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SILLÓN OREJERO

'Monica', de Daniel Clowes: ¿Y si lo que dicen las sectas fuera verdad?

La llegada de una obra nueva de Daniel Clowes es un verdadero acontecimiento. Esta vez, ha tardado siete años en acabarla, pero parece que se trata de uno de sus trabajos más personales. Inspirado por su madre, que ha fallecido recientemente, ha colocado a un personaje –una especie de alter-ego- en su búsqueda por el universo de las delirantes sectas que poblaron el siglo XX. Todo ello con un humor negro muy imaginativo, pero nada aleatorio

25/09/2023 - 

VALÈNCIA. Hay que dar gracias por que sigan llegando a nuestras manos álbumes como Monica de Daniel Clowes. Un género que no tiene nada que ver con nada actual, no intenta transmitirte ningún mensaje o señalarte un bien superior y se encuentra a medio camino entre el hedonismo, entre lo lúdico, y el uso de la imaginación. Cabe preguntarse si Clowes se plantea hasta qué punto puede usar su imaginación sin estar dibujando una tontería. En cada ocasión busca esta frontera, la línea roja, pero nunca llega a traspasarla. Con Monica ha vuelto a conseguir que cierres el libro al terminar y sientas que han violentado tu cerebro. Torsión cerebral. 

Como si de un acto de venganza contra los censores se tratara, Clowes sigue tomando como base el canon de las historias de terror pre-code del cómic. Es el espíritu de editoriales estadounidenses como EC y cabeceras posteriores como The vault of horror o Tales from the Crypt, especialmente Jack Davids, pero aquí desarrolla las ideas de formas más extensa y entrelazada, mezclando los géneros de forma muy divertida y original. 

Si en su obra anterior, Paciencia, teníamos un romance y serie negra en un contexto de viajes en el tiempo, ahora podríamos hablar de una epopeya de búsqueda de la madre perdida en el entorno de las sectas. Monica bebe de hechos reales como The Source Family o Waco, donde personas cándidas se entregan a líderes espirituales que no hacen otra cosa, ya es casualidad, que acostarse con sus mujeres y sus hijas. 

Clowes es un buen conocedor de toda la efervescencia ideológica y mesiánica de los años setenta, de todas las subculturas de buscadores de Ovnis y demás tipo de personajes que marcaron a su generación, cuando no estaba clara la separación entre esta información y la veraz, como en España con los programas de Jiménez del Oso en la televisión pública. Por eso, va sobrado a la hora de presentar un culebrón de toda una vida de duración que comprende estos entornos, desde los años de vino y rosas de los 60 cuando los jóvenes, ovejas descarriadas, podían caer en estos cultos pensando que entraban en algo rompedor y vanguardista, a los restos que quedan de su personalidad cuando ya, como ancianos, han quedado marcados para siempre por la experiencia o siguen en ella. 

El sentido del humor de Clowes aparece cuando, para nuestra sorpresa, se producen hechos sobrenaturales que no son espejismos. Con todo, lo más divertido es el tránsito de personajes extravagantes con sus pequeñas historias detrás y que comparten sus reflexiones y filosofías. La hilaridad que se alcanza en lugar de un esperpento es una sofisticada comedia, porque no hay puntada sin hilo en cada perfil. De hecho, algunos de sus discursos, por momentos, parecen tener lógica. Incluso uno cree haber podido darle vueltas a ideas parecidas en momentos en los que el cerebro va con piloto automático. 

En The New Yorker, Clowes ha explicado que esta obra le venía inspirada por un libro de Ciencias Naturales que tenían sus abuelos, donde las ilustraciones sobre la formación de los continentes en un mar de lava le parecían, en lugar de didácticas, aterradoras. En Monica quiso hacer lo mismo, explicar el alfa y omega de la humanidad. Esta premisa, sumada a la influencia de la época dorada de los cómics –cuando los superhéroes eran para niños pequeños, y el terror, romance, bélico, etc… para niños más mayores- conforma un caleidoscopio de esos mismos formatos.

El inicio de Monica es en la guerra de Vietnam y al final tenemos una historia de amor prototípica de un Young Romance. Sin embargo, lo que persiste es un arquetipo de personaje al que Clowes recurre constantemente que es alguien sin identidad. Alguien despegado de la realidad, de lo que le rodea, solo y alienado que se enfrenta a misterios no tanto a su alrededor, sino también dentro de sí. La gran virtud es que en estos ejercicios estas viñetas están lejos de la prepotencia de un David Lynch, con el que se le compara frecuentemente, y lo que impera es un sentido del humor mucho más gamberro de lo que algunos puedan creer. 

En The Washington Post, Clowes ha reconocido que los personajes secundarios están inspirados en fotografías de sus antepasados. De hecho, la obra está dedicada a Allison, la  madre de Clowes, que murió en 2019 e inspiró a Penny, la madre a la que se busca en la historia. Otra mención es a Jimmy, hermano del autor, que murió un mes antes que su madre. Esta situación le llevó a pensar que era el único superviviente de su línea familiar junto a su hijo. En cuanto a sus obras anteriores, considera esta un híbrido de Ghost World, recientemente reeditada por La Cúpula y David Boring

En total, la obra ha tardado siete años en estar acabada. Solo la elección de los colores le llevó un año completo. En sus palabras: “Ha sido a la vez agotador y vigorizante, un proceso muy místico, algo que no le recomendaría a un artista joven, es como cuidar una planta que florece después de ocho años, pero no podía haberlo escrito en menos tiempo”. 

Lo cierto es que la vida personal de Clowes no se diferencia mucho de sus obras. Era un niño que prácticamente no hablaba y vivía absorto en sus dibujos. Mientras, sus padres estaban obsesionados con la Fórmula Junior. Carreras en las que se construyen bólidos con piezas de turismos. Su madre rompió su matrimonio para irse con el conductor del coche que había construido su padre. Tres años después, el piloto murió en un accidente. “Enfrentarme honestamente a quién era mi madre, me dio mucho que pensar”, ha declarado en Publishers Weekly. En lo que tenemos pensar nosotros es en que, con la desaparición de Joe Matt, nos estamos quedando sin los últimos popes de la viñeta americana más brillante y provocativa. 

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