Murcia. Marzo de 2021. El núcleo duro de Pedro Sánchez, tal vez Iván Redondo, quizás José Luis Ábalos, posiblemente ambos, llegan un pacto con Ciudadanos para presentar una moción de censura que desaloje al PP del ayuntamiento de Murcia y del gobierno autonómico. Apenas un mes después de que el PSOE haya vencido en las elecciones catalanas, donde tanto Ciudadanos como el PP han cosechado pésimos resultados, parece una idea genial: la mejor manera de darle la puntilla al PP de Pablo Casado.
Sin embargo, la moción no está bien meditada. Ciudadanos, un partido de aluvión, no tiene un control férreo de los suyos, y menos en Murcia, donde el grupo parlamentario está dividido por la mitad. Y la mitad contraria a los inductores de la moción se va al PP. Los diputados previamente expulsados de Vox, con los que el PSOE y Ciudadanos llegan a coquetear a la desesperada, también pactan con el PP. Gran triunfo de Teodoro García Egea (murciano que era entonces número dos del PP, a quien posiblemente nadie recuerde ya), correlativo al ridículo de PSOE y Ciudadanos.
En paralelo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, decide aprovechar la ocasión que lleva esperando desde que la pandemia la convirtió en heroína de la derecha madrileña y convoca elecciones anticipadas para deshacerse de Ciudadanos, cosa que consigue en mayo, además de una impresionante victoria. En verano, Pedro Sánchez remodela el Gobierno y sustituye a su núcleo duro, Iván Redondo y José Luis Ábalos, en un intento de recuperar el pulso político.
Pero no lo ha conseguido. Ni los fondos europeos, ni las buenas cifras del paro, ni la reforma laboral, ni el salario mínimo (estos tres últimos éxitos correspondientes, en realidad, a la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz), han logrado superar los problemas con los que se encuentra el Gobierno de coalición, que tienen que ver con la dura legislatura que les ha tocado, a vueltas con la pandemia, la crisis energética, la inflación y la guerra en Ucrania. Pero también tienen que ver con la debilidad intrínseca del Gobierno, su desunión, sus promesas incumplidas, el autoritarismo del presidente y del PSOE, impropios de un presidente con mayoría precaria y un partido con sólo un tercio de los escaños del Congreso.
El PSOE, incluso el PSOE de Pedro Sánchez, vive perpetuamente obsesionado por captar votantes en el centro político, identificando a esos votantes entre los que le quedan a Ciudadanos. Pero esos votantes nunca se irán a este PSOE coaligado con la izquierda y los independentistas. La obsesión de los socialistas por llegar al "centro" y a ese votante tiene límites: pueden abarcar el centro, pero no el centroderecha españolista. Ya no estamos en la época de Felipe González (ni de Zapatero), cuando el PSOE lograba abarcar un espacio social hegemónico que iba de la izquierda al centro. La sociedad se ha polarizado y fragmentado, y aunque el PSOE saliera de las elecciones de 2019 convertido en el primer partido, necesariamente tuvo que pactar a su izquierda y, sobre todo, con los partidos nacionalistas. Uno de ellos, ERC, defensor de la independencia de Cataluña y otro, Bildu, parcialmente heredero del brazo político de ETA. Puede comprenderse que los votantes de Ciudadanos, teniendo en cuenta las prioridades de este partido y su origen, no se sientan tentados por el actual PSOE. Y, además, es contraproducente para sus intereses que el PSOE siga con esa dinámica bipolar de pactar con unos y sonreír constantemente a los otros, porque sólo conseguirá enajenarse los apoyos que ahora tiene, parlamentarios y electorales.
Hasta hace poco, el principal parapeto del PSOE no estaba en su gestión, sino en la ausencia de una alternativa creíble, encarnada en las carencias de Pablo Casado como líder político. Pero el propio Casado se inmoló en dos fases, con un adelanto electoral fallido en Castilla y León y un enfrentamiento abierto con Isabel Díaz Ayuso. El nuevo líder, Alberto Núñez Feijóo, parece bastante más correoso para el PSOE. Tiene, por supuesto, un problema enorme: sólo puede llegar a La Moncloa si pacta con Vox, pero si pacta con Vox no obtendrá un solo voto más en el Parlamento que los que sumen PP y Vox, y tanto la izquierda como los independentistas previsiblemente se movilizarán contra su Gobierno como la derecha lo ha hecho contra el "Gobierno más social de la historia" de Sánchez.
Pero esos problemas se manifestarán después de las elecciones, no antes. Antes lo que tenemos es un adelanto electoral en Andalucía que no tiene ninguna pinta de salirle al PP como el de Castilla y León, sino que, bien al contrario, puede consolidar el cambio de ciclo en la comunidad más poblada de España e histórico granero socialista. Incluso la encuesta del CIS prevé este vuelco, aunque intente salvar los muebles del PSOE. Un resultado claro a favor del PP en Andalucía sólo puede potenciar el viento a favor de Núñez Feijóo y los problemas del Gobierno.
Contrariamente a lo que pudiera parecer si uno escucha las tertulias y se obsesiona demasiado con las encuestas, los cambios políticos en el estado de ánimo de la opinión pública no suelen producirse a gran velocidad, sino que van cocinándose poco a poco, a lo largo de muchos meses, y por muchos motivos. Evidentemente, hay momentos de gran importancia, acciones (o inacción) que suponen la pérdida o la ganancia de muchos votos. Pero el eterno asesor áulico de Aznar y Rajoy, el recientemente fallecido Pedro Arriola, tenía razón: conseguir mayorías tiene generalmente mucho que ver con una "lluvia fina" que poco a poco va calando en el votante; lluvia ácida, si el PP se hallaba en la oposición, y salvífica lluvia de gris gestión, si está en el Gobierno, como ha hecho Moreno Bonilla toda esta legislatura haciendo como que Vox no estaba allí y que él es, simplemente, un andaluz más.