En su obra La tradición oculta, Hannah Arendt realizó una reflexión que se antoja de rabiosa actualidad: “Honor y deshonor son conceptos políticos, categorías propias de la vida pública”. Lo leemos, y nos preguntamos: ¿a qué concepto se ajustan nuestros políticos? Ellos dirán, sin dudarlo, que al honor. Todos son muy honorables. Sí, quizá lo sean, no lo discutiré, pero si algo me ha enseñado la vida es que, para la mayoría de la clase política, la única deshonra que entienden es la que los lleva al anonimato, el que se produce con la pérdida de unas elecciones que, para su desgracia, les conducirán al cajón del olvido. Por el contrario, su mayor éxito se alcanza cuando llegan o se mantienen en el poder, al precio que sea, aunque este los lleve al ominoso pacto con quienes desean desmembrar a España. A este hecho, ya desde la Antigüedad se llamaba delito de lesa patria, una traición que era penada con pena capital. Hoy, por el contrario, es bendecido por parte de la opinión pública. Cosas de la posmodernidad.
Días de tragedia conllevan días de ira. Un tiempo para la reivindicación. Un tiempo que brota de la más absoluta desesperación. Se pudo apreciar con la primera manifestación contra Mazón. Fueron miles de ciudadanos. Su protesta fue legítima. Protesta fruto de la desatención y de los infinitos errores y humillaciones sufridos por la administración central y autonómica. Ambas, en mayor o menor medida, hicieron posible que la confusión propiciara una tragedia no deseada. Nuestra clase política, toda, ha demostrado que no vive instalada en el mundo real, sino en sus márgenes, lo que los lleva a ver la vida como si fuera una obra de teatro, en la que pueden entrar y salir del escenario en busca de una fama escasamente merecida. Esta es, sin duda, la gran enfermedad que sufren nuestros políticos: el endiosamiento.
No es mi intención entrar en la descripción de los hechos acaecidos, de los que tenemos prolija información, sino el de trasladarles una vieja inquietud que vengo observando desde mi juventud: el tenebroso sectarismo de la izquierda. Quien me conoce sabe que suelo decir que la izquierda es sectaria por definición. Lo sé, porque la conozco bien. Como tantos jóvenes de mi generación, me creí, a pies juntillas, que la bandera de la ética estaba en la izquierda, lo que me llevó a entrar en el PSOE cuando inicié mis estudios de Geografía e Historia (1981). Tras los numerosos casos de corrupción y los GAL, vino el profundo desengaño. Me había dejado embaucar. De aquel tiempo he guardado una gran verdad: nadie maneja el relato político como la izquierda, entre otras cosas porque carece de autocensura. Lo acabamos de presenciar con la reciente manifestación, y lo seguiremos viendo en las próximas. En estas se impone una realidad tan vieja como hiriente: siempre se valen de la tragedia humana para obtener rédito político. Lo hicieron con la Colza, con el Prestige, con el 11M y ahora con la DANA de Valencia. Los trágicos incidentes sirven para un fin: acabar con quienes les impiden colonizar las instituciones. En Madrid, Ayuso (pez grande); en Valencia, Mazón (pez pequeño). Atónitos, nos preguntamos: ¿Dónde estaban los dirigentes de Podemos, de Sumar, del PSOE o de Compromís durante estos días? Muchos de ellos criticando a Amancio Ortega, quien ha donado la exigua cantidad de 100 millones. ¿Qué han aportado ellos? Sobra la respuesta. ¿Qué manifestaciones han realizado por la ausencia de ayudas por le terremoto de Lorca o por el volcán de Las Palmas? Han pasado los años, las haciendas siguen destruidas, y las ayudas, prometidas a bombo y platillo, se quedaron en eso: en mera propaganda. Nada han recibido. Y quizá nada reciban. Ni siquiera el aliento de las organizaciones que en breve se volverán a manifestar contra Mazón.
Como hemos indicado, era legítimo que se fuera a la plaza del Ayuntamiento. Pero, ¿no lo era ir a la sede del PSOE? No, no lo era, porque el Gran Hermano es “uno de los nuestros”, y a los nuestros no se les toca. Lo vimos en el 15M. Gobernaba Zapatero, ese insigne estadista del que aún estamos buscando sus brotes verdes, los que llevaron a la quiebra económica a España. ¿Dónde se manifestaron? No en la Moncloa, lo que sería lo más lógico, sino en sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid. Todo dicho. Y quien diga lo contrario, es “un antipatriota”.
