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'Metamodernismo': más allá de lo posmoderno en la era de la posironía

Mutatis Mutandis publica el ensayo canónico acerca de una etapa en la que se busca ir más allá de la posmodernidad, pero no hacia adelante, sino oscilando

13/11/2023 - 

VALÈNCIA. De todo lo malo con lo que convivimos, probablemente lo peor, lo más tóxico, sea el lodazal en el que ahora chapoteamos tras años y años de erosión de lo social por parte de una inundación bíblica de ironía. Elevada a forma de vida, la ironía absoluta no ha dejado títere con cabeza: lo que era una evidente expresión de inteligencia, una manera astuta de enfrentarse al mundo, se ha vuelto lo común hasta tal punto que se ha convertido en la normalidad, en el código estándar para relacionarnos en muchas de las plazas que más frecuentamos, desde el Parlamento hasta el grupo de WhatsApp, colapsando y degenerando a continuación en la insoportable cultura del zasca, de la declaración con apariencia de ingenio sedienta de likes y compartidos. 

La hiperironización de las masas, enfrascadas en un juego perverso de decir no diciendo, ha alimentado el descreimiento y la desconfianza. No hay nada a lo que asirse, el suelo bajo nuestros pies se tambalea. No existe la certeza. Solo nos quedan los memes. Por si fuera poco, estos han sido también los tiempos de las tecnologías al alcance de la mano capaces de falsear la realidad y de los filtros app para ser otro. La tormenta perfecta. La era del recelo, de la paranoia. La verdad no importa. La razón tampoco: en un río así de revuelto, la ganancia es para los pescadores de la emoción, de la víscera. Los hechos no valen nada. Solo la entraña, la voluntad, será lo que queramos que sea. Una bomba inimaginable ha arrasado la realidad. La realidad ya no es real anymore. De las ruinas han emergido tribus postapocalípticas: se ciñen cuernos a la cabeza, se pintan la cara, agreden, asaltan, amenazan, gritan, golpean, lloran. Se victimizan. Legitiman su brújula desbaratada cuya flecha apunta hacia donde ellos la dirigen con el dedo. ¿Cómo entender un momento como este? ¿Dónde estamos, y hacia dónde deberíamos ir? ¿Qué fase sucederá a la broma eterna posmoderna?

Metamodernismo: Historicidad, afecto y profundidad después del posmodernismo se erige en respuesta a estas preguntas: un ensayo canónico editado por Robin van den Akker, Alison Gibbons y Timotheus Vermeulen, en el que participan los autores más influyentes del debate académico y crítico entorno a la cuestión, y que publica Mutatis Mutandis con traducción de Luis Rodríguez Plaza y Joaquim Feijóo. Un buen punto de partida para comprender las nuevas prácticas culturales: a lo largo de sus doce capítulos se analizan manifestaciones que van de la literatura a la fotografía, pasando por el arte, el cine o la música, lo quirky y lo queer, la autoficción, el nuevo sentido del yo, o, y aquí nos detendremos, la posironía y la posverdad. 

La primera —porque de la segunda tenemos más referencias—, la explica así Lee Konstantinou: “al analizar el proyecto posirónico, este capítulo participa en un esfuerzo más amplio por cartografiar el dominante cultural que sucede al posmodernismo. Junto al metamodernismo, se han sugerido muchos términos (globalización, dialogismo, cosmodornismo, altermodernismo, remodernismo, digimodernismo, performatismo, posposmodernismo) para denominar este nuevo periodo. Independientemente de cuál sea nuestra preferencia terminológica, ninguna teoría sobre la nueva cultura dominante puede desarrollarse sin abordar antes el difícil problema de la ironía. No utilizo el término posironía aquí para designar un período concreto o un nuevo dominante cultural, sino para conceptualizar el esfuerzo por superar los problemas que la ironía ha ocasionado en la vida y la cultura contemporáneas”. Como decíamos al principio, no han sido pocos. El sano escepticismo que promueve el pensamiento científico se ve obligado a convivir con la negación totalitaria y violenta de la propia ciencia. Los nuevos bárbaros no son fanáticos de nada en concreto, lo son de cualquier idea que sirva de alternativa a la razón, por inverosímil que sea

En ese sentido, encontramos en este ensayo una interesante reflexión acerca de la posverdad que firma Sam Browse: “Una vez tuve una discusión con mi abuelo que acabó con él diciéndome: «Se cual es mi opinión, no me confundas con hechos». Aunque mi abuelo no pretendía bromear, el cómico Stewart Lee sí lo hizo cuando afirmó: «Puedes probar cualquier cosa con hechos». Probablemente no haya mejor frase para resumir una actitud que los académicos y expertos en medios de comunicación han bautizado como política de la posverdad. Tras ser acuñado por Ralph Keyes, David Roberts aplicaría explícitamente el término posverdad al análisis político en un artículo escrito para el sitio web de noticias y opinión medioambientales Grist en 2010. Desde entonces, estudiosos de diversas disciplinas lo han utilizado para describir el zeitgest político contemporáneo. 

El propio Roberts define la posverdad como una cultura política en la que la política entendida como opinión pública y narrativa de los medios de comunicación se ha desconectado casi por completo de la política entendida como fundamento de la legislación: Así, en la política de la posverdad, la veracidad de lo que uno dice importa mucho menos que el grado en el que uno lo cree”. Un aspecto  especialmente singular del metamodernismo, un rasgo que lo hace especialmente complejo e incluso algo frustrante por no cumplir con nuestras expectativas lineales, es el hecho de que se plantee no como un paso hacia adelante que añade nuevo significado que colocar tras la fase posmoderna, sino que lo que hace es oscilar entre lo moderno y lo posmoderno, cultivando lo que resulta útil de lo uno y lo otro. Este tipo de soluciones intelectuales suele colisionar con nuestra limitada visión espaciotemporal: estamos programados para agradecer la comodidad de un esquema de opuestos: arriba o abajo, hacia dentro o hacia afuera, atrás o adelante. Las cosas, por suerte, no son tan sencillas. Para comprender y comprendemos, vamos a tener que ir más allá de las referencias a las que estamos  acostumbrados. El mundo es cada vez más complejo, menos intuitivo: también tienen que serlo, por tanto, las herramientas que empleamos para orientarnos. Necesitamos nuevas dimensiones. 

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