Los dibujos para adultos muestran la realidad más dura con un código surrealista y colorido que les da manga ancha en cuanto a temas como la violación o el suicidio
VALÈNCIA. Romper con alguien y comprarle un helado suaviza el golpe. Al menos, eso dicen. Confesar una verdad dolorosa maquillando el contexto es una forma de hacerla más fácil de digerir. Y hablar de la soledad, la muerte o la adicción a las drogas a través de muñequitos de colores lo hace parecer menos malo. Es lo que hacen los llamados “dibujos para adultos”: plasman una versión satírica e ingeniosa de la realidad más oscura, pero lo hacen bajo un prisma de colores, trazos infantiles y una encubierta inocencia. El resultado suele ser un retrato retorcido, cruel, con relaciones tóxicas, personajes muertos o traumas constantes que satirizan con humor doloroso. Y que el público disfruta.
Son peculiares, raros y a veces muy duros, pero gracias a eso muestran una nueva visión del mundo reservada para un medio más inocente como son los dibujos. Esta mayor libertad con la que cuentan no sería posible si sus tramas desgarradas sucedieran con personas de carne y hueso. Rick y Morty es la parodia que muestra el lado putrefacto de Doc y Marty McFly de Regreso al futuro, y representa el lado oscuro de los viajes en el tiempo o a través del espacio. Creada por Adult Swim, muestra un mundo en el que chucherías de colores con vida y voz propia acaban siendo potenciales violadores de menores. Así presenta una ventana endulzada para contemplar el derrumbe familiar que supone el abuelo borracho que pone en riesgo la vida de su nieto, que ha roto el corazón de su hija varias veces y que ha vivido varios intentos frustrados de suicidio. En un episodio, Rick y Morty entierran sus propios cuerpos en el jardín de su casa durante una incursión en un universo paralelo y Morty, más adelante, acaba estallando entre sollozos que todos los días desayuna con su cadáver descomponiéndose a unos metros de él. “Nadie existe con un propósito y nadie pertenece a ningún sitio. Todos vamos a morir”, acaba confesándole a su hermana en un ataque de sinceridad nihilista. La televisión tradicional no soportaría con tanta gracia que un niño de unos 13 años enterrara a su propio cadáver.
Además de lo que respecta a la historia o las relaciones entre sus personajes, estas series representan un amplio nivel de libertad también en el ámbito estético. Un personaje animado puede ser capaz de estirarse, volar por el universo y terminar siendo tragado por un agujero negro en una escena y sobrevolar el paraje más rural, en otra. Pueden inventar la forma más retorcida y artística de matar a un villano y que parezca hasta tierno, convertir objetos en empáticos personajes secundarios y, en definitiva, desafiar cualquier ley física.
Pero a pesar de su trasfondo, no es fácil para todo el mundo ver más allá de lo que representan en la pantalla al ojo ajeno: son dibujos. En las convenciones sociales sigue vigente la concepción de que los dibujos animados tienen que quedar relegados a la época infantil, para verlos después del colegio con el pijama puesto y un bol de cereales con leche. De esta forma, el hecho de ser animación supone una desventaja a la hora de calar en públicos no acostumbrados a ver dibujos o a relacionarlos con un público infantil (o un mal gusto en el público adulto). Pero en la libertad de contar historias, juegan con ventaja.
El argumento de estos dibujos vira hacia una tendencia mucho más dramática que cómica, aunque las historias sencillas que cuentan, sin necesidad de raspar en su trasfondo más negro, las pueden hacer también apetecibles para unas audiencias más jóvenes. Así, la soledad y la dependencia en el alcohol, la complicada diferencia entre el bien y el mal o incluso complejas teorías científicas explicadas de la mano de un científico borracho dan forma a su argumento, mientras simpáticos dibujos de colores brillantes lo cubren con una capa de ingenuidad. Es una forma, diferente y más fácil, de copar con temas como la muerte. Personajes bien construidos, creíbles, con problemas reales, solo que aderezados con un poco de ciencia ficción, magia o surrealismo adorable.
Y como la versión degenerada de Doc y Marty, hay muchas otras series que están ayudando a reducir el estereotipo de que los dibujos son solo para niños. BoJack Horseman, una perla de Netflix, es otra de las producciones animadas más codiciadas. Cuenta la historia de un caballo antropomórfico que triunfó en los años 90 con una sitcom familiar, pero que ahora vive de sus recuerdos y lidiando con su depresión y adicción al alcohol y las drogas. En otro lado, Hora de Aventuras cuenta las vivencias de Finn y Jake (un perro amarillo con un cuerpo de chicle que se convierte a placer en cualquier cosa) en la Tierra de Ooo, llena de criaturas mágicas, algodón de azúcar y colorines. Todo bien hasta ahora, digno de una infancia Disney. Aunque la de Cartoon Network es la más enfocada al público infantil, la acción sucede en un mundo postapocalíptico, exterminado por una guerra nuclear, con personajes de relaciones complejas y profundas, y duras disyuntivas para distinguir el verdadero bien del bien unipersonal. Saliendo de la estética surrealista de las primeras, Archer, creada por Adam Reed, es la versión animada y depravada de un James Bond narcisista con compañeros de trabajo adictos al sexo o de tendencias pirómanas.
Adult Swin merece mención a parte en lo que se refiere a animación dirigida a adultos. El canal es la casa de series de dibujos que suelen sobrepasar los límites de lo decente con una gracia maravillosa. Además de Rick y Morty, posee joyas como Aqua Teen Hunger Force, protagonizada por un batido, unas patatas fritas y una albóndiga, un trío de comida rápida empapado de humor absurdo. También The Venture Bros y su constante parodia al imaginario ochentero, la macabra Metalocalypse y su caricatura sobre la banda de heavy más grande que jamás haya existido, o Squidbillies y sus problemáticos calamares antropomórficos.
El universo que esconden este tipo de creaciones es aterrador y fascinante al mismo tiempo y tremendamente revelador en diferentes aspectos. Una maravilla con la que volver a por el pijama y los cereales que acompañaba a los dibujos clásicos, pero sin tanta inocencia como entonces, desde luego.