VALÈNCIA. Uno de los grandes méritos del rock & roll, y, por ende, de la música pop que derivó a partir de su nacimiento, es que fue algo muy maricón desde sus principios. Siguió siendo una música molesta incluso cuando los blancos se apoderaron de ella. Molesta porque venía de los negros y porque trajo consigo unas maneras que no casaban con la idea de lo que debía de ser la masculinidad. Un hombre como dios manda tenía que vestirse, moverse y cantar como Frank Sinatra. Y allí estaba Little Richard, pegando alaridos y soltando pluma mientras galvanizaba a un público mixto que, de haber sabido de dónde venía la letra de “Tutti Frutti”, habría parado en seco el bailoteo (o lo habría acelerado, con estas cosas nunca se sabe). Jon Savage contaba todo esto muy bien contado en su libro The Secret Public (que está en proceso de ser traducido al castellano). El periodista británico tituló así, su libro, el secreto público, porque la música pop es el caballo de Troya perfecto para filtrar mensajes subversivos que lleguen al gran público. Nadie se toma en serio al pop porque es algo aparentemente banal, de usar y tirar, vacuo e inofensivo, lo cual lo hace perfecto para estas cosas. Cuando Elvis salió sacudiendo las caderas por primera vez ante una cámara de televisión, el realizador del programa no daba crédito. Un hombre que se preciara de serlo no movía las caderas así. El fin de esa masculinidad equívoca, rígida, hipócrita y tóxica debió empezar más o menos ese día.
Pocos vehículos culturales han hecho tanto por la visibilidad del colectivo LGTBIQ+ como la música pop. Esas canciones que estaban al alcance de todos porque sonaban en la radio y también en la televisión han tenido el efecto de un virus. No nos engañemos, el mercado del pop está tan lleno de homofobia y prejuicios como cualquier otro rincón de la vida. Pero antes era más complicado. Nada era explícito por muy explícito que pareciera. Little Richard tenía que disimular y los Beatles, que eran heterosexuales, pero se convirtieron en ídolos mundiales gracias, en parte, a la manera espontánea, divertida y vulnerable en la que se presentaban en público (esto lo analiza estupendamente Craig Brown en 1, 2, 3, 4: Los Beatles marcando el tiempo, editado por Contra), eran criticados por llevar el pelo largo como las chicas. Brian Epstein, que sí era gay, sabía muy bien cómo explotar el magnetismo sexual del cuarteto, y no fue el único mánager masculino que aprovecho su visión aventajada para vender una fantasía con forma de grupo musical. Muchos de los grandes representantes de los sesenta y setenta –Robert Stigwood, Larry Paines, Chris Lambert, Simon Napier-Bell- supieron pulsar muy bien esas teclas. Solamente el último de ellos lanzó las carreras de Marc Bolan, Japan y Wham!, además de trabajar también con nuestro Júnior.
