Que al actual rey, Felipe VI, no le entusiasma la composición del Gobierno, con Pedro Sánchez al frente y sobre todo con los apoyos parlamentarios con que cuenta, no es ningún secreto. No hace falta ser muy aventurado para considerar que la misma persona que pronunció un discurso innecesariamente crispado y duro contra el referéndum del 1-O de 2017 y los independentistas catalanes no se moría de ganas por contar poco después (junio de 2018) en el Gobierno de España con un presidente socialista, Pedro Sánchez. Y no tanto por las ideas de Pedro Sánchez al respecto de la institución monárquica, en el supuesto de que las tenga de alguna clase, sino por los "compañeros de viaje" de Sánchez en la moción de censura: un partido republicano, Unidas Podemos, que a partir de 2020 formaría parte del Gobierno, y el indispensable apoyo de partidos independentistas catalanes (ERC, PdCat y después JuntsxCat) y vascos (Bildu).
Felipe VI es un rey visto con total desapego por parte de los partidos nacionalistas catalanes y vascos, y con suspicacia por parte de la izquierda. Y aquí hay dos novedades importantes respecto del pasado. En cuanto al nacionalismo, si bien es cierto que tampoco es que no cupieran en sí de gozo con su antecesor, Juan Carlos I, no lo es menos que el rechazo a la institución monárquica se circunscribía a los nacionalistas de izquierda en Cataluña, País Vasco y Galicia. Tras su discurso de 2017, también se han alejado inequívocamente los nacionalistas catalanes herederos de Convergència i Unió, JuntsxCat, a su vez subidos al monte del proyecto independentista desde al menos 2012.
Por otro lado, todos recordamos la "entente cordiale" que siempre tuvo Juan Carlos I con Felipe González a lo largo de su mandato, durante el cual el entonces monarca vivió mucho más plácidamente que con José María Aznar. Después de Aznar volvió a la placidez de los siete años y medio de José Luis Rodríguez Zapatero. El PSOE, históricamente y en el actual período democrático, con la Monarquía es como con la OTAN: de entrada, no. De entrada, la tradición atávica del partido, férreamente republicana, unida a su compromiso histórico con la igualdad social, no pueden ubicarle más lejos del cortesanismo monárquico. En la práctica... ¡pelillos a la mar! Puede que esté el PSOE muy lejos de la monarquía en un abstracto plano teórico, pero en la práctica es otro cantar. En la práctica, claro que somos republicanos, pero es que hay que ver qué maravilla de Monarquía tenemos en España, qué amable y campechano es el rey, qué simpática la Familia Real, cómo es una institución que transmite consenso y acuerdo social y por eso no criticamos nunca nada en los medios de comunicación y sólo difundimos encuestas si los resultados son positivos... Y así, cuarenta años (1977-2017) que podrían haber sido sesenta u ochenta. Todos los problemas con la institución monárquica, cero problemas con esta monarquía, no es el momento, todo bien.
Sin embargo, la entente cordiale de Felipe VI con Pedro Sánchez, que por parte de Sánchez podría haberse mantenido sin problemas, con el mismo discurso enfáticamente vacuo sobre "el primero de los españoles", de "campechano" a "preparado", y demás, descarriló prácticamente desde el primer minuto, por efecto de dos factores. Por un lado, los mencionados compañeros de viaje de Sánchez. Pero, por otro, la evidencia de que este rey, a diferencia de su padre, sí que tiene intenciones de volar por su cuenta, sí que tiene una agenda política que se hace visible en determinados momentos de crisis o crispación. Así fue con el referéndum catalán de 2017, con el inicio del confinamiento durante la pandemia, y más recientemente con las inundaciones de Valencia.
En dichas inundaciones, los reyes han visitado Valencia en varias ocasiones, la primera de ellas contra la opinión del Gobierno en Paiporta, y la última, el pasado fin de semana en Catarroja, sin su conocimiento. Eso, al menos, ha filtrado el Gobierno a la prensa. Un comportamiento totalmente insólito por parte del monarca, que nos habla de unas relaciones tirantes y también de la resolución de Felipe VI de no verse afectado por la impopularidad de unos dirigentes políticos que, en Valencia y en Madrid, llevan más de un mes escondidos de la ciudadanía directamente afectada por las inundaciones. Porque aquí hemos hablado en repetidas ocasiones de Carlos Mazón, que hasta ha buscado un militar para que le supla en la relación con los afectados, mientras él se dedica a viajar a Alicante a dejarse ver o a grabar infames vídeos propagandísticos en los que aparece entregando pisos a víctimas de la Dana cual agente inmobiliario. Pero estaría bien resaltar también la desaparición de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, que ni se acerca a Valencia desde que salió trasquilado de la visita a Paiporta organizada por la Casa Real.
Sin embargo, que Sánchez haya decidido esconderse en La Moncloa y no comparecer ante sus ciudadanos para dar apoyo, explicaciones y, en su caso, recibir críticas, no es justificación para lo que está haciendo la institución monárquica, como aprendices de brujo de la política española que se dedican a buscar hueco en la foto para quedar ellos bien a costa de que otros queden aún peor. Porque no tienen ninguna legitimidad para jugar a ese juego, ni pueden contar con una agenda política propia y sin control. Y, además, porque es un error político en el largo plazo, porque adelgaza más y más el apoyo social de la Monarquía, desde el momento en que se perciba a Felipe VI como un rey sesgado hacia una parte del espectro político. Aunque sea la parte a la que todo el mundo puede entender que "naturalmente" tendería una institución como la monarquía (o precisamente por eso, porque deja claro de dónde emana y a quiénes favorece la institución).