VALÈNCIA. Cuando el punk hizo acto de presencia en Inglaterra a mediados de los setenta, las mujeres tenían casi el mismo protagonismo que los hombres. Siempre hubo mujeres en el pop, cantante, instrumentistas, compositoras. Pero las de esta generación se dedicaban a romper con el papel de sus predecesoras. Se vistieron, peinaron y maquillaron como les dio la gana. Cantaron lo que ellas mismas escribieron y lo que escribieron era inherente a su condición de mujeres. Las hubo que alcanzaron la notoriedad y no necesitan presentación. También hay muchas que han quedado relegadas a un segundo plano porque tampoco aspiraban a ocupar la primera línea, y no por ello carecieron de importancia. Hace unas semanas falleció una de las figuras más relevantes de aquella generación, y los medios parecen haberse acordado de ella solamente a causa de su muerte. Soo Catwoman, que se hizo célebre por su imagen, que rompía con los estereotipos de lo femenino, resultó fascinante siempre. El apodo de catwoman surgió a raíz de su corte de pelo. A los 18 años ya empezó a copiar el peinado del personaje de Elsa Lanchaster en La novia de Franksentein. Usaba la crema Vick VapoRub a modo de gomina, para plantarse el pelo de las sienes. Un día, cansada de tener que vivir pendiente de su peinado, le pidió al peluquero que le afeitara el centro de la cabeza. Así, con el pelo al uno, el cabello de los laterales peinado hacia arriba recordaba todavía más a las orejas de una gata.
Soo fue bautizada por sus padres como Susan Lucas. Tenía catorce hermanos y parece que ese fue el motivo que necesitara destacar desde muy joven. Alguien que vio su estilo le recomendó que se dejara caer por el club Louise. Acudió con su amigo Marco Pirroni (que poco tiempo después estaría tocando con bandas emergentes para pasar a formar parte de Adam & The Ants) y su vida dio un vuelco definitivo. Louise era un conocido bar de lesbianas que los primeros punks usaban como after. Chicos y chicas se sentían seguros en aquel refugio, porque no puede haber un sitio mejor para quienes no encajan en ninguna parte que un bar de lesbianas. Los Sex Pistols ya se habían formado como banda en SEX, la tienda de la diseñadora Vivienne Westwood y el empresario Malcolm McLaren, y eran una bomba de relojería aguardando el momento de la explosión. El punk fue una revolución musical y social, y eso, mejor que nadie, lo saben los ingleses, sobre todo aquellos que pensaban que no podía existir nada más amenazador para el modo de vida británico que los Beatles o los Rolling Stones.

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Soo se codeaba con el Bromley Contingent, un grupo de seguidores de los Pistols procedentes de ese barrio londinense, el mismo en el que años antes habían crecido Bowie y Hanif Kureishi. Los del Bromley eran una panda de gamberros; con el tiempo algunos de ellos acabarían formando sus propias bandas, como Billy Idol, Steve Severin y Siouxsie. Allí había mujeres como Linda Ashby, que trabajaba de dominatrix y que, según cuenta Jon Savage en England’s Dreaming, “estaba encantada porque no tenía que cambiarse de ropa al salir de trabajar. También era una presencia habitual Debbie Juvenile, dependienta de Sedtionaires, que fue como se llamó SEX después de que Westwood y McLaren decidieran transformar su negocio a finales de 1976, y donde también trabajó otra componente del contingente de Bromley, Tracie O’Keeffe. Además, estaba Simone Thomas, una joven negra teñida de rubia platino. Aunque formaran parte de la misma escena, Soo nunca se sintió parte de aquella panda. En aquel momento era difícil saber quiénes estaban en ella y quienes no. Ocurría lo mismo con Helen Wellington-Lloyd, alias Helen Of Troy, amante de McLaren. Fue ella quien tuvo la idea de usar la técnica del collage copiando las cartas de chantaje que se usó para los flyers de los primeros conciertos de los Pistols.
“No era consciente de que hubiera ninguna revolución. Solamente hacía lo que sentía que quería hacer. No encajaba en ninguna parte”. Son palabras de Soo Catwoman, que también podría haberlas dicho Jordan, otro de los grandes emblemas estéticos del punk. Al igual que Soo, Jordan asustaba a los hombres. Salía a la calle con zapatos de tacón de dominatrix, los ojos maquillados como si fuera un mapache, un cardado retro o el pelo de punta. A veces se maquillaba como si fuera un cuadro de Mondrian, a veces lo que llevaba eran cortísimas faldas de látex que ponían nerviosos a los demás pasajeros del tren que la llevaba de Sussex a Chelsea. Jordan era una de las dependientes de SEX, pero más que trabajar allí, lo que hizo fue encarnar lo que era el punk. Una amenaza social. La prensa sensacionalista usó la imagen de Soo Catwoman para advertir al ciudadano medio de Inglaterra de la amenaza que se cernía sobre sus jóvenes hijos. Jordan también asustaba a la gente, sobre todo a los hombres, que no entendían por qué se vestía así. “Decidí ser yo misma, ser como una obra de arte viviente. Y eso era total y absolutamente inquebrantable”. Esa fue su respuesta.
Jordan acompañaba a los Pistols a todos los conciertos, y a la mínima de cambio saltaba al escenario. A veces lucía un brazalete con la esvástica (una de las estrategias del punk consistía en usar cualquier elemento socialmente repudiable para molestar a la gente), a veces se desnudaba de cintura para arriba y dejaba los pechos al aire. Era una agitadora, pero también fue quien convenció a Adam Ant, con el que salía en aquel momento, para que se pusiera delante de un micro. Su amigo, el cineasta Derek Jarman, la sacó en Sebastiane y luego hizo de ella uno de los personajes clave de Jubilee, una fantasía apocalíptica inspirada por el punk que terminó siendo uno de los mejores documentos gráficos del movimiento. En 2019, cuando ya llevaba años trabajando como enfermera en clínicas veterinarias, sacó sus memorias, Defying Gracity (Desafiando a la gravedad). Murió a causa de un cáncer raro en 2022. Soo Catwoman marchó rumbo a la otra vida a finales de septiembre de este año. Ambas fueron esenciales para uno de los últimos actos revolucionarios de la cultura del siglo XX. Ambas son irrepetibles e irreemplazables.

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