Los efectos de tener la oficina en casa y que los jefes estén en Amsterdam
Estamos empezando a percibir el fenómeno todavía no cuantificado de una migración intangible, y también invisible. Carlos, por decir un nombre, trabaja 6 meses en remoto en València en consultoría y el resto del tiempo viaja por Europa según sus proyectos. Àngela cobra un sueldo de una S.L. propiedad al 100% de una empresa de Atlanta, que utiliza la subsidiaria española para contratar a programadores por sueldos por debajo de la mitad de lo que pagarían en América.
Àngela recibe todos los meses un bono para el gimnasio y puede utilizar un coworking cuando lo desee. La matemática Cristina envía facturas de freelance a una empresa financiera de Amsterdam y completa su salario dando clases en algún postgrado online.
La causa es doble y está ligada a la generalización del trabajo a distancia y a una geografía económica post-covid que está abriendo, de nuevo, oportunidades para las ciudades medias. Esos fenómenos están marcando las posibilidades de València, que sigue apareciendo una y otra vez en distintos rankings como una buena ciudad para vivir.
El fenómeno de la migración intangible tiene dos vertientes: son trabajadores extranjeros en remoto que se instalan en nuestra tierra atraídos por unos costes relativamente bajos y una alta calidad de vida; y por otro lado, son personas altamente cualificadas de aquí que acaban ocupando puestos de trabajo, a sueldos más bajos, para centros de decisión que están en otro países.
Fomentar esa migración intangible puede parecer atractivo a priori, pero hay algunas cuestiones que sería interesante analizar antes de que el fenómeno se convierta en incontrolable. La diferencia de costes puede acabar impulsando los precios —especialmente la vivienda— en las ciudades que acogen la migración intangible. La migración intangible aleja los nodos de las decisiones estratégicas y financieras, que se toman en otras ciudades.
En el peor de los escenarios, la migración intangible nos haría convertirnos en otro resort; una tierra de mero consumo (de territorio, vivienda, cultura o hostelería) y donde el valor añadido del trabajo o las posibilidades de innovación se exporten a fuera.
Afortunadamente, las personas que se establecen en un lugar también establecen relaciones. Muchos de los empleados en remoto acabarán fundando sus empresas. Otros invertirán aquí. Pero para que ello suceda es importante que empecemos a anticiparnos.
Ser un resort de trabajadores cualificados es un horizonte de futuro desalentador. Debemos garantizar las posibilidades completas de intercambio que ofrecen los ecosistemas económicos y trabajar, a la vez, en las oportunidades territoriales de innovar, emprender e invertir. En producir localmente. Es necesario también añadir está razón a las ya infinitas que demandan una política de vivienda valiente ––en otra discusión es importante señalar que solo la planta de baterías de Parc Sagunt podrá hacer que su precio crezca todavía un 25% más. Tenemos que ponernos manos a la obra de manera inmediata. No podemos esperar a que las nuevas dinámicas globales nos vengan dadas.