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‘Mi marido’, antología corrosiva de hecatombes domésticas, por Rumena Bužarovska

Impedimenta publica este fascinante volumen de relatos de la autora macedonia; once historias que no dejan de sacudirnos de principio a fin, tan divertidas como deprimentes

1/05/2023 - 

VALÈNCIA. La vida en pareja, a partir de cierto punto, es cuestión de oficio. Eso es lo que se suele decir. Tras una primera etapa de euforia y descubrimientos, si la cosa sigue, inevitable y lógicamente, llega la meseta del conocimiento, de lo que se sabe, se acepta, o se tolera. Si la vida en pareja implica el compartir vivienda —no tiene por qué ser así—, sin duda habrá que poner en práctica dosis más o menos alta de empatía y paciencia, según sea el grado de compenetración de la pareja. Al fin y al cabo, la forma de habitar el hogar es algo muy personal, por lo que habrá que ceder parcelas de lo que se considera correcto o razonable, que en muchas ocasiones no coincide con lo que piensa la persona con la que hemos decidido vivir. Esto, evidentemente, también se aplica a compañeros de piso sin vínculos conyugales, pero no es el caso que hoy nos atañe. 

Convivir en pareja y con niños es un escalón superior en el desarrollo de la comprensión y de otras habilidades necesarias para sobrevivir. Cuando hablamos de esto no hablamos de amor. Hablamos del barro, de ese plano superpuesto en el que sucede lo que no entra en el relato mítico. La dimensión tragicómica en la que se huele, se mastica de un modo desagradable, se ejercita el autocontrol ante actitudes irritantes, se queda en ridículo por reacciones exageradas, se pierde y se gana autoestima por detalles, se atraviesan épocas de emociones procelosas y se llega a buen puerto o se naufraga. No existen relaciones amorosas exentas de barro, porque el barro es parte de lo cotidiano, en las parejas más funcionales y en las más disfuncionales. Es pura realidad. Hay barro, qué duda cabe, en la familia, en las que nos vienen impuestas y en las que construimos.

En Mi marido, de la autora macedonia Rumena Bužarovska, publicado por Impedimenta con traducción de Krasimir Tasev, nos metemos en el barro hasta la cintura desde el principio. El suyo es el libro con el primer relato más duro y divertido que uno recuerda haber leído. Menuda forma de empezar: con un título como Mi marido, poeta, la autora nos pone en situación de lo que vendrá después: escritores patéticos, artistas insufribles, vocaciones frustradas, vidas domésticas envenenadas, relatos muy oscuros sobre la maternidad, aspereza, crueldad, remordimientos. El libro corta y hace sangre de la primera a la última página: Bužarovska se ha tomado muy en serio aquello de empezar y acabar una antología arriba. Si la historia con la que arranca es tremendamente corrosiva —sobre todo si uno está familiarizado con el mundo literario—, la última es una obra maestra de la escatología, de la vergüenza y de las malas decisiones que en ocasiones parece que debamos tomar para reforzar determinadas convicciones. 

Un ejemplo: “ya que se considera de mal tono hablar de coños —la base de todo lo que él sabe—, el tema central suele ser su «arte», es decir, sus cuadros al óleo sobre lienzo que pinta en uno de los cuartos de nuestro piso —su «taller»—, por el que nuestros dos hijos, que siempre se están peleando, se ven obligados a compartir una habitación. Sus cuadros son de un amateurismo palmario. Los colores forman manchas pintarrajeadas, asfixiadas y deprimentes. Siempre que da una pincelada equivocada, la cubre con una capa de pintura nueva. El resultado es que sus cuadros parecen enormes muestras de vómito sobrecargado: una ración de comida medio cruda, abundante, masticada, que ha vuelto por donde había venido. Él cree que sus cuadros son «abstractos» y que «expresan estados de ansiedad o euforia», pero en realidad representan lo que mejor conoce: los coños, por dentro y por fuera. Supongo que los demás también se dan cuenta, al menos los más listos. Apuesto a que lo llamarán «el ginecólogo que pinta coños», y se reirán de él a sus espaldas. Pero se lo tiene bien merecido y, si resulta ser cierto, no me afectará para nada, más bien al revés: tengo la secreta esperanza de que se rían de él”.

Los personajes de Mi marido van de lo patético a lo psicopático: a Bužarovska no le asustan las emociones peor vistas, como el asco profundo que siente una mujer por su esposo, deprimido y venido a menos tras una horrible tragedia (cuya descripción también pone los pelos de punta), o la ira de una madre que no soporta la ruidosa relación de su marido y su hijo, un niño pequeño. El patetismo alcanza sus mayores cotas en las figuras de los artistas con expectativas sobre sí mismos que no se corresponden con la realidad, autoconcepciones indulgentes (en el mejor de los casos), o directamente delirantes, que en manos de la autora se convierten en un paisaje desolador de arrogancia y tragedia de ir por casa, puro desastre en pantuflas. Y por alguna razón, la masticación, que se repite en varias ocasiones; la masticación como acto húmedo, terrenal, digestivo: “Increíble dijo Toni, dándole un mordisco al hígado-. Mmm, riquísimo. —Hacía mucho ruido al masticar, resoplaba por la nariz. Por un instante la preocupación en su cara se convirtió en satisfacción, pero luego pareció volver a acordarse del tema. —No puedo cerrar los ojos ante tamaña desfachatez.
—Tienes razón, no puede quedar sin consecuencias —comenté, preguntándome en seguida qué era lo que quería decir con eso.
—No debemos colaborar con ella, coincido contigo.
—Hace tiempo que tú y yo no colaboramos en ningún proyecto. —En el momento de pronunciar esas palabras, volví a preguntarme por qué las decía. Algo de lo que había dicho Irena me había zaherido y, además, estaba un poco mareada por el aguardiente. Sin saber qué hacer, me metí un trocito de hígado en la boca. Estaba delicioso”. La masticación, las vísceras, el aliento a tabaco en una fiesta. A Bužarovska no le hace falta mucho más para arrastrarnos a la dimensión del barro, o a otras mucho peores.

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