Música y ópera

VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

De València a Berlín: cómo la transformación de la cultura nocturna cambia una ciudad (y viceversa)

La crisis de la cultura club en Berlín conecta involuntariamente con algunos de los motivos que colapsaron la Ruta. Es la noche pero es la urbe

  • ACTV en 1982
Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

VALÈNCIA. Hace unos días el Financial Times anunciaba el final de la noche berlinesa. No porque en la capital alemana alargarse demasiado el día, sino por el colapso de las condiciones idóneas que habían hecho de la cultura de club de Berlín una enseña en que la propia ciudad se reconocía.

Tenía que ver con el cierre del Watergate, el club que el 1 de enero celebró su última fiesta, el último baile durante 35 horas ininterrumpidas.  “Los días en que Berlín se llenaba de amantes de los clubes se han acabado”, emitió la propia sala. Como a los traumas, se les buscó explicación simple: el golpe que supuso la pandemia para el ocio nocturno, el alquiler al alza en las superficies berlinesas, los cambios en las pautas de consumo de los ciudadanos o, cómo no, la pérdida de equilibrio en la llegada de turistas. Es posible que ninguno de esos motivos sea la causa principal, pero es probable que todos ellos forman parte de la misma.

El analista internacional de La Vanguardia, Ramon Aymerich, escribe -a modo de foto fija- que “en los 90, Berlín era una ciudad con una economía deprimida, de alquileres bajos y paro elevado (muchas de las fábricas del Este cerraron con la reunificación). Pero la fama de ciudad liberal, siempre de fiesta, atrajo a muchos jóvenes profesionales. Para la emergente economía digital aquello fue una bendición (…) El giro se produjo después de la crisis financiera del 2008. El sector tecnológico empezó a crear buenos empleos y bien pagados (ahora son 140.000). (…) Lo que luce en la noche berlinesa son las sedes de Zalando o de Amazon. No las de los clubes”.

Por el sesgo de tratar cada transformación sobre la ciudad como un compartimento estanque, también la evolución de la cultura nocturna se ha analizado en exceso solo a partir de sus factores internos, pero sus transformaciones van parejas a los cambios urbanos… y a la inversa.

Sin apenas similitudes, el caso berlinés sí encaja en el fenómeno que de manera anticipada vivió la Ruta y que Joan Oleaque -es imposible entender los primeros noventa valencianos sin escuchar su voz- mostró con síntesis: “pasamos de tener viajeros de la Ruta a turistas de la Ruta. ¡Ojo!, el cambio es muy importante. Aquí venía gente que aparecía, que vivía aquí cosas, las disfrutaba, incluidas las drogas, y se iba. Venían a vivir una experiencia única en un ambiente que me cuesta mucho creer que en Amsterdam o Manchester pudiera existir, porque ya sabemos por climatología y nuestra forma de ser que no podía ser así. Y de repente eso cambia: ya no son viajeros, son turistas. Vienen en busca de una experiencia. Y ya no es gente del underground: es gente que acude a una llamada comercial del pack turístico. Que viene aquí a comerse la paella, beberse la sangría, pasar unas horas de resaca en la playa y a pegarse la gran fiesta. Estos ya no son los de antes, ojo”, analizaba Oleaque para El País en 2017.

Asier Ávila, guionista entre otras de la serie documental Megamix Brutal, acaba de escribir el libro Fiesta (Libros del KO), donde se cuela parte de ese trasfondo entre urbe-turismo-noche (la saga de los Matutes explica cómo nadie esa entente). Ávila entiende que “la forma en que nos divertimos no solo refleja nuestros entornos urbanos, sino que también habla de nosotros como sociedad e individuos. En este sentido, el éxito de los festivales –fiesta controlada, masiva, pero muy espaciada en el tiempo, no cada fin de semana y situada en entornos alejados de los centros urbanos– se conecta con este fenómeno y ayuda a explicarlo”.

