Se acabaron las líneas rojas del White Paper. A la Primera Ministra británica Theresa May se le iba a atragantar el turrón, si lo tomara. Pero como los ingleses comen otro dulce tras el pavo —al que llaman “turco”, misterios de la vida—, duro como él solo, por cierto, y hecho de restos de pan y fruta, el christmas pudding… Pues, eso que se pierde. Y se han acabado las línea rojas inglesas porque han tenido que aceptar las europeas, todas. Las decidieron los 27 Estados miembros sin el Reino Unido el pasado mes de abril y no han perdonado ni una. El divorcio está en marcha y lo que se ha firmado es el convenio económico regulador. Falta delimitar el horario de visitas, porque la casa y los niños se los queda Bruselas.
El Gobierno británico pagará la factura del Brexit, entre 40.000 y 45.000 millones de euros —mínimo—, garantizará los derechos de los ciudadanos europeos que viven en el Reino Unido y aceptará la jurisdicción del Tribunal de Justicia Europeo sobre una base voluntaria. Además del pacto sobre la frontera con Irlanda del Norte, cuyo territorio seguirá excepcionalmente con la unión aduanera y en el mercado interior aceptando toda la legislación comunitaria. Convergencia regulatoria, le llaman, en lugar de “allanamiento reglamentario”, que es lo mismo pero no les gustaba. Porque implica que deberán aceptar la legislación europea en ese territorio con frontera blanda con Irlanda, la Irlanda del Norte, la de los 3.500 muertos del Ulster… Y éste es el camino que seguirá la Unión Europea en el año que le queda para finalizar las negociaciones para la salida del Reino Unido.
Recordemos lo ufanos que se mostraban en septiembre de 2016, cuando el Secretario de Exteriores, Boris Johnson, el del flequillo amarillo —qué peligrosos son los del flequillo amarillo— alentaba a May por un Brexit duro amenazando con salirse de la Unión Europea sin ningún acuerdo. Se negaban a pagar ni un penique —recordemos que se negaron a aceptar el euro— y exigían a Bruselas quedarse con las agencias europeas que tienen su sede en territorio británico, como la famosa Agencia Europea del Medicamento. Y hasta pretendían imponer restricciones en la compra de casas a los extranjeros en el Reino Unido. Y le han recordado lo de la reciprocidad… No han entendido nada, pretendían quedarse hasta con la City, el control financiero de europa. Pues se va a Franckfurt.
Ahora, deberán abonar más de 40.000 millones de euros, más los gastos corrientes y su parte de los presupuestos durante las negociaciones y en los dos años transitorios siguientes, hasta el 2021, periodo por el que han rogado los británicos pese a sus iniciales reticencias y sus amenazas de cortar por lo sano. “Espera un poco, un poquito más…”, como reza la canción. ¿Pero, quién se queda el perro?
Otrosí digo. “Suavessssito…”. Los partidarios del Brexit duro están muy callados. Comenzaron pidiendo a las empresas británicas que despidieran a todos sus trabajadores europeos. Extranjeros, los llamaban. Hasta que alguien les recordó los millones de británicos que hay en danza por todas las playas del sur de Europa, especialmente por las costas españolas. El presidente Mariano Rajoy se reunía hace una semana con Theresa May para decirle: ¿Qué hay de lo nuestro? Porque hay más ciudadanos británicos en España, y especialmente en la Comunitat Valenciana, que en cualquier otro país de la Unión Europea. Y, sobre todo,porque esa cifra es mucho mayor que la de españoles por el mundo, digo por elReino Unido. Con la agravante de que los suyos son mayoritariamente jubilados y con enooooooormes necesidades que les cubre el sistema público español de salud.
Pero, como ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, Bruselas se ha puesto firme. Y en la siguiente fase, el presidente del Consejo Europeo, el extraordinariamente europeísta para ser polaco, Donald Tusk, les explicaba cómo iba a ser la segunda fase del Brexit. Y no será un camino de rosas. En su declaración del día de la Purísima, dos horas después de cerrar un acuerdo al alba, Tusk avanzaba públicamente en rueda de prensa sus condiciones a la petición británica del periodo transitorio de dos años. “Estaremos dispuestos a debatir esa cuestión, pero, como es natural, tenemos condiciones”, ha dicho.
Si el Reino Unido pretende quedarse otro ratito en el mercado único y en la unión aduanera, deberá respetar la totalidad del derecho de la Unión Europea, los compromisos presupuestarios, la supervisión judicial y, por supuesto, todas las obligaciones conexas. Y eso no es todo. Porque, durante ese periodo de dos años de transición, posterior a la retirada del Reino Unido, las decisiones las va a tomar la Unión Europea, es decir, sus 27 Estados miembros, sin el Reino Unido, que no tendrán otra opción mas que acatarlas. Ya se lo avisaron los noruegos, con su estatus privilegiado tras sucesivos referéndums sin querer entrar y que forman parte del Espacio Económico Europeo. “Os va a costar caro. Os someteréis a sus leyes, pero sin decidirlas…”.
Pero no es esto lo que más preocupa a Europa. “Queremos abrir conversaciones con el Reino Unido para estudiar la visión que ese país tiene de su futura relación con la UE, una vez haya abandonado el mercado único y la unión aduanera”. Hay que afrontar cuanto antes ese “problema”, dijo Tusk. Porque va a ser un problema, para todos. “No olvidemos que el reto más difícil está por llegar. Todos sabemos que cualquier ruptura es difícil, pero mucho más difícil es romper y construir una nueva relación”, añadió el presidente del Consejo Europeo. Como dice un amigo abogado, el matrimonio no es para toda la vida, pero el divorcio es para siempre. Porque, ¿quién se queda al perro?