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'Mi mamá me mima': De cómo una estafa contribuyó al éxito de Cuadernos Rubio

Enrique Rubio, heredero de la familia, reivindica el legado de su padre en un nuevo volumen publicado por Espasa

15/10/2015 - 

VALENCIA. Todo comenzó en un bajo de la calla Taquígrafo Martí, en una academia “discreta y austeramente amueblada”. La academia se llamaba Rubio y tomaba su nombre de su fundador, Ramón Rubio (Tarragona, 1924 –Valencia, 2011), un empleado en el Banco de Aragón de Valencia, un soñador que en la España “franquista y gris” de los años cincuenta quiso divulgar el conocimiento, y que era en sí un personaje. En “aquellas largas tardes (…) de pan y chocolate” le gustaba hacer trucos de magia. “Siempre tuvo gran facilidad con los muchachos, una capacidad para atraer su atención, uno de esos dones que solo tienen algunas personas y que los chavales suelen detectar a la primera”.

El entrecomillado pertenece al libro Mi mamá me mima, que acaba de publicar Espasa, y que ha impulsado Enrique Rubio, heredero de la saga familiar y garante del legado de Cuadernos Rubio. El volumen es un compendio de la historia de las famosas libretas verdes y amarillas, pero también se deviene en un sincero y emotivo homenaje de un hijo a sus padres. Durante sus 256 páginas profusamente ilustradas, se repasa de manera superficial pero amena toda la aventura intelectual y pedagógica que supusieron los Cuadernos, su significado social y la importancia que tuvieron en la educación de generaciones de españoles.

Porque, y eso es algo que a veces se soslaya, cuando Ramón Rubio decidió poner en marcha su academia “el acceso a la enseñanza estaba limitado a unos pocos”. Era un tiempo en los que era costumbre que las familias menos pudientes enviaran sus hijos a los seminarios, para al menos recibir instrucción académica durante unos años. “Los jóvenes que no habían estado en ese grupo de privilegiados [que podían ir a escuela] descubrieron en la Academia Rubio el lugar en el que aprender lo que nadie les había podido enseñar”.

La Academia cambió la vida de muchos de estos estudiantes pero sobre todo cambió a su profesor, quien descubrió que lo que más le fascinaba en la vida era enseñar. Contabilidad, cálculo, Rubio llegó a ir más allá y se implicó en la búsqueda de ofertas laborales para sus estudiantes. Entre sus retos, conseguir que todos sus estudiantes salieran de la academia sabiendo resolver los problemas. Todos. Ni uno

La revolución Rubio vino por la necesidad de optimizar el tiempo. Consciente de que perdía mucho tiempo escribiendo los enunciados de los problemas en la pizarra, decidió escribirlos estos en unas fichas. Las primeras fueron de cálculo, de problemas y de contabilidad. Las fichas fueron un éxito y adquirió una imprenta artesanal en la que imprimía las mismas y después las repartía entre sus alumnos.

El paso siguiente vino de una obsesión particular: la caligrafía. En los años cincuenta el 10,07% de los jóvenes entre 26 y 30 años era analfabeto, según un estudio del catedrático de Teoría e Historia de la Educación de la Universidade de A Coruña, Narciso de Gabriel. A ello había que unir las carencias; todo prácticamente se escribía a mano, ya que las máquinas de escribir eran propiedad de muy pocos. En ese contexto, Rubio se dio cuenta de la importancia de la caligrafía. “Escribir era como la carta de presentación de cada uno”. Todo era familiar, y así las primeras ilustraciones por ejemplo las realizó un cartero de Almansa, hermano de la señora que cuidaba a los hijos de Ramón Rubio y su esposa, Marina Polo.

Ya en los años sesenta, Ramón Rubio dio el paso siguiente que era editar de manera profesional las fichas convertidas ya en cuadernos. La familia adquirió los bajos de su vivienda en la calle Pedro III. Con los cuadernos amarillos de Problemas Rubio llegaron los verde de caligrafía, con frases ‘Circula por la derecha en las aceras’, ‘Vimos paisajes bellos en Vigo’, ‘El Ferrol del Caudillo’, ‘Nunca debéis faltar a la sinceridad’, ‘Felipe II construyó El Escorial’, ‘En Cádiz se fabrican barcos’ o ‘Mi ahijado me trajo una alhaja’, que muy pocos podrían escribir hoy en su WhatsApp.

