza, el espectáculo de teatro gestual que inaugura hoy, 14 de septiembre, en el CM Bernat i Baldoví, la Mostra Internacional MIM de Sueca.
En principio era una obra para todos los públicos, pero la incorporación de lo que ellos han venido a llamar máscara-cero le dio una gravedad que los disuadió. El accesorio del que se sirven para la propuesta carece de rasgos, de modo que sitúa a los protagonistas al borde de la deshumanización.
“No es una máscara neutra, sino como las que podemos encontrar en los maniquíes modernos de los escaparates. Con su uso nos hemos convertido en títeres de tamaño real. Eso nos lleva a la reflexión de lo rápido que objetivamos al otro. Nosotros reivindicamos al sujeto, ya sean viejos, mujeres o niños”, defiende el director y autor de la pieza, Jokin Oregi, que esta tarde impartirá una clase magistral titulada Escribir con las imágenes donde desmenuzará el proceso de creación.
El protagonista de AMA es un pintor que vive en un loft donde lidia con sus padres y su hija adolescente con la angustia de no haber aprendido nunca a cuidar, “algo de lo que no podemos presumir mucho los hombres”, apostilla Oregi.
La trama es un relato iniciático donde, sin palabras, se subraya la importancia de los afectos y la necesidad de la intendencia. Y de paso, se reflexiona “sobre el rumbo de nuestra sociedad, si nos alejamos o es posible mantener la posibilidad del hogar, porque nos estamos deshumanizando”, completa el creador e intérprete.
La sombra alargada de la pandemia
Esta coproducción de gran formato de la Opéra Grand Avignon, el Laboratorio de las artes de Valladolid y Donostia Kultura es un viaje creativo que empieza hace unos cuatro años, cuando Marie de Jongh estaba buscando “una historia importante que contar”.
La elección del tema no está conectada con el protagonismo que, desgraciadamente, asumió la la tercera edad durante la pandemia, pero sí ha marcado el resultado final: “Nos ha quedado más oscura. La pandemia ha sido chocante y dramática. Se nos han visto las costuras como sociedad y se ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de los ancianos. Seguramente, algo de eso ha dejado poso en AMA”.
La posibilidades de una arruga
La máscara les marcó la atmósfera, la forma de narrar y el terreno de juego. Los personajes emplean dos tipos distintos, la cero y una arrugada, donde se plasma las emociones de los personajes, la angustia y los miedos. “Al igual que una máscara lisa es un lienzo en blanco, en esa arruga también cabe todo, produce el efecto de que la cero está distorsionada”, aclara Oregi, que contó con la mirada externa de Pablo Messiez para desarrollar el montaje.
El resultado es la propuesta menos convencional en la historia de la compañía. En el pasado ya habían trabajado con el teatro de gesto y con las máscaras, pero aquí daban un paso más hacia la experimentación.
“Todos sabemos que el teatro es artificio, una mentira entrecomillada para hablar de la verdad. Nosotros le quitamos la palabra y luego los rostros, pero el espectador entra igualmente en la convención, así que pensamos en ir más allá y quitarle una capa más. Buscamos la síntesis, y de ahí salen otras verdades”, avanza el director de la compañía.
Esa ruptura les llevó a elevar la clasificación de edad a mayores de 16 años, pero Oregi no es partidario de las etiquetas: “AMA está destinada a adultos, pero a partir de los 12 años se puede ver perfectamente. Los niños entienden más de lo que creemos. Hay lecturas y capas a las que no llegan, pero les enriquecen”.