Hemos recordado estos días la película Holocausto Caníbal por la desaparición de su director. Deodato estuvo vinculado al cómic, incluso recientemente escribió guiones para Miguel Ángel Martín. Esta generación de provocadores directores de cine y dibujantes tuvo que soportar la censura y las prohibiciones durante años por unos trabajos que buscaban los límites de la sensibilidad y no tenían miedo a los malentendidos. No fueron comprendidos entonces, me temo que menos ahora
VALÈNCIA. La semana pasada falleció Ruggero Deodato, director de la controvertida Holocausto Caníbal. En las páginas de Interviu en las que se cubrió el estreno de la película no decía nada que pudiera hacer pensar que se trataba de un publirreportaje. La columna que firmó Vicente Gracia aseguraba que se trataba de un documental. Contaba que la NBC quería destruir las cintas, pero que se habían salvado y llegado así a nuestras pantallas. Solo parecía sospechosa esta frase "La historia de cuatro brillantes reporteros, cuatro magníficos hijos de puta". El escándalo suscitó una serie de prohibiciones, juicios y polémicas que convirtieron la película en una cinta de culto. En Japón las recaudaciones que hizo fueron astronómicas.
A mí conocimiento llegó a inicios de los 90, cuando era adolescente, pero con todo ya bastante desvaído. La grabé de madrugada en televisión y, como no había internet, entre los amigos solo podíamos comentar dimes y diretes y recuerdos de hermanos mayores sobre la película. Desde el principio, era evidente que no era real y que se trataba de efectos especiales. Sin ese truco lo cierto es que la película resultaba bastante aburrida y sus provocaciones un tanto estériles con la excepción de la muerte de animales. Precisamente, esas son las escenas que más recuerdo, el despiece de una tortuga enorme y la muerte lenta de una rata. Esas sí que eran de verdad y tenían muy poca gracia.
Deodato también tuvo una faceta relacionada con el cómic, escribió hace pocos años guiones para Miguel Ángel Martín derivados de su mítica película. Actualmente, como no sea por la fiebre del género de zombies, poco aparecen caníbales en la ficción. Antes eran muy frecuentes en las películas de aventuras. Ellos y las arenas movedizas. No sé la de años que llevo sin ver a alguien hundirse en arenas movedizas tras una persecución de caníbales, tiempo ha me parecía un fenómeno cotidiano al que a buen seguro tendría que enfrentarme en algún momento en mi vida.
De cuando el género canibalismo estaba más vigente, hubo un álbum monotemático que recopilaba diferentes historias publicado en Estados Unidos en 1986 que era una joya de la imaginación más perversa que pudiera encontrarse en aquel momento. La noticia es que una de las historietas era ibérica, la firmaba Damián Carulla. Un dibujante que publicó en primer El Víbora y el primer Makoki. Una historieta con guión de Mediavilla que sacó en este último nunca la he olvidado. Era corta, pero intensa, dos manguis entraban a robar en una caseta de la ONCE y solo encontraban un condón usado, con lo que se masturbaba el titular de esa administración de lotería, y encima les cogía la policía. Eran solo dos páginas, pero la oscuridad del dibujo y el detallismo hacían que un guión de apenas media docena de viñetas pareciera una película. Casi un recuerdo como que tú también habías estado ahí y habías sido testigo de los hechos. Y qué hechos, y qué botín.
Carulla tiene mucho en común con Miguel Ángel Martín y Deodato. Como editor, no solo de Makoki, lanzó el polémico Hitler=SS de Philippe Vuillemin que estaba prohibido en Francia e Italia. En España la denuncia de asociaciones judías no tardó en llegar Carulla tuvo que explicar que la obra, lejos de frivolizar con el Holocausto o llamar al odio contra los judíos, lo que hacía era parodiar las teorías históricas revisionistas sobre la II Guerra Mundial que habían aparecido en Europa en los años 70.
Sin embargo, el Tribunal Constitucional confirmó en 1995 el carácter racista de la obra: "Un cómic como este, que convierte una tragedia histórica en una farsa burlesca, ha de ser calificado como libelo, por buscar deliberadamente y sin escrúpulo alguno el vilipendio del pueblo judío, con menosprecio de sus cualidades para conseguir así el desmerecimiento en la consideración ajena, elemento determinante de la infamia o la deshonra". Hubo que destruir las planchas de la imprenta y Carulla fue condenado a un mes y un día y a pagar 100.000 pesetas.
En la recopilación estadounidense en mencionada recopilación, las breves notas biográficas que se presentaban sobre el autor estaban rematadas con la explicación "otra mente enferma más", detalle que me parece muy gracioso. Su historieta se titulaba "La tenia". En esta ocasión, las viñetas no necesitaban elemento de fantasía para resultar aberrantes. Se contaba cómo una niña había desayunado jamón con huevos de tenia y una se le había instalado en el esófago. Cuanto más comía, más delgada estaba. Cuando le diagnosticaban el parásito, la colgaban boca abajo cerca de un plato de comida para intentar que el animal saliera al exterior. Así nos contaban incluso en el colegio cómo era alojar este ser en el interior del cuerpo. Cuando en los cómics se expone algo de nuestra áspera realidad sin adornos, solo con fieles dibujos a lo narrado, el resultado era y es mucho más escalofriante que en cualquier obra de género, como las de los zombies.
En Cannibal Romance también había una historia guionizada por Lydia Lunch, uno de los máximos exponentes del movimiento No Wave, una reacción contra la modernidad de cartón piedra, llena de clichés, que entendían sus miembros que era la New Wave. Donde unos rescataban las edulcoradas melodías del pop y el rock de los 50 y primeros 60, gente como Lunch tiraba directamente de ruido con el noble fin de aberrar y mantener levemente encendidas las ascuas de unas posiciones dignas del calificativo de contraculturales. En su aportación a este cómic parodiaban el género pornográfico y los tópicos sobre la belleza femenina contando la relación de una pareja en la que él acababa metiéndole la cabeza en el culo a ella para que, acto seguido, ella lo devorase. No le había traído suficientes chocolatinas del supermercado y se cabreaba. A veces cabe preguntarse si la protagonista de esa historieta estaba loca o si su reacción era la más coherente con la hipercomercialización de todo lo que nos rodea. Si ese retrato de su mente no era más que puro realismo.