Esta vez tampoco fueron a Ferraz o la Moncloa. Me pregunto: ¿pudo hacer más el marido de la insigne directora de un Máster en la Complutense? No solo pudo, debió hacerlo. Tenía los requisitos legales a su alcance. El Gobierno central debió intervenir directamente enviando todas las unidades militares que fueran necesarias. Solo le bastaba decretar, por emergencia de interés nacional, el nivel tres de alerta, o, en su defecto, declarar el estado de alarma. La ley Orgánica 4/1981, en su capítulo cuarto señala: “el Gobierno, […] podrá declarar el estado de alarma, en todo o parte del territorio nacional, cuando se produzca alguna de las siguientes alteraciones graves de la normalidad. a) Catástrofes, calamidades o desgracias públicas, tales como terremotos, inundaciones, incendios urbanos y forestales o accidentes de gran magnitud. […]”. Pero la izquierda nunca pedirá explicaciones a su “padrino”, todo lo más le besará el anillo, previa inclinación de cabeza. Pacto de silencio, creo que se llama.
Quienes no vivimos de la prebenda ni en el silencio, acudimos a la ley. Su contenido no admite dudas; la irresponsabilidad de Pedro Sánchez, tampoco. Como siempre, se escudó en un ardid, que resulta tan falso como su palabra. Declaró que no actuó directamente porque no deseaba reemplazar a la administración autonómica. Pudo actuar y después delegar. El tenor de la ley no nos desmiente. En su artículo séptimo se especifica: “A los efectos del estado de alarma, la Autoridad competente será el Gobierno o, por delegación de éste, el Presidente de la Comunidad Autónoma cuando la declaración afecte exclusivamente a todo o parte del territorio de una Comunidad”. Como se desprende de su texto, pudo declarar el estado de alarma, enviar al ejército, y, si hubiera querido, dejar que, con posterioridad, Mazón asumiera la gestión. No lo hizo. Su inacción la pagó el pueblo valenciano, un pueblo, noble e histórico, que tuvo que soportar una frase que pasará la historia: “Si necesitan ayuda, que la pidan”. Mayor soberbia no cabe. Mayor miseria moral y política, tampoco. Pero la izquierda calla. Faltaría más.
Hoy, como ayer, y como sucederá mañana, el sectarismo de buena parte de la izquierda se impone. Saben, como nadie, enardecer y movilizar a sus bases. A ellas les piden que exijan la dimisión y hasta la prisión para Mazón, y le llaman asesino. Gran culpa tiene Mazón. Mucha, diría yo ¿Cómo puede decir que no perdería ni un minuto en desmentir a la ministra de turno? No un minuto, todo el tiempo que sea necesario. Si no reivindicas tu gestión, no mereces ostentar la representación de la CV. Tu silencio fue un alegato cobarde de tu resignación. Tu silencio no puede ir en contra de la verdad, y menos aún para envolverla en una opacidad que solo contribuirá a crear mayor desconcierto y frustración. Tu silencio únicamente favoreció a una ultraizquierda empecinada en la erosión de las instituciones. Tu silencio te empequeñeció y te condenó. Tu silencio y tu inacción te obliga a dimitir, pero solo un minuto después de que lo haga Sánchez, no antes. Con tu silencio olvidaste las sabias palabras de Don Quijote: “Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro”.
Esta es la batalla de nuestro tiempo: defender la verdad de quienes quieren mancillarla. Toma nota, y no te acojas a los febriles elogios de quienes te rodean, para mañana traicionarte. Pero esta derecha nuestra, tan apegada a la poltrona, como carente de sustrato ideológico, sigue sin comprender que “Toda casa dividida contra sí misma, desparece”; una derecha que se diluye cuando renuncia a los principios en favor de un estéril pragmatismo, que solo propicia el peor de los virus: el cesarismo vitalicio de un presidente tan implacable con el adversario como sumiso al separatismo. Es hora de que la derecha lo comprenda, lo asuma y se atreva, de una vez por todas, a dar la batalla cultural a la que está llamada. Pero me temo que se acogerá a lo que siempre ha hecho: a gestionar lo mejor que pueda la tragedia, y a dejar que la política, la política con mayúsculas, la aplique el PSOE, imponiendo sus leyes ideológicas –en esto sí son consecuentes–, las que rechaza cuando están oposición para conservarlas cuando llegan a poder. En estas manos estamos, de ahí el lógico desafecto de tantos y tantos ciudadanos, entre los que me encuentro.
En breve habrá una nueva manifestación contra Mazón. Así nos lo han comunicado algunos sindicatos de partido por el correo universitario. Son los mismos que callan cuando se anuncia el fin de Muface. No están para defender nuestros derechos, están para salvaguardar al presi, el mismo que fue capaz de declarar que ganó las pasadas elecciones. Lo hizo ante los chicos de la UGT, quienes, no sé si producto de tanta mariscada, aplaudieron hasta derramar lágrimas de profunda y sincera admiración. Si esto no es sectarismo, desconozco su significado.
Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Derecho Romano