VALÈNCIA. Cualquier padre que lea este artículo sabrá lo que es tener a alguien cerca, verle crecer y dejarle ir. Cualquiera que haya perdido una amistad, o cualquier otro tipo de amor, también. A los artistas les debe pasar algo parecido con las obras. Tantos años frente a un lápiz y un papel para al final desprenderse de horas y horas de aprendizaje, técnica y pulsión. Las obras son cuidadas por los artistas para acabar en manos del espectador, a quien se le cede el trabajo para que lo interprete. “Yo trabajo, emito y luego abandono la obra”, explica el alicantino Miguel Calatayud (1942) sobre sus "criaturas artísticas". Desde su silla motorizada reflexiona sobre cómo los artistas se deben a los que le rodean: crean un producto, lo mejor que pueden -como los padres con los hijos y los amigos entre sí- y lo lanzan al mundo, a la intemperie.
A la mirada de los periodistas Calatayud pronuncia la siguiente frase: “Sin espectador no existe la obra, ni sus interpretaciones”, lo que por el eco de la sala se traduce como un agradecimiento: “Sin vosotros, hoy yo no estaría aquí”. Ahora su obra se celebra a través de Miguel Calatayud. Trànsit il·lustrat, una retrospectiva que le dedica el Centre del Carme a sus últimos veinte años de trabajo (que se dice pronto) en una muestra que podrá visitarse hasta el próximo 5 de noviembre en la sala Carlos Pérez. En esta cientos de vinilos cuentan su historia sobre las paredes. El relato de un artista que comenzó ilustrando la cotidianidad y acabó haciendo grandes encargos para los más pequeños. El tres veces Premio Nacional de Ilustración pasea por una sala en la que la grandilocuencia de su obra por fin cuenta con un tamaño que se adecua a su magnitud.
En palabras del comisario Felipe Hernández Cava, gran amigo de Calatayud, ver su obra a través de las ampliaciones permite contemplar todos esos pequeños detalles que realmente la componen: “Gracias a esta muestra podemos dar el salto desde la textura del papel. A través de las ampliaciones podemos ver todas esas degradaciones de su pincel, la aleatoriedad de los colores y la distancia de las líneas. Es una manera de poder analizar la obra desde dentro”, explica. Y el propio Calatayud lo confirma a través de esta declaración: “Mi trabajo no se acaba de ver en una sola mirada”.
A través de sus trabajos, generalmente asociados con la ilustración infantil, contempla que los espectadores (niños y adultos) deben enfrentarse a su obra con tiempo y espacio. Con el mismo mimo que se vive en cualquier relación: entre padre e hijo, artista y obra, comisario y espectador... Y a ese cariño le acompaña la despedida con la que Calatayud se desprende de lo que crea. Sus encargos ahora forman parte del museo y se destinan a ser observados con detenimiento, un respiro tras veinte años de creación y de deadlines que ahora no ahogan tanto.
El dibujante -prefiere que le llamen así a ilustrador- crea algo que hay que observar con detenimiento. Confiesa que en sus encargos la clave era escuchar lo que requerían y dar rienda suelta a la imaginación, a través de distintas tintas y bastantes líneas. Entre sus personalidades se encuentra la de ilustrador infantil (nos va a perdonar por el término) que “no se puede confundir con un niño creando”, como comenta entre risas. Sus encargos dedicados a un público infantil y juvenil le hacían repensar cómo quería que se viese su relato desde fuera. Tenía que crear una historia que hiciera rabiar a algún padre, en este momento en el que lee el cuento y creyendo que su hijo está dormido abandona su hacienda, cuando este murmura: "¿Me enseñas el dibujo?".
Para provocar esa pregunta hay que crear arte, con todas las letras. Ese que su compañero Felipe considera como “demasiado complejo tanto para niños como para adultos”. Esta complejidad ahora se extiende por toda la sala a través de cuatro apartados: Memoria del pasado, Desplazamientos, El aura del paisaje y Con los cinco sentidos. A los que les sigue un quinto apartado que sirve como colofón final: Asuntos internos, en la que el dibujante (ahora sí) se “desnuda” en una proyección audiovisual en la que muestra más de un centenar de obras hechas para sí mismo… ojo, no bocetos. Obras para el disfrute y que le definen, una de esas facetas que caben en la sala Carlos Pérez.
Sus cuentos viven a través de casi quinientas obras: más de doscientos veinte originales, una proyección con más de un centenar de obras privadas y hasta cien bocetos construyen -por fin- a un Calatayud libre de prejuicios y de encargos. Queda al descubierto el Calatayud niño, el prodigio que comenzó dibujándose al lado de su padre para interpretar el mundo que le vendría... a través de esa línea clara tan característica. De hecho, esa imagen es la que da la bienvenida al visitante, que a través de la sala tendrá que descubrir a un Calatayud incansable que reta a quien se le ponga delante.
La exposición, en palabras de Felipe, el comisario -guionista y director- es una “vuelta de tuerca sobre las claves de Calatayud” y una oportunidad de aprender sobre él a través de un formato mucho más visual: “Sus trabajos son inmensos, el espectador tiene que estar dispuesto a ver el infinito de su obra. Es una persona moderna con la capacidad de ver un gran todo”. En una conversación con Culturplaza en el 2019 el dibujante comparaba la ilustración con el cine en un par de ocasiones: “Todo el mundo vincula la ilustración de libros con la literatura, pero yo la asocio más con el cine. Partimos de un texto que, aunque sea yo el que lo elabore, tiene que contar con una solución visual”, explicaba en aquel entonces sobre su trabajo en libros ilustrados para niños.
Desde su mirada, esa labor es la que le ha permitido trabajar hasta crear algo perfectamente comprensible. Una obra que se podría abandonar a la interperie y sabría defenderse a solas. Las que no han alcanzado este fin -los bocetos- quedan al descubierto en las vitrinas, donde cuentan las historias inacabadas de un genio. Felipe los interpreta como obras en las que sigue trabajando hasta dejarlas ir, una especie de “purga o catarsis” que le sirve para hacer limpieza del exceso. Bocetos que bien sirven para comprender la otra faceta de Calatayud, la del niño que se pasea también por el museo.
Al final todo va de ver crecer y dejar ir. Saborear ese momento en el que aún el niño pregunta a sus padres por la ilustración, en estado de duermevela. Una pregunta que, en el caso de la obra del alicantino, debe poner en un aprieto a los progenitores, pues la obra de este genio cuenta con tantas interpretaciones como ojos se posan sobre esta. Y ahora, a apagar las luces y a dormir.