VALÈNCIA. Hace dos días se celebró el 138º aniversario del nacimiento de Robert Musil, uno de los más enigmáticos escritores centroeuropeos que pasó a la posteridad por haber escrito una obra magna llamada El hombre sin atributos, publicada en 1943. Lo que no tantos conocen es la extraordinaria capacidad diarística de este autor austríaco que narró en ellos los momentos esenciales de la historia de Europa: el movimiento nazi e intelectual fascista, el derrumbe del Imperio Austrohúngaro, reflexiones estéticas, políticas y filosóficas del tiempo que le tocó vivir, con nombres como Goethe, Nietzsche y Mann que aparecen continuamente en estas entradas.
Tampoco hay muchos que conozcan que estos diarios fueron publicados por primera vez en castellano gracias a la editorial valenciana Alfons el Magnànim. Con una pulcra edición de Adolf Frisé, estos diarios “están estructurados en grandes círculos concéntricos que en ocasiones se entrecruzan o interpolan temáticamente sin voluntad de culminación resolutiva alguna, lo que hace de ellos una genuina obra abierta”, tal y como explican desde la propia editorial. Así pues, son algo más que las sobras de la obra de Musil; son más bien de “una reelaboración narrativa de muy diversos hechos y ocurrencias, tomas de posición sobre acontecimientos históricos o cosas y personas que en algún momento pudieron cruzarse en su camino, lecturas, reflexiones sobre su gran novela en trance”.
Entre todos esos asuntos, también la sexualidad es un tema del que no rehúye hablar:
–Desde la infancia estamos destinados a una unión de esa clase. Deseamos tener una compañera aun antes de que nuestra sexualidad esté suficientemente desarrollada y en condiciones de ser utilizada. Es posible que tales personas estén destinadas una a otra. –La sexualidad es una de esas fuerzas naturales a la que ambos, juntos, se ven expuestos. –No es que la despierten en el otro, sino que la reciben del otro. –Es positivo que su encuentro se produzca cuando ambos son aún vírgenes. –Transforman la perfidia en confianza.
Esa virginidad, esa pureza que propone Musil entronca de algún modo con su vieja aspiración de entender el mundo casi como un laboratorio que pretende experimentar y refundar continuamente la existencia. Y ahí, sin duda, trabaja el deseo:
(...) En cualquier caso, un poco de psicología del deseo puede llegar a convertirse en un valioso instrumento de conocimiento para aquellos poetas líricos que no cantan como los ruiseñores sino que desean conocer previamente lo que van a hacer. (...)
Los diarios de Musil son un reflejo de su compleja personalidad: irónico, misántropo, antipático, marginal… También se revelan como el acta notarial del derrumbe de Occidente en las vísperas del imperio austrohúngaro. Son muchos los críticos españoles que han alabado una obra que aseguraba que “es el lenguaje quien usa al ser humano y no al revés” o “que el fin último de la evolución es la belleza”.
Otro de los temas más abordados en su obra se refiere a la educación de los sentidos como un modo de sublimar la existencia en un mundo cambiante:
Nuestra opinión sobre lo que nos rodea, e incluso sobre nosotros mismos, cambia cada día. Vivimos en un periodo de transición que posiblemente durará hasta el fin del planeta si no afrontamos mejor que hasta ahora nuestros más profundos cometidos. Sin embargo, cuando nos toque andar en la oscuridad no nos pongamos como niños a cantar de miedo. La ficción de saber cómo debemos comportarnos aquí abajo es, efectivamente, una canción para distraer el miedo. Por lo demás, estoy convencido de que andamos al galope. Estamos aún lejos de nuestra meta.
Quizás uno de los protagonistas involuntarios de sus diarios sea una novela, la más famosa que escribió: El hombre sin atributos. Decía otro ilustre crítico literario, José Mª Guelbenzu, que la novela de Musil contaba “demasiado poco”. Y si nos atenemos al argumento no podemos dejar de darle la razón a Guelbenzu: un joven matemático llamado Ulrich, inteligente y reflexivo que no carece de atributos (sino más bien al contrario) es invitado a participar en unas jornadas que pretenden conmemorar mundialmente el septuagésimo jubileo del emperador de Kakania. La novela gira en torno a la Acción paralela, este evento cuyo objetivo es contraponer los treinta años de monarquía de Guillermo II al aniversario del emperador austríaco Francisco José. Como en muchas de las novelas de Kafka, nunca se llega a saber muy bien de qué va tal acción aunque en la novela no hagan otra cosa que hablar de ellas. Eso sí, algunos de los fundamentales personajes que pululan por ella son Moosbrugger, Walter y Clarissa, el general Von Stumm y Diotima. La obra quedó inacabada, convirtiéndose así en una novela abierta entendida casi como una leyenda literaria.
Cuentan que cuando Musil falleció en Ginebra en 1942, en medio de la segunda guerra mundial, sólo ocho amigos asistieron a su funeral. El escritor tenía 62 años de edad y vivía en el exilio, en Suiza. Acababa de dejar inacabada una de las obras fundamentales de la literatura centroeuropea y también, por supuesto, un vacío notable en los diarios que estaba escribiendo.