  • Imagen de archivo de La Ruta -

Cómo bailamos da pistas sobre cómo

vivimos la ciudad. Y viceversa. Por eso, cree Ávila, “en Berlín, como en todas las grandes urbes, la subida del precio del alquiler y la gestión inmobiliaria están transformando su equilibrio social, afectando directamente al ocio nocturno. Además, la cultura de club ha seguido una trayectoria curva a lo largo de sus cuatro décadas de existencia, perdiendo relevancia frente a otros entretenimientos. Las nuevas generaciones ya no ven las discotecas como un rito de paso, como sí lo hicieron los jóvenes de décadas anteriores, por lo que su declive es cada vez más evidente”.

El comisario de exposiciones y antropólogo autodidacta de la cultura popular, Ricardo Ruiz, considera que “el crecimiento de las ciudades, la turistificación de sus centros y nuestro modo de vida de consumo experiencial, han acabado por gentrificar capitales enteras, desplazando la vida ciudadana a las periferias donde se ubican originalmente los clubes, muchas veces incompatibles con el descanso de los vecinos si tienen una programación semanal (que para discotecas de escala mediana o pequeña suele ser la única fórmula económicamente sostenible). Así pues, este turismo de masas deriva en nuevos desarrollos urbanos que se asientan en las periferias, alrededor de estas discotecas antes exentas de núcleos residenciales próximos, pero que los fines de semana mueven flujos importantes de personas y pueden producir molestias. Las discotecas se enfrentan, entonces, a numerosos controles, presiones y/o denuncias. Y este hecho, presupongo, está ocurriendo ahora en Berlín y ocurrió y lleva años ocurriendo en València. Aún duelen, por poner algunos ejemplos, la casi desaparición de ese genuino parkineo, un formato de rave colectiva de los más democráticos y participativos que pueda existir, pero incompatible con núcleos residenciales próximos. O el cierre y derribo de Queen, cuando se desarrolló el PAI de la Eliana. “Derribaron el viejo cine y hoy es un Starbucks” cantaban en una canción Los Chikos del Maiz. Pues bien, hoy donde estaba Queen hay un Burger King… El progreso, así lo llaman”.

Ruiz contrasta la apuesta berlinesa por su escena -“tanto que la UNESCO declaró en 2024, con el empuje de las instituciones alemanas, la escena techno como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”- frente al descrédito que sufrió la Ruta, aunque precisamente esa falta de autopercepción facilitó que la escena valenciana fuera durante años “especial y auténtica, por su alto grado de espontaneidad, anarquía y falta de regulación. Ingredientes muy valencianos y mediterráneos que son, por cierto, necesarios para poder hacer algo tan sumamente importante ahora mismo como es imaginar”.

Berlín y Valencia, separadas por una realidad con más de tres décadas de diferencia, sí coinciden, a ojos de Ricardo Ruiz, en las derivadas de su propio éxito. “En València, donde la Ruta fue previa al estallido de internet y la globalización, el boca a boca fue suficiente para recibir autobuses de toda España e incluso de distintos países de Europa. Y en Berlín existe un volumen de turismo nada desdeñable en busca de la magia de estos clubes, en cuyos interiores se viven experiencias todavía difíciles de encontrar en cualquier otro lugar. La masificación desregulada en Valencia conllevó la pérdida de valor cultural en la escena y unas problemáticas que las autoridades y la política se encargaron de criminalizar y controlar hasta su asfixia. Es decir, la masificación (en gran parte turística) fue el principio del fin. En Berlín, donde los clubes conocen los motivos de escenas de otras ciudades que ya colapsaron en el pasado, muchos clubes tratan de evitar la gentrificación. Algunos ni siquiera tienen perfiles en redes sociales y en la propia política de acceso se prohíbe en el interior el uso de teléfonos móviles para salvaguardar la experiencia y la gentrificación del lugar (esto en València ocurre en Club Gordo, por ejemplo). También las políticas de derecho de admisión contribuyen a la polémica y la leyenda de lugares como Berghain, donde en pro de la salvaguarda de la autenticidad del lugar y su equilibrio, los porteros deciden quién accede y quién no”.

Una lucha, desigual, en el que el rol de las élites financieras sobre la urbe juega un papel primordial. “Las mismas élites contra las que al menos antes bailábamos juntos cada fin de semana subidos al capó de un coche”, remata Ruiz.

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo