EMPAREDADOS

Motivos por los que te estás comiendo ese sándwich

Ese sándwich de máquina. Seguramente dirás que porque no te quedaba otra. O ese sándwich rápido hecho en casa, el último recurso, el bocado de los supervivientes o de los que se ven obligados a sobrevivir

| 04/03/2022 | 4 min, 56 seg

La creación del sándwich surgió de la necesidad de encontrar un tentempié fácil de comer con las manos y que no demandara una gran comparsa ni excesivos tiempos. Este hito alimentario que hoy en día sigue siendo perfectamente válido data del siglo XVIII. Fue John Montagu, IV conde de Sandwich, quién se encontró en la situación de tener que seguir con una partida de naipes y nutrirse a la vez. El multitasking, en versión decimonónica. 

El IV conde de Sandwich encarnaba el yuppie de los noventa y el techie del cambio de milenio. O era una anticipación de ti y de mí, que en más de una ocasión hemos comido en el ordenador —prácticamente dentro de él— en un AVE, en un tren de cercanías con retraso, en un metro, en el coche, sacando la mano de la ducha para sostener un sándwich rápido, de jamón serrano y un par de trozos de queso manchego, con cinco unidades exactas de aceite de oliva que sobre el pan de molde, blanco e industrial, ese pan como esos cuerpos sueltos y británicos que se desnudan en el litoral valenciano más comercial. Tú y yo hemos masticado un sándwich mientras andábamos a paso ligero por la calle, con la cabeza en el retraso temporal y moral. 

Los sándwiches son la teoría política y social del aceleracionismo. Si han salido de una máquina de vending, son el turbocapitalismo entre dos rebanadas de pan con salsas y aditivos.

Recordemos que el desarrollo de las máquinas expendedoras está ligado a la revolución industrial. En Londres, a principios de la década de 1880, se instalaron unas máquinas rudimentarias que vendían tarjetas postales. En 1888 en EE.UU se pusieron en funcionamiento varias máquinas dispensadoras de chicles en los andenes del metro de Nueva York. El año 1946 fue clave: las máquinas dispensadoras de café caliente irrumpieron en el mercado, pero antes, a principios de 1920, ya era posible comprar Coca-Cola y Pepsi por tazas. Unas décadas después la rivalidad entre las dos marcas de refrescos y su presencia a través del vending sería para que  Billy Wilder tuviera un par de chistes más para su comedia Uno, dos, tres. 

Si vas con algo más de tiempo, quince minutos o así, te dará para atravesar el umbral a lo desconocido pero cotidiano —ergo siniestro—: un bar cualquiera.

Ese bar cualquiera, que vive más de las cervezas y los cafés que de dar de comer, tiene una plancha heredada de los anteriores propietarios. Sobre esa plancha, una capa de grasa eterna es el saborizante que hace que el clavo ardiente al que aferrarse, la única opción salvable de una carta lacerada por el sol, un sándwich mixto, adquiera más matices que los propios del queso tranchete, jamón de york, pan de molde de primer precio técnico.

Este emparedado irrumpió en las cafeterías nacionales en los años 50. El mixto era la tendencia importada de los Estados Unidos, donde ya se consumía desde hacía décadas en los acontecimientos deportivos bajo el nombre —mucho menos comercial— de ham and cheese sandwiches. Antes de ser el único bocado vendido al público en los estadios de béisbol neoyorquinos, Eliza Leslie ‘Miss Leslie’ —mujerona de la América colonial, famosa escritora de libros de cocina e hija de un íntimo de Benjamin Franklin y Thomas Jefferson— presentó a los Estados Unidos y al mundo entero una versión primigenia del sándwich mixto compuesta por pan de molde horneado en casa untado con mantequilla y una pizca de mostaza y gruesas tajadas de jamón cocido frío, ese que no lleva ni fécula de patata ni almidón ni trazas de soja y lactosa. Ya en 1840, cuando publicó la receta dentro del Directions for Cookery: Being a System of the Art, in Its Various Branches, dejó patente que el sándwich era digno tanto para un almuerzo rápido como para una cena ligera en familia. 


Discrepo. 

El sándwich, en su versión hogareña para aquellos que hacen de un piso de alquiler, su propio hogar monoparental sin hijos, es —y cito a un muy buen amigo— «un lugar común al que volver cuando se está triste—. 

Como Guía Hedonista es un lugar tan bueno o tan malo como otro cualquiera para hablar de salud mental añadiré lo siguiente: «cuando estaba muy depre y no comía y llevaba dos días sin nada en el cuerpo era lo primero que me hacía». 

El sándwich es urgencia y necesidad. 

Este texto es como un sándwich. Ante la necesidad de cumplir con el deadline. Ante la urgencia que provoca el tiempo, que es finito. Solo media hora a gastar en el área de servicio de una carretera nacional. Un sándwich de ensalada de huevo —eso dice la etiqueta—. Un agua mineral con gas. Un café. 

Al poner gasolina he visto que un niño asomaba su bracito por la ventana y dejaba caer un emparedado, creo que de Nocilla. El pan con chocolate en crema ha caído en un charco de combustible y agua. Ahí, entre la miscibilidad, flotando en un patrón iridiscente que parece un arcoiris sin gravedad, se ha quedado el sándwich.

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