Si lo gay era clandestino, ser mujer y lesbiana suponía una doble clandestinidad. Big Mama Thornton, la autora de “Hound Dog”, era ambas cosas y, además, negra. La creadora del rock & roll (porque rara vez una forma cultural es invento de una sola persona), Sister Rosetta Tharpe, está considerada hoy como una pionera de la causa LGTB. Era bisexual y tenía relaciones con mujeres antes de que a ese tipo de comportamientos se le colgara una etiqueta. Dusty Springfield sufrió lo indecible por tener que ocultar su atracción por las mujeres y su relación con la cantautora Norma Tanega (quienes hayan visto la serie Lo que hacemos en las sombras conocen de sobra una de sus canciones más populares) tuvo que vivirla ocultándose y atormentada por la sospecha de los demás. Cuando su carrera parecía más que terminada, llegaron al rescate los Pet Shop Boys –en plan el Séptimo de caballería maricón, en versión dúo y sin corneta- y la encumbraron de nuevo al invitarla a cantar ese “What Have I Done To Deserve This?”, título que le iba como un guante. También hubo mujeres lesbianas que impusieron su ley en la industria. Vicki Whickham lanzó a la fama a Labelle, tres negras que se comieron el mundo vestidas de mujeres del espacio y cantando con toda la desfachatez posible: Voulez-vous coucher avec moi cest soir? En 1968, Inglaterra caía rendida ante una serie de reinterpretaciones de Bach hechas con un nuevo instrumento que era electrónico y sonaba como si viniera de marte. Era el Moog y el artífice de aquel Switched On Bach se llamaba Wendy Carlos, una pionera de la música electrónica que, además era una mujer trans

- Portada del primer LP de New York Dolls -
Desde la antigua Grecia, el escenario siempre ha sido un imán para los disfraces y, por lo tanto, un lugar perfecto para jugar a burlar las convenciones sobre el género. Bowie le sacó muchísimo partido a esa posibilidad y lo hizo en 1972, tan sólo cinco años después de que la homosexualidad dejara de ser un delito en Inglaterra. El rock & roll, la música pop, tenían la virtud de quebrar las inhibiciones. No hacía falta ser gay o lesbiana para dejarse llevar por las sensaciones que despertaba. Como dice Savage en su libro, elos infiltrados del colectivo también ofrecieron estéticas y comportamientos asumidos por heterosexuales que no se sentían a gusto con las convenciones impuestas por la heterosexualidad. Mick Jagger usó la pluma para potenciar su atractivo, y le fue de maravilla. Y los Rolling Stones posron travestidos en 1966 y la foto de Jerry Schatzberg acabó como portada de un single. Pero cuidado, que ahí están los New York Dolls, cinco hombres heterosexuales que se vestían como si fueran travestis solamente por el hecho de provocar. Sin saberlo, fueron ellos, con su nombre y su actitud los que anticiparon el eslogan que hoy resuena con tanta fuerza en Estados Unidos. Protect the dolls, proteged a las muñecas.
El cruce de influencias entre sexo y género en el pop es inabarcable. Mujeres lesbianas como Bush Tetras o Adele Bertei (que fundó el primer grupo de mujeres abiertamente lesbianas, The Bloods, en 1980) que construyeron un micro mundo en el subsuelo neoyorquino. La música disco, que viene del gueto, de tres en concreto; el negro, el latino y el queer. Y que quizá por eso fue perseguida por los sectores heteruzos del rock, que organizaron quemas de discos. “Stand”, una canción de mensaje revolucionario de Sly & The Family Stone se convirtió en uno de los himnos de las revueltas de Stonewall. Grace Jones, con su imagen andrógina, se modeló a sí misma con la ayuda de su pareja, el fotógrafo Jean-Paul Goudé, y creó un personaje masculino y femenino a la vez. Marc Almond quería cantar a las Supremes y cuando lo hizo creó uno de los superéxitos musicales que encumbró al pop electrónico.
Hoy la sexualidad ya no es aquel pesado tabú, pero los prejuicios y las fobias permanecen ahí. El odio y la ignorancia siguen su curso. Y la música pop continúa siendo, ahora de una manera notoria, un gran altavoz, la gran pantalla del colectivo. Y todo esto, que comenzó hace más de medio siglo, ha ido creciendo hasta llegar hasta aquí. El rock & roll siempre ha sido más maricón de lo que parece. Los atuendos, los maquillajes, los bailes. El rock & roll y todas sus consecuencias, empezando por ese tecnopop de chicos maquillados que llevaban pendientes y se peinaban como caniches. Quizá tú, que estás leyendo esto ahora, pienses que esto es una exageración woke, o algo peor, un insulto a la sagrada masculinidad del rock. No hay nada que tener. Se puede ser un poquito maricón sin necesidad de acostarse con los de tu género. Eso es lo que nos ensañó Mick Jagger. Y Prince. Y Kurt Cobain. Y las New York Dolls, por supuesto.

- Have you Seen your Mother Baby Standing in the Shadow -