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LA LIBRERÍA

'Material sensible' de Neil Gaiman para amantes de los cuentos

Sombras, dioses, duques cósmicos, exiliados en el oeste, detectives, extraterrestres, asesinas, Señores del Tiempo; todo es posible cuando hablamos de la imaginación del creador de The Sandman

5/09/2016 - 

VALENCIA. De todos los autores que acostumbramos a leer, pocos son aquellos a los que consideramos arquitectos de un universo propio. Sin llegar a tanto, la voz de los mejores escritores nos es reconocible hasta el punto de poder identificarlos en un texto sin firmar; de eso se trata en la gran literatura, de renovar una tradición muy antigua con un estilo propio y dejar huella. Así, los grandes temas vuelven una y otra vez, y situaciones que ya conocemos se presentan ante nosotros con un sabor ligeramente distinto, y lo agradecemos. Sin embargo, en este plano de la realidad literaria también existen singularidades, anomalías, brechas que rompen con el continuum y amplían el espectro de posibilidades con nuevas ideas, que de tan originales y sorprendentes que son, se convierten en un nuevo recorrido hasta las emociones universales a través de senderos alternativos que nunca habíamos transitado.

Estos días leíamos la noticia de un científico japonés que aparentemente podría haber resuelto un gran enigma matemático, la conjetura abc, y al que sin embargo todavía no se le ha podido ni reconocer ni negar el mérito de haberlo hecho porque el método que ha empleado es tan personal que nadie puede entender su demostración. Shinichi Mochizuki ha desarrollado a lo largo de veinte años de aislamiento intelectual una serie de herramientas matemáticas -que él mismo ha bautizado como la Teoría Inter-universal Teichmüller- únicas, poderosas y al parecer, intransferibles de momento. Mochizuki es una anomalía en la larga cadena de la ciencia matemática, como también lo fue el misterioso genio indio Ramanujan. Cuando alguien así aparece, no podemos hacer más que celebrarlo.

Neil Gaiman, en la literatura, es una de estas anomalías, una de estas bifurcaciones hacia otros territorios por descubrir. Un arquitecto, como decíamos anteriormente, de mundos nuevos que afortunadamente no solo él, sino también nosotros, podemos visitar. Es de suponer que desde pequeño, su inquieta imaginación no se contentó con las ficciones y fantasías ajenas que tenía a su alcance, que necesitó volar más allá, mucho más allá, y que por eso acabó creando ya de adulto maravillas como el fabuloso The Sandman que ha cautivado -y sigue cautivando- a lectores de todo el planeta. El mapa de nuevos caminos que Gaiman se ha encargado de despejar se ha ampliado ahora con otra ruta en forma de antología de cuentos llamada Material sensible (Salamandra, 2016), una colección de atajos hacia lo fantástico en la que nos vamos a cruzar con una nutrida galería de protagonistas y escenarios: desde intrigantes personajes que no son lo que parecen embarcados en búsquedas épicas, hasta seres procedentes de los confines del tiempo y el espacio, pasando por una curiosa versión de Sherlock Holmes o un genio de la lámpara que se enfrenta a una situación poco ortodoxa teniendo en cuenta su naturaleza.

Que nadie se deje engañar: aunque algunos de estos ejemplos nos puedan resultar familiares, todo ha sido convenientemente gaimanizado a golpe de tecla, adquiriendo un aspecto muy distinto al que podríamos esperar. De esta manera, el relato de una metamorfosis en la familia llega a nosotros a través de las respuestas de una entrevista -solo de las respuestas-, o la experiencia sobrecogedora con una casera fatale, mediante un poema macabro. Sí, en el nuevo libro de Gaiman también hay poemas, que nadie se asuste. No muerden -al menos no todos-. En este volumen no es solo el contenido el que sorprende, sino también la forma, la estructura de los relatos, que escapan de vez en cuando del corsé de la narrativa más común y se visten de un modo provocativo para decir más de lo que ya dicen. Podemos suponer que si Gaiman hubiese tenido acceso a otros recursos propios del libro para generarnos sensaciones, habría hecho uso de ellos, quién sabe: el aroma del papel, su textura, su sabor.

Porque Gaiman es un escritor valiente, y eso se observa página a página. Muchos autores son capaces de producir en sus mentes potentes asociaciones, tramas complejas que se alejan incluso de lo que es una trama, narradores que rompen con el canon. Sin embargo, pocos acaban atreviéndose a intentar materializar esas posibilidades en un relato, y al final, optan por salidas más cómodas -por supuesto, también es cierto que hay que tener un talento especial para poder hacerlo-. Gaiman sin embargo salta al abismo con la confianza de quien se siente en su terreno, moviéndose con un gran sentido de la orientación entre paisajes oníricos, surrealistas, metafísicos o metaliterarios. Casi nunca escoge el camino fácil. Personajes que esperan a otros “donde mueren las flores”, “demonios ascendidos” además de ángeles caídos, seres colándose “por las rendijas del tiempo”, años encarnados batallando segundo a segundo contra terribles monstruos. Cuando a Gaiman le gusta una imagen o cree en una metáfora, no ve inconveniente en trasladarla y colocarla donde cree que puede hacer su papel.

“Hay cosas que nos perturban. Aunque aquí no hablamos exactamente de eso. Estoy pensando, más bien, en esas imágenes, palabras, o ideas que se abren como trampillas bajo nuestros pies, arrancándonos de la seguridad y cordura de nuestro mundo para arrojarnos a un lugar mucho más oscuro y menos acogedor. Se nos acelera el corazón con un redoble y tenemos que esforzarnos para recuperar el aliento. La sangre abandona nuestros rostros y dedos, y nos quedamos pálidos, jadeantes, conmocionados”. No cabe duda de que Gaiman es una persona de una sensibilidad mayúscula, queda patente en la mayoría de sus trabajos. Es evidente que esa conmoción de la que habla la debe experimentar frecuentemente. Si no no podría accionar esas palancas que abren trampillas como la que nos deja caer sobre el relato conmemorativo del cincuenta aniversario del Doctor Who, Las nada en punto, o sobre esa bella rareza poética titulada El hombre que olvidó a Ray Bradbury. Tampoco podría empujarnos a ese “calendario de cuentos” en cuyas hojas vemos pasar hermosas historias además de meses.

Dice Gaiman que todos llevamos máscara, y que este libro trata sobre eso, sobre las máscaras. Añadiremos que también trata sobre volar. Quizás esta conexión no sea casual, tal vez él ya lo había previsto, por eso, nada más empezar, nos avisa de algo, recordando esa advertencia tan típica de los aviones: “Póngase la máscara de oxígeno antes de ayudar a los demás”.

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