La comedia de Ludovic Bernard llega directamente en DVD al mercado español
VALÈNCIA. Lejos de agotarse, el filón de la comedia basada en las peculiaridades regionales continúa dando rédito a productores conservadores y cineastas sin demasiadas ambiciones. En España solemos echarle la culpa del entuerto a Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez Lázaro, 2014), que no por casualidad se estrenó en el mercado anglosajón con el título de Spanish Affair, pero lo cierto es que en este tema, como en muchos otros, los franceses nos llevaban ventaja. Tanta como la que supondría comparar el éxito local de las aventuras de Dani Rovira y Clara Lago con el alcance obtenido por Bienvenidos al Norte (Bienvenue chez les Ch’tis, Dany Boon, 2008), que no solo se convirtió en la película más vista en la historia del país vecino, sino que, contra todo pronóstico, logró trascender fronteras y hacer que veinte millones de espectadores de todo el mundo se rieran del extraño acento con que hablan en Bergues, el pueblecito en la frontera con Bélgica donde se desarrollaba la acción. Más de ciento cincuenta millones de euros de recaudación global convirtieron la cinta en un fenómeno que incluso despertó el interés de Will Smith (hubo conversaciones para poner en marcha un remake estadounidense nunca concretado) y que, no hace falta decirlo, propició diferentes vueltas de tuerca a su simple premisa de partida.
El propio Dany Boon repitió la fórmula en Nada que declarar (Rien à déclarer, 2010), obteniendo el mismo éxito en Francia (nada menos que cincuenta y cuatro millones de euros de taquilla), pero sin el eco internacional de su predecesora (en España, por ejemplo, apenas superó el medio millón de euros). El mismo año, se estrenaba Bienvenidos al Sur (Benvenuti al Sud, Luca Miniero), que no era sino un remake a la italiana de Bienvenidos al Norte. Rivalidad regional, burlas a costa de lugareños supuestamente atrasados que, en realidad, conservan las esencias de la vida sencilla del campo frente a la estresante competitividad de las grandes urbes e historia de amor salpicada de chistes para todos los públicos conformaban nuevamente una receta que también funcionó en nuestro país, y que todavía tuvo un episodio posterior: Benvenuti al Nord, también dirigida por Miniero y ni siquiera estrenada entre nosotros. Porque el éxito en el país de producción no siempre garantiza su exportación. Comedias francesas que han batido récords de espectadores como Un gran equipo (Les seigneurs, Olivier Dahan, 2012), El pequeño Nicolás (Le petit Nicolas, Laurent Tirard, 2009) o El juego de los idiotas (Le doublure, Francis Veber, 2006) han sido un estrepitoso fracaso aquí.
Quizá esa sea la razón por la que, tras adquirir sus derechos para España, la distribuidora A Contracorriente Films ha decidido comercializar directamente en video la película Misión País Vasco (Mission Pays Basque, Ludovic Bernard, 2017), disponible en formato doméstico desde el pasado 13 de marzo, aunque, sin ir más lejos, llegará a las salas de estreno alemanas el próximo 19 de abril. El film, por supuesto, se adscribe sin rubor a la citada tendencia de enredos geográficos, y cuenta la historia de Sibylle (Élodie Fontan), una ambiciosa parisina que se traslada por orden de sus superiores a Bayona, un pueblo del País Vasco francés, con la intención de comprar una ferretería para convertirla en un supermercado. Sus problemas comienzan cuando descubre que se trata de un antiguo negocio familiar y la transacción no va a ser nada fácil. Su interlocutor para tratar de cerrar el acuerdo será el sobrino del dueño, Ramuntxo (Florent Peyre), un tipo con conexiones terroristas que acaba de salir de la cárcel por atentar contra un furgón de la policía. Apuntar que, ante tal planteamiento argumental, la trama que se desarrolla es totalmente previsible, no se puede considerar hacer spoilers, sino subrayar lo obvio.
Cualquier espectador con un mínimo bagaje audiovisual podría avanzarse al guion sin temor a equivocarse. Pese a que la protagonista está comprometida para casarse en breve (con un antipático tiburón financiero, claro), es evidente que surgirá una creciente tensión sexual con el sobrino vasco francés. La parisina descubrirá los placeres del entorno rural y, entre calimochos, festejos varios, levantamientos de piedras y competiciones de irrintzi (el singular grito tradicional de los pastores vascos), se enamorará del apuesto muchachote, que es tan perfecto que hasta interpreta canciones de Luis Mariano. La sucesión de tópicos es de tal magnitud que no queda ni uno por explotar: De la dificultad de pronunciación del euskera (aunque la película está hablada en francés en su práctica totalidad) a todos los mecanismos de la comedia romántica al uso. Al fin y al cabo, es una de las reglas del género: Abundar en los lugares comunes para exagerarlos o ponerlos en solfa de tal modo que provoquen la reacción de la audiencia. Aquí, además, con el añadido de la lucha entre David y Goliat, el pequeño negocio familiar de toda la vida frente al imperio multinacional. Los valores tradicionales de la familia, el trabajo esforzado y la solidaridad vecinal frente a la deshumanización característica de las grandes empresas, únicamente en busca de beneficios.