Consciente del potencial de su producto, Ramón Rubio decidió ir a la búsqueda de clientes. Un verano, con su esposa, fue recorriendo colegios religiosos, los únicos que estaban abiertos durante el estío, para ofrecerles sus cuadernos. El primer colegio que visitaron fue el Consolación de Burriana. El colegio sigue existiendo y siguen empleando los Cuadernos Rubio. ‘Compramos 26 metros de tela a 25 pesetas el metro y 7 mantas por un total de 1.430 pesetas. ¿Cuánto hemos tenido que pagar?’.

Con todo, la clave para la popularización de los Cuadernos fue una estafa. Desesperado ante los problemas de la empresa para consolidarse, Ramón Rubio contrató a un comercial quien se dedicó a la venta en papelerías. La relación al principio fue fructífera pero un día el comercial desapareció y le dejó a deber a Rubio 200.000 pesetas de la época; para poder hacer una comparativa, apuntar que en el año 1964 el salario de un administrativo oscilaba entre 1.000 y 1.884 pesetas semanales. Rubio debió hacer frente a los pedidos y, aunque jamás cobró el dinero perdido, consiguió numerosos clientes que volvieron a encargarle más y más cuadernos. Durante años buscó al empleado, pero para agradecerle lo que había hecho, relata su hijo Enrique Rubio.

Con un discurso familiar y tradicional, con frases como ‘A quien no ama a sus parientes, deben romperle los dientes’, los Cuadernos Rubio adquirieron popularidad y se fueron labrando un nombre que transcendió los límites de la Comunidad Valenciana. ‘Este año habrá buena cosecha’, ‘Jarabe de palo reciben los vagos’, ‘Cecilia reza todos los días’, ‘Germán estudia Gramática’, ‘La higiene evita muchas enfermedades’, ‘Procura hacer honor a tu Colegio’, con ser propias de su época, eran considerablemente menos ofensivas que otras empleadas en libros similares.

El impulso definitivo para la empresa llegó en 1975. Con la Transición, los nuevos pedagogos se vieron huérfanos de material de apoyo y muchos encontraron en los Cuadernos Rubio “algo más o menos revolucionario”, que apostaba por una nueva pedagogía basada en la práctica continuada, en la repetición, en la imitación… y que al mismo tiempo daba una gran libertad al alumno ya que podía trabajar y practicar libremente en su casa. Los cambios también llegaron a las frases. Y así se pasó de ‘África está habitada por negros’ a ‘África es un gran continente’. Igualmente se pasó de ‘Los indios viven chozas y los chinos llevan hachas’ (sic) a ‘China es una nación de Asia’. Otras, como ‘Entre los pobres hay sabios’, merecerían seguir siendo vigentes.

Pero con los nuevos tiempos llegó también la competencia. Y el monopolio de los deberes estivales de Cuadernos Rubio fue vencido con la aparición de los cuadernos veraniegos de Santillana, con anuncio con pegadiza canción incluida. En los noventa, la hegemonía de Cuadernos Rubio fue superada y la empresa afrontó su gran reconversión al mundo de los millennials. Se hizo un rediseño, se eliminaron dibujos que pudieran ser políticamente incorrectos y se incorporaron frases como ‘Las energías eólicas no contaminan’, ‘Merche dirigió un colegio de párvulos’ o ‘Javier come alimentos ecológicos’. El ‘Mi mamá me mima’ fue reemplazado por ‘Voy a dejar de fumar’. Signo de los tiempos, que cantaba Prince.

Junto a los cambios conceptuales se introdujeron otros más de oportunidad. Se crearon cuadernos específicos para la conversión de la peseta al euro, se introdujo a la empresa en el mundo digital y, posteriormente, a las redes sociales como Facebook o Twitter. Al tiempo, se colaboró con ONG’s y se puso en marcha a partir de 2008 la Fundación Cuadernos Rubio y, ejemplo de responsabilidad social, se crearon cuadernos para combatir el alzhéimer. Un proceso de aggiornamento que culminó en 2012 cuando se creó la aplicación para iPad, con la puesta en marcha de los iCuadernos by Rubio.

Con una facturación en 2014 de 1,8 millones de euros, un 12% más que en el año anterior, y con más de cuatro millones de ejemplares vendidos, esta empresa, que ya ha rebasado el medio siglo de vida, afronta el futuro mirando al pasado, jugando con la nostalgia como valor añadido, y convertida en el último reducto de caligrafía en un mundo lleno de emoticonos.

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