Antes me deslumbró el brillo del Tesoro de Cheste y fui a por tamales. Hay muchos mundos pero no están en Mislata, Mislata es otro planeta.
Mislata-el-municipio-más-densamente-poblado-de-España-y-el-segundo-de-Europa. Cuando te pregunto por Mislata, me dices «Mislata-el-municipio-más-densamente-poblado-de-España-y-el-segundo-de-Europa». Tú y todas decís eso. Y que está el Museu d'Història de València, que es una maravilla. Algo más tendría que haber en Mislata, ¿no? Antes tenía huerta, pero fueron malos tiempos para la lírica y los llaures. Erató, la musa de la poesía y los amoríos, le cedió el terreno a los promotores inmobiliarios.
Entramos al municipio cruzando por donde el paseo de la Petxina pierde su nombre y se transforma en la avenida València. «Mira, eso es el frontón de Lo Rat Penat, era una señal de tráfico que en el siglo XVII daba indicaciones para ir al Portal de Quart o al de Serranos». Ahora es un banco para comer pipas y esconderse de la pesada silueta que arroja la antigua cárcel modelo, reconvertida en el Complejo Administrativo del 9 de Octubre. Qué acertada es la polisemia de la palabra “complejo” para referirse al conjunto de oficinas administrativas.
Andas rápido, saltando de sombra en sombra. Hace cinco minutos que hemos salido del verde fresquito del Cauce y hace cuatro que se nos pega la camiseta a la espalda y la mascarilla a las vías respiratorias. «¿Era preciso venir a las cinco de la tarde?». No, nada es necesario, pienso. Todo es contingente. No hay razón de ser. Me va a dar un vahído. Ah no, pero veo el asfalto moverse. Pensaba que era mi consciencia, pero son las ondas de calor de este agosto sacado de una novela de Rafael Chirbes. El termómetro marca una cifra muy próxima a los cuarenta grados. En uno de los despachos del complejo un grupo de altos funcionarios se atrinchera bajo el aire acondicionado. Tienen botellas de agua helada y chalets en Serra, el Perelló y Oliva. Son la Comisión Extraordinaria del Calor. Hoy no van a salir a su hora.
La única terraza con una mesa libre es la de un kebab pizzería. Mesas de plástico rojo, sillas a juego. Su textura es la de un döner mixto que nadie come. Una panda de adolescentes —trap en el móvil, riñonera cruzada, el gesto beligerante— está pidiendo trozos de pizza reblandecidos. Son como lenguas gigantes y aceitosas.
Se va el sol y Mislata sale a tope a la calle. Ni una garganta sin cerveza. En el bar de la asociación musical nos han quitado la mesa, en Las Brasas hay cola, en la plaza mayor quien no tiene vacaciones tiene amigos y vida. ¿Sabéis qué hay en Mislata que no hay en el cap i cassal? Señoras y señores que sacan a la fresca sillitas de mimbre o esas antiguas de playa con franjas verticales de colores y muelles.
Gran parte de Mislata está compuesta por bloques ásperos de viviendas. Los de nueva construcción tienen nombres ambiciosos que prometen calidad de vida y comodidades. El más grande, con mejores acabados y nombre más rimbombante, está en la calle Carlos Marx. Los pisos baratos de finales de los años setenta ocupan calles con nombres de antiguos militares castellanos. Son fincas con techos bajos, paredes sin enlucir y toldos verdes —el toldo verde vértebra España—. Huelen a sábanas tendidas al sol y sopa de cocido. En las mesas de esas casas hay buen pan, el del horno-pastelería de Inma Moliner o el del Horno Balvent. Ese pan para merendar se llena de fiambres de Vicarius Gourmet.
En Mislata te comes a Marc Knopfler en una hamburguesa, a Hendrix entre pan y pan y un sándwich que homenajea a Eric Clapton. Si estás a plan y eres un bala perdida, la ensalada Bob Dylan. «Vicente no es un cocinero, es un chef». La declaración es de Carmen García, la propietaria del Bar Knopfler. Vicente es el padre de arroces que sí y de Cristian Chust, que es también el hijo de Carmen e ideólogo del concepto del bar. «Mi hijo cada vez mete más decoración. Carteles, portadas de discos, fotografías… y las entradas, son todas de conciertos a los que hemos ido». El bar es un altar a las estrellas del rock. Amy Winehouse también tiene su sitio en un bocadillo con anchoas.
«La historia de este bar es muy rara, antes había gente… cómo decirlo, muy extraña. Era un bar maldito en el que no entraba nadie. Muy zulo. Yo poco a poco he ido adecentándolo, aunque los vecinos me decían que qué pena el esfuerzo que estaba haciendo, que esto no se podía arreglar». Cuando había pubs, música y se podía cantar Let the good times roll, en la Novelty tenían bolos todos los fines de semana y el Knopfler se petaba de una mezcla curiosa de asistentes a los conciertos y parroquianos de todas las edades. «Pero se nos sigue juntando, gente joven y gente mayor. Hijos que se lo dicen a los padres y al revés. Esto nos funciona por el boca a boca, pese a la situación, estoy contenta».
En Mislata también se come churros y porras aunque sea agosto, aunque la cola para comprar media docena se salga del establecimiento. El establecimiento es el Bar Cafetería la Churrería. Un nombre que no engaña. Lo que hay, lo que ves, lo que te llevas en un papel que se tiñe de aceite. Y chocolate caliente. No mires el tiempo en el móvil. Tú sopla y sorbe.
Mislata tiene un centro histórico de calles tranquilas, con casas con patio a las que se accede a través de esas puertas gruesas de madera con lámina doble y enrejado que para mí solo pueden existir en los pueblos. Los portales llevan adheridas señoras vendiendo naranjas de su campo.
Como en otros municipios pegados a València ciudad, hay un deslinde entre el carácter de pueblo que se enciende por la tarde y el ritmo de mañanas. ¿Dices que lo que diferencia una ciudad de una localidad más pequeña es la tipología de su tráfico rodado? Pues por la avenida están pasando un par de tractores. Ese estruendo es de peñita con motos trialeras. Los 90’s siguen muy presentes.
Se alquila, se vende, se traspasa. Pubs, floristerías y carnicerías en abandono radical. Creaciones Jesús, en la calle Mayor, está cerrado a cal y canto. ¡Nueva promoción de viviendas! 56 metros cuadrados, desde 119.000€. Mupis de esos hay muchos, y solares entre edificios que quieren pero no pueden ser brutalistas. Me gusta el hormigón. Pero estas calles me sobrepasan.