Tampoco es la primera vez que el cine reduce a los vascos al tópico. Todo el mundo recuerda el mítico capítulo de la primera temporada de la serie televisiva MacGyver titulado Trumbo’s World (Donald Petrie, 1985), donde el intrépido agente encarnado por Richard Dean Anderson debe enfrentarse a unos vascos que viven en chozas africanas, se alimentan de plátanos y tienen inconfundible aspecto sudamericano. Eso sí, todos llevan txapela y lanzan irrintzis cuando se descuelgan con cuerdas por las montañas. Se dice de los supuestos terroristas que son “ un grupo de montañeros vascos que desde tiempos inmemoriales luchan contra Francia y contra España”, y que “a veces, un turista americano es capturado”. Un rosario de despropósitos que podría rivalizar con los que exhibe El desfiladero de la muerte (Thunder in the Sun, Russell Rouse, 1959), un western ambientado a principios del siglo XIX en el que un grupo de emigrantes vascos franceses abandonan su país de origen con dirección a Estados Unidos, huyendo de la guerra contra Napoleón y con la intención de llegar hasta California y comenzar allí una nueva vida. Teniendo en cuenta que combaten a los indios usando la cesta punta y que bailan flamenco para entretenerse, el lector se puede hacer una idea del rigor histórico de la película en cuestión.
Tampoco sería de recibo pedir gran cosa a Ludovic Bernard, el responsable de Misión País Vasco, un profesional curtido como asistente de dirección en un sinfín de producciones de Luc Besson, que debutó el año pasado con la anodina El ascenso (L’ascension). En todo caso, una mayor capacidad que sus colegas estadounidenses a la hora de entender la idiosincrasia de sus personajes, que en algún caso no pasa de una línea de diálogo: Cuando le preguntan a Ramuntxo si es francés o español, él contesta con orgullo que es vasco. Mucho peor paradas salen las mujeres. Sibylle, por ejemplo, no solo es el blanco de todas las bromas pesadas del film (de los chistes de bragas a pringarla con diferentes fluidos), sino que se define por su incapacidad para encontrar una pareja masculina que no la domine o la anule. Su rival, Arantxa (Barbara Cabrita), porque no puede faltar otra mujer que se dispute los favores del aguerrido vascuence, es una terrorista manipuladora y sin escrúpulos capaz de cualquier cosa con tal de lograr sus turbios objetivos.
Su aparición en escena da un giro a la película, que al introducir el tema terrorista cambia de registro. Lo que hasta ese momento ha sido una comedia romántica de manual se convierte en un film de acción. Aunque nunca se nombra a ETA de manera explícita, las alusiones a la banda armada no se caracterizan por el humor. Ramuntxo deja bien claro que atentó contra un vehículo policial, pero no hubo víctimas. Sería impensable que el espectador pudiera empatizar o identificarse con el personaje si tuviera las manos manchadas de sangre. Más aún: El desarrollo de los hechos le llevará a destruir un arsenal de armas que sus excompañeros pretendían utilizar con fines criminales. Y ha estado en la cárcel, sí, pero lo ha hecho sacrificándose personalmente para no denunciarlos. Un terrorista de buen corazón, cuyas motivaciones para haber atentado en el pasado desconocemos. Lo mismo que las de los demás, ya que se da por entendido que la audiencia sabe a qué organización pertenecen.
En ese sentido, sí que se puede argumentar que el cine español le ha ganado la partida al francés. Puede que Ocho apellidos vascos sea tan vulgar como Misión País Vasco, pero uno de sus responsables, el guionista Borja Cobeaga, sí ha sido capaz de dar el paso de elaborar un discurso humorístico a costa del terrorismo de ETA. Tanto en el célebre programa televisivo Vaya semanita como en sus largometrajes Negociador (2014) o Fe de etarras (2017) ha roto el tabú y se ha reído abiertamente de un tema que parecía vedado a la comedia. Y quizá lo sigue siendo, porque conviene recordar que Fe de etarras acabó en Netflix debido a que no hubo otro productor que se atreviera a financiarla, lo que significó que se estrenara directamente en la plataforma digital y no llegara a los cines, su destino inicial. En una línea similar a la de Cobeaga se podría encuadrar Polònia, un veterano programa de humor de la parrilla de TV3 creado por la productora Minoria Absoluta, propiedad de los periodistas Toni Soler y Francesc Escribano. Sátira política en clave catalana que estos días anda sobrada de acontecimientos reales con los que alimentar sus guiones. De momento, las incursiones en la ficción de la productora se limitan a alguna TVmovie de inspiración histórica que ha dirigido Manuel Huerga, el cineasta responsable de Antártida (1995) o Salvador (2006), entre otras. No parece el más idóneo para acometer la empresa de convertir el procés en comedia cinematográfica, pero lo cierto es que otros realizadores catalanes que se han aproximado al género como Francesc Bellmunt o Ventura Pons tampoco han logrado nunca resultados dignos de mención. Esperemos, al menos, que a nadie se le ocurra en Francia la brillante idea de rodar Misión Cataluña.