Cada vez que lo pagino soy más galdosiano. Dos siglos me separan de la escena o el escenario con el brillante escritor de los Episodios Nacionales. 365 km de su literatura. En esta fase de mi vida Misericordia es mi añorada lectura. Coincidiendo con ese afán mediático y político de situar en el escaparate público a la magna València, reconvertida en una moda absurda, continuista, mascullando de la saliva el inevitable y pegadizo slogan “ciudad de ciudades”. Ahora son las plazas. Me enfurezco cada vez que leo lo de amable, sostenible o verde. El enfado no suele ser mayúsculo, suele durar apenas unos minutos. Y suelo interiorizarlo yo mismo. Sin compartir. Solo lo escribo algún sábado que otro en esta columna, es mi momento en el que ejercito la libertad de expresión. Las ciudades no son amables. Lo son sus ciudadanos. Sostenible tampoco lo son, sobre las ciudades pesan tradiciones, historias o leyendas. Y verde, que quieren que les diga, green es el color de un paisaje, el horizonte de una huerta que cada vez está más trasquilada por el cemento. Solo nos quedan para el recuerdo bellas fotografías en color sepia y ciertos islotes que se resisten a ser conquistadas por el ladrillo.
Somos una polis de postal. A la Calatrava. Sigo repensando, e incluso intento comparar o asimilar, que la València periférica, la de los barrios, necesita de mayores atenciones, con mayor urgencia, que las postradas casi a diario en el centro histórico. Podíamos aparcarlas un largo tiempo superado el vírico calendario del 2020. La València periférica está más tocada. Un ejemplo de ello es el segundo anillo de su circunvalación, en concreto la avenida que lleva el nombre del ilustre escritor Benito Pérez Galdós. Si somos conscientes, más que una avenida, es un scalextric, tintada, huele de cabo a rabo a la combustión que generan los tubos de escape de los coches que la circulan. Pérez Galdós es una vía subterránea con ciertos rasgos o similitudes a la imaginaria y caricaturesca ciudad de Gotham. Una carretera vampirizada por el nodo del caciquismo. Peréz Galdós es una calle ignorada, incómoda, tuneada en blanco y negro, anti moderna, pese a contar en uno de sus tramos del recorrido con un edificio modernista, como lo es el Convento de Santa Clara, y algunos bellos edificios. En Pérez Galdós casi siempre estoy de paso. Por desgracia, nada me invita a quedarme.
Si tiramos de hemeroteca o de memoria selectiva, la peatonalización de la ciudad viene de lejos. No la ha inventado el lego político del Govern del Rialto. Con mayor ahínco, Ricardo Pérez Casado fue uno de los primitivos albañiles de la misma. Pese a que algunos intenten culpabilizar a los actuales gobernantes de los molestos cambios sufridos por intentar reordenar el asfalto, con el único objetivo de construir una ciudad cómoda y accesible para los que la habitan. Tampoco han variado mucho las férreas posiciones de los detractores o benefactores tras el cambio de siglo. La izquierda valenciana a favor, la derecha conservadora en contra, y los comerciantes o vecinos de la comunidad, expectantes, son peones de la partida del ajedrez político. Los lectores más veteranos de este diario recordarán las intervenciones originadas en el crucigrama callejero de Ruzafa, Ribera y Convento Santa Clara que a mediados de los años ochenta enfrentaron a comerciantes, moradores y autoridades, por la intervención sobre el terreno. Treinta años después el resultado a aquella peatonalización de calles colindantes a la Plaza del Ayuntamiento es un rotundo éxito. Hoy podemos disfrutar de un delicioso entrepà de calamares en la terraza de Los Tolones , de una preciosa velada en la Cervecería Baldo o de un paseo tranquilo para llegar a la butaca de los cines Lys.
Pero en aquel tiempo la oposición mantenía las mismas posiciones a las erigidas hoy. “La ciudad debe permitir el modo de finales del siglo XX. Y al tecnócrata le gusta comprar en un gran “híper” y llegar cargado a la puerta de su casa, pero llegar en coche. La ciudad debe amoldarse al ciudadano y no al revés” Estas declaraciones ratifican lo que a modo de posición o firmeza sigue viajando a través del tiempo, de generación en generación, sobre la atmósfera política valenciana. Aun así, los populares tampoco dejaron de contribuir al legado ciudadano valentino, ensanchando calles y peatonalizando plazas. Volviendo al futuro e icónico “Paseo de Pérez Galdós”, sugiero hasta renovar parte de la membrana del callejero, dándole un toque más natural. Y si podemos unificar los mismos criterios arquitectónicos -árboles y jardines- utilizados en las medianas de las grandes avenidas, Fernando El Católico y Marqués del Turia, no estaría nada mal, continuando con el paisaje dado a la avenida de Peris y Valero, para darle al anillo una singular y similar estética a esta próxima reforma. La ciudad del futuro no los agradecerá y los vecinos residentes en Pérez Galdós aún más. ¡Así contribuiremos a crear nuestros propios episodios valencianos! ¡Misericordia para los vecinos de Pérez Galdós! ¡Se lo merecen!