Hoy es 7 de octubre
El texto del dramaturgo censurado, publicado por la SGAE y por La Uña Rota, retrata las posibles vivencias en la actualidad de una mujer que, santa o no, ha sufrido la manipulación interesada de su historia
VALÈNCIA. En lo que concierne al catolicismo son muchos los supuestos fieles que bien podrían estar basando su fe en la Biblia, como en el manual de instrucciones de un lavavajillas, habida cuenta de que su forma de actuar no tiene nada que ver con el estilo de vida cristiana del que habla el Nuevo Testamento. No solo no tiene nada que ver: en la mayoría de ocasiones los más violentos de los cruzados sin causa se comportan justo al contrario de cómo deberían, si realmente hubiesen leído (o comprendido) el libro con la palabra de su dios. Si en el libro se habla de pobreza, ellos hacen alarde de su riqueza. Si en el libro se habla de desprenderse de todo, ellos acumulan cuanto pueden. Si en el libro se rechaza la violencia, ellos suspiran por pistolas, fusiles, bombas y misiles. Si en el libro se bendice el perdón, ellos viven sumidos en el odio y el rencor. Si en el libro se pide no oprimir al extranjero, los fake fieles se desentienden de las muertes a miles en el mar. No, no saben en qué creen, porque no creen realmente. Solo se han apropiado de un rasgo que les sirve para producir sus identidades prefabricadas. Del rasgo, y de todo lo que conlleva. De este modo ellos, acólitos de la intransigencia, devotos de la exclusión, se creen con el derecho de inmatricular a su nombre una religión entera, con su divinidad, sus ángeles, y todo el panteón santo. Lo siguiente que hacen es emplear su falsa fe como un arma contra cualquiera que se cruce en su camino. La Biblia tiene un nombre para ellos, porque su mezquindad e hipocresía son bien conocidas desde hace milenios. Fariseos.
Al dramaturgo Paco Bezerra, Premio Nacional de Literatura Dramática 2009, ganador también del Calderón de la Barca, del Eurodram, del GETEA de Buenos Aires o del Premios SGAE de Teatro Jardel Poncela, le han cancelado su obra Muero porque no muero, protagonizada por una Santa Teresa de Jesús que vuelve a la vida en la actualidad, a medio milenio de su nacimiento. Tras recomponer un cuerpo que había sido despedazado para deleite de los fetichistas de las reliquias, descubre pronto que algunas cosas no han cambiado, y otras lo han hecho, pero en esencia son equivalentes a lo que ella conoció. De este modo la santa se ve envuelta en un periplo que la llevará a la droga, e incluso a la cárcel, y de ahí a la actuación y a ejercer de DJ (DJ, de Jesús).
Los motivos de la cancelación de la obra de Bezerra, que había sido programada en los Teatros del Canal, que dependen de la Comunidad de Madrid, deben ser los que parecen, pese a la muy tardía explicación de su directora artística, Blanca Li (nada más y nada menos que seis meses después de que se produjese el acto de censura). Los motivos presupuestarios aducidos son sospechosos, sobre todo en el caso de una obra que había sido seleccionada por la red europea Prospero, formada por nueve importantes teatros europeos, que aportaba a la producción hasta 25 000 euros (la mitad del coste que la obra iba a tener para los teatros). La comparecencia de Bezerra en la Asamblea de Madrid para hablar de lo sucedido es épica. Y demuestra lo importante que es leer. Sus censores, allí representados, ni le han leído él, ni han leído a la santa. De haberle leído, probablemente habrían querido censurarle igual, pero al menos se habrían llevado una muy buena lectura:
“Miembro a miembro, me voy desarmando. Primero un pie, luego un brazo, después la nariz, más tarde los ojos, las tripas, los huesos, los labios... hasta que flotando dentro de la bañera descanso liberada de la carga de mi cuerpo. Y, sin dejar de observar el modo en el que mis extremidades quedan suspendidas sobre el agua, me pregunto: «Teresa, ¿y si, como todo el mundo dice, fueses una demente y no una santa de verdad? ¿Y si los demás estuviesen en lo cierto y tú equivocada? ¿Tan segura estás de ser quién eres?». A las siete menos cuarto, suena el despertador, recojo pedazo a pedazo cada miembro de mi cuerpo de dentro de la bañera, me monto y parto rumbo a la cafetería. Y de camino a la cafetería pienso: «Regresé por segunda vez a la vida sin saber quién era ni qué misión tenía el cielo reservada para mí y ahora mírame: ni monja ni puta; ni vándala ni mendiga; ni yonqui ni presa: actriz y DJ». Actriz, porque es con lo que me gano la vida, y DJ, porque, a raíz de que Virginia me llevó una noche a una fiesta en una casa okupa, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Y lo dio porque es en la mitad de la pista, rodeada de miles de mujeres bailando música electrónica, que, tal y como me ocurrió hace quinientos años, tengo otra revelación”.
Porque Muero porque no muero, que ha publicado SGAE, y que forma parte también de Velocidad mínima, un volumen de las once ficciones escritas hasta ahora por el dramaturgo publicado por La Uña Rota, es un texto brillante, y luminoso. Una obra realmente especial con un final rotundo, una pieza poderosa y tremendamente sensible con el legado de esta figura manoseada por impúdicas generaciones de empresarios de la fe que han tratado de explotarla comercialmente, como han hecho con tantas otras figuras —humanas o celestiales— a las que han podido sacar rentabilidad. Por suerte la literatura, a la que Teresa de Jesús dedicó su vida, ha llegado en esta ocasión de la mano de Bezerra para socorrerla y raspar toda la mugre que se ha ido acumulando sobre su historia, la historia verdadera, lo que quiso legar al futuro, porque esos fariseos lo que defienden es esa mugre, y no a ella. Pero la literatura: la literatura durará quinientos años